Editorial #2: Más tranquilos

Nueva víctima de la tecnología celular. Reloj de muñeca como ya no abundan. 5 p.m.  ¿Cómo celebra un barrio el final del verano? Me voy con anotaciones en un cuaderno que hay que pegar con cinta. Acá no se celebra nada. Abril dejó un perfil melancólico en el barrio tanguero, donde la batalla contra el tiempo nunca descansa.
Esta vez no baja nadie, me tiran la llave: en un balcón lleno de plantas, dos que hacen de porteros juegan a señalar las gracias efímeras de la calle. El juego se disuelve cuando el semáforo le devuelve movimiento a las cosas. Entro directo a la habitación. ¡Entrá como en tu casa vos, eh! ¡Cuando quieras! Unos juegan a los dados, otros anotan con marcadores cuestiones ininteligibles en un calendario contra la pared: están más tranquilos. Editor con café en mano y teléfono atrapado entre cabeza y hombro no da pie con bola. Podés creer que me senté arriba de los lentes. Un flaco hablando solo en el Skype se queja de todo.

¡Entrá como en tu casa vos, eh! Me doy vuelta, el Editor me saluda contento porque esta vez le hicieron menos quilombo. Me dicen que espere. Corren todos a la computadora; los del balcón llegan últimos haciéndose los desinteresados. Miro desde atrás. Miro la pared del reloj. 6 p.m. Esta vez me hicieron menos quilombo. Bancá: creo que me gané morfi gratis. Espero y miro como la maraña se acumula enfrente de la pantalla. El formato digital que promueve las apuestas. Quién ganó. Quieren saber cuál es la más leída del mes anterior. Acá no celebramos, sino que festejamos, qué se yo. El barrio está raro. Gentrificación salió en el combo, entre otras cosas. Sorpresa. Digo que espero acá, que pase tranquilo. Se están matando ahí adentro. A quién le vas a ganar vos con esa nota, amarrete. Risas. Todos contra uno. Disculpá que no te di bola antes, desde que largamos la revista que andamos chequeando quién gana. Cómo estás, pasá por acá, servite algo, no, el café está medio fiero, te recomiendo chocolatada o cualquier otra cosa, en serio. Gané hijos de puta gané. Uno salta, los otros lo miran feo. Seguro hizo trampa.
Entré como en mi casa, que siempre es un quilombo. Celebrar nada: festejar. Anoto. Tomá, sentate. Sí, jodemos con que tiene incertidumbre porque había cosas que queríamos poner y no dio, notas que se borraron. El Editor larga los bártulos y me mira serio. No contesta la pregunta. Sonríe. Se va por las ramas. Si tuviera que escribir un editorial, cosa que por suerte no hacemos, diría algo así como “el lector atento”, qué sé yo qué mierda. Algo de que nos puede leer la cabeza en cada número. Alguna grasada, viste como es.  Todas las anotaciones son inconexas. Pienso que ni con cinta se pegan. Se hace tarde. De noche otra vez.
Se trabaja como se puede. Está cada vez más claro. Alguien lo dijo. Tener algo para decir. Nada de boludeces. Alguien lo dijo. No se pude descartar el razonamiento sólo porque a la vecina le pasó tal cosa. No anotés, che, que no te quiero dar un monólogo tampoco. Esta vez estuvo más tranquilo. Un poco creyentes de la mitología argentina puede ser, por suerte uno de los muchachos se encargó de eso. Acá estamos de festejo, claro que sos bienvenido. Responde a las chapas. Contesta preguntas que le llueven del costado. Insisto. Respuesta de los lectores al primer número. Prefiero no responder. Sonrisita.
Me voy a tener que ir yendo. Perdoná pibe, la próxima te prometo grandes declaraciones, toda la jodita. Gané hijos de puta gané. El Editor los mira para calmarlos. Se le cagan de risa. Salgo a la calle. Hay mucho viento y todos se quedaron adentro porque llueve. Desde abajo tiro las llaves. En el balcón los mismos dos hacen de porteros. Miro el reloj. Se me congela la mano. ¿Cómo celebra un barrio el final del verano? No la mano no. Me congelé entero. 5 p.m. El barrio está raro. Se me rompió el reloj de muñeca como ya no abundan.