El Red social

escribe Antonio Doval ▹
La forma en que un juego cooperativo de Pokémon muestra las realidades de la vida social, o "Cómo en cualquier lado hay excusas para hablar de lo que uno quiere".



Hace unas semanas un australiano anónimo medio limado montó en internet una versión del primer juego de Pokémon que es controlado por miles de personas simultáneamente a través de los comentarios en un chat en paralelo. En un principio, el juego seguía —en tanto podía— el torrente de comandos contradictorios: esto fue pronto conocido como el “modo anarquía”. Piensen en la cancha del Barcelona llena, con Messi intentando obedecer cada una de las órdenes que le grita la desquiciada hinchada. Naturalmente las consecuencias de todo esto llegan a ser muy graciosas, y la mayor parte del tiempo se encuentra uno con un personaje dando vueltas ridículas y yendo de acá para allá sin ningún sentido aparente. El juego no tardó en hacerse viral y multiplicar varias veces el número de jugadores simultáneos promedio hasta llegar a unos cincuenta o sesenta mil loquitos. Viendo ese enorme caudal creciente, el administrador implementó lo que se conocería como “modo democracia”, que implicaba la efectivización de comandos cada cinco segundos durante los cuales corrían votaciones sobre el siguiente movimiento. No llega a ser un director técnico pero digamos que se redujo ampliamente el factor caos. Claro que entonces los tempranos anarquistas se hicieron oír en contra de este nuevo sistema y, en una síntesis dialéctica que le sacaría una sonrisa burlona al mismísimo Georg Wilhelm Friedrich, consiguieron resolver todo con un sistema en donde los propios usuarios votarían constantemente con qué método controlar el juego, fluctuando así de un sistema a otro según la ocasión. Y así nació Twitch Plays Pokémon (TPP), el primer videojuego en donde los dos bandos en pugna eterna no pertenecen a la ficción sino al mundo real de los jugadores. En esta disputa entre anarquía y democracia muchos ven capricho, otros ven ideología, y los más románticos ven religión. Yo veo la historia de la humanidad.
Sí, ya sé, muy gracioso; pero piénsenlo un poquito conmigo, que algo de sentido tiene. En el juego, la democracia es un sistema más eficiente, en donde se consigue resolver problemas más complejos, en donde en cuestión de minutos se puede quizá lograr lo que en anarquía tomaría horas o días enteros. Es de hecho un intento del administrador para intentar asegurarse de que el juego no se trabe y asegurarse así el manguito. Pero claro, es que ese simplemente no es el punto. Creo que —conscientemente o no— cuando la comunidad tomó la anarquía como su bandera demostró que lo que importaba no era para nada el “progreso” del juego. Ellos la estaban pasando bárbaro, con sus santos y caídos, con sus tropezones recurrentes y sus atascamientos infinitos. Eran un grupo enorme de gente creando y disfrutando alrededor de un fondo común de experiencias, no una manga de jugadores maniáticos o un montón de ratones de laboratorio de un loco que quería probar o mostrar algo. Porque claro, ahí está, ¡no hay nada que probar! ¿Qué persona en sus cabales puede ver esa tontería y decir que es un “experimento”?
Por eso estoy profundamente en desacuerdo con las miles de notas y artículos y opiniones que insisten en comparar todo esto con el famoso teorema de los monos infinitos (que dice que infinitos monos con máquinas de escribir por infinito tiempo escribirían eventualmente las obras completas de Shakespeare). De hecho, la propia comunidad se hace llamar “the Hivemind” (La Mente de la Colmena), que creo que es una metáfora mucho mejor para explicar el comportamiento de la masa de jugadores que el de un montón de monos con GameBoys. Desde el último poké-analfabeto al mayor maestro de la Liga, está claro que frente a la pantalla del juego cualquier persona en su sano juicio decretaría la profunda estupidez del evento pasados los dos minutos de contemplación. Pero sucede que no estarían viendo todo lo que hay que ver. Porque no se puede pensar o siquiera entender completamente este suceso sin tener en cuenta la parva gigantesca de imágenes, videos, historietas y animaciones; las repercusiones en Facebook, Twitter, DeviantArt, Imgur y cualquier otra red social habida y por haber; el programa radial y el seguimiento en vivo por Reddit. En fin: la cultura que se ha ido generando.
Sucede que lo hermoso de todo, el hecho que hace que millones ya conozcan el fenómeno y miles lo sigan jugando cada día (update: ahora juegan al Pokémon Crystal, de la segunda generación), es precisamente lo que acontece no exactamente en la pantalla del juego, sino a su alrededor. Y ahí entra la batalla de “ideologías”: los poké-anarquistas reivindican ese modo de juego estúpido y espástico no para reírse de un pobre Red atormentado por el zumbido constante de indicaciones contrarias en su cabeza, sino porque ese modo de juego es la base misma, los verdaderos cimientos de la cultura que los une como comunidad. Sin anarquía no habría Helix Fossil, ni Bird Jesus, no habría recuerdo de Abby la Charmeleon o el fugaz C3KO el Hitmonlee, no tendríamos Falsos Profetas o Domingo Sangriento: tendríamos poco más que un clásico juego de Pokémon, un poco más largo y con alguna que otra jodita graciosa por algún lado. Por otro lado, no quiero caer en fundamentalismos: aun los que no predican la democracia saben que es probablemente un mal necesario, porque es cierto que sin ella tal vez el juego se atascaría y eventualmente se perdería la gracia de todo. Pero si esa democracia perdurara solo un poco más también se perdería el espíritu, porque se esfumaría el factor impredecible, el elemento creador del azar y del absoluto descontrol que reina y alimenta este masivo evento. Democracia contra Anarquía es progreso contra bienestar, es comunidad contra sociedad, institución contra instinto, humanidad contra tecnicidad.
TPP no se trata de pasar todos juntos un juego de Pokémon, no se trata de estrategia, de orden o de perseverancia. Todos esos son factores secundarios, porque de lo que se trata fundamentalmente esto es de la cultura en comunidad, se trata de compartir y de relacionarse. Esta idea tan profundamente boluda se hizo popular por la misma causa que hace que hoy tengamos clubes de fútbol, unidades básicas e iglesias; no creo irme mucho más allá si digo que es lo mismo que hace que nos congreguemos en pueblos, ciudades y países. Pero voy más lejos aún, y digo que no es otra cosa que lo que nos une como especie, lo que hizo que podamos superar –juntos– las idas y venidas de la naturaleza, los millones de años de fieras, de tormentas y de guerras, esa tendencia a la unión directa que ha perdurado en el ser humano desde los primeros tiempos y es finalmente lo que hace que podamos pararnos hoy –juntos– todavía como especie dominante en el planeta.
Vivimos en una sociedad todavía bajo la sombra de la revolución industrial. Los valores de la efectividad y la rentabilidad siguen pesando muchas veces sobre el valor de la comunidad o incluso la vida de las personas. Y es por eso, señoras y señores, que me gustó tanto Twitch Plays Pokémon; porque en un mundo tan alienado como este, repleto de traidores y vendidos, donde damos la espalda tan seguido a nuestra propia cultura y al suelo que nos alimenta cada día, creo que es realmente hermoso ver como una comunidad así de espontánea –y seguramente tan efímera– decidió heroicamente valorar su cultura, su orgullo y su comunidad por sobre la fría efectividad del progreso.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Marzo 2014