Kurt Cobain: La muerte como obra

escribe Juan Canala (redactor invitado)▹
Nuestro invitado, Licenciado en Letras y fanático de Cobain, acerca su mirada sobre el suicidio del ídolo desde el análisis de sus textos.



Para Yas
 
¿Cómo ha de ser el momento en el que un sujeto elige volverse un suicida? Negar la posibilidad de continuar con la vida y, casi con cierta performatividad, pensarlo se vuelve decirlo y cuando se termina de decir… está hecho. Demoler un edificio, romper a martillazos un mueble, matar a una persona siempre implica ser el testigo, el actor que desarrolla la acción y que subsiguientemente puede contemplar el efecto consecuente al acto de la destrucción al igual que un artista que completa su obra y se sienta a contemplarla. El suicidio es diferente porque el sujeto abandona ese lugar externo que corresponde al crítico dejando esa terceridad en el espacio, para convertirse en el propio objeto del relato. El suicida se convierte en un texto, en el cadáver que exhibe, como resto, las marcas del trabajo concluido. Al ver viejas fotos, sean de parientes suicidados o de macabros hallazgos en revistas de noticias, al contemplar esos cuerpos congelados en el tiempo a través de la fotografía me pregunto: qué habrán pensado esos sujetos mientras la soga apretaba el cuello, mientras el gatillo activaba un mecanismo minúsculo dentro del arma o mientras una punta afilada dibujaba un camino rojizo sobre las muñecas. El suicida deja un relato, un escrito, un mensaje que se vuelve el decálogo de su despedida y que finalmente es un manual de uso que deja dispuesto para los vivos como un enigma a ser interpretado.  
Hay muchas variantes del suicida y cada “artista” tiene su propia poética de obra, su propio protocolo de trabajo. Pero la perfección de esa impostura voluntaria frente a la muerte se vuelve sofisticada cuando el suicidado en cuestión es un joven. Y si ese joven resulta talentoso las probabilidades de que su obra trascienda aumentan. La muerte de un joven viene predicada de la mano de un epíteto que toda sociedad, conmocionada, coloca a modo de predicativo aclaratorio donde esa biografía extinta aparece recurrentemente adosada a la “tragedia”. Un joven suicida es un acontecimiento trágico dual, no sólo por el modo en el que el suicidio interpela a las cabezas bienpensantes de las sociedades occidentales, sino también por esa negación del juvenilismo que el progreso siempre agita vehementemente como una bandera. Ese cuerpo yaciente, esa negación de lo naturalizado del sentido común se vuelve una suerte de testigo mudo. Una tragedia que se asienta en lo contra-natural en tanto que niega los principios de la lógica impuesta por el ciclo vital. Pero el suicidio se complejiza cuando al acto de finalización voluntaria de la biografía del joven se le suma el hecho de ser un talentoso y conocido artista. De esa forma acontece en el caso particular de Kurt Cobain (1967-1994) uno de los míticos músicos del llamado The 27 Club1. ¿Por qué? Es una de las preguntas que alternan con ciertas imágenes del recuerdo: las fotos de la escena del suicidio, la mirada melancólica que el espectador percibe mientras Cobain entona la canción de David Bowie: The man who sold the world durante el Unplugged que Nirvana ofreció para la cadena MTV en noviembre de 1993. La pregunta que formulo pretende asentarse sobre un desplazamiento que va desde un “por qué”, indecible e imposible de dilucidar, hacia un “cómo” que no pretende explorar la metodología usada por Cobain (como consta en su autopsia) aquella mañana del cinco de abril de 1994. El interrogante que guía esta lectura se propone dilucidar un “cómo” en tanto “arqueología de una decisión” al igual que un detective quien a partir de detalles, de indicios, pretende hacer visible la génesis de una determinación. No me interesa Kurt Cobain como figura pública, como estrella de la industria musical que los medios se han encargado de difundir a partir de videos, discos, entrevistas y fotografías, sino más bien la del “otro” Cobain, el de sus textos producidos en la intimidad, el de la descarnada sinceridad de aquel que decide poner por escrito una confesión que, pasada la instancia inicial de su escritura, espera que alguien (no sólo él mismo) lea.   
El hecho más representativo para la reflexión sobre esa intimidad del músico y que de alguna forma ha contribuido a cubrir los hiatos de esa inesperada muerte, acaso sea la publicación en 2002 de una selección de sus Diarios.2 En su totalidad abarcan desde 1988 a 1994 y ofrecen una mirada recortada e incompleta de un conjunto muy profuso de escritos personales producidos por el músico. Este material era conocido parcialmente por el público, a partir de las referencias a ellos en diferentes momentos en la biografía autorizada del cantante que Charles Cross publicó en 2001.3 No fueron pocas las polémicas que despertó tanto para Krist Novoselic y Dave Grohl, sus antiguos compañeros de Nirvana, como así también para muchos de los fans, el hecho de que Courtney Love haya cedido ese material para la publicación. Al margen de los cuatro millones de dólares que la viuda cobró por la venta de ese material su publicación permite, de forma incompleta, el conocimiento de parte de los escritos del músico.
La escritura que cualquier lector que se asome a los Diarios de Cobain puede advertir tiende a escenificar los temores que se originan en la angustia, en el sentimiento avasallante que ensombrece el alma del hombre y que se vuelve una puñalada ontológica que lo arrastra a una extrema individualidad y, consecuentemente, al acto de quitarse la vida. De modo que la sucesión de intervenciones escritas (diarios, graffitis, listas, consignas) se constituyen como una bitácora progresiva de un discurso agónico que lo conduce hacia la determinación final.
El suicida desafía el propio límite de su existencia y, al igual que el novelista que cree que puede mantener la pluma rígida y cortar la acción de un texto, el suicida cree que puede interrumpir la propia obra. La imaginería de los afectos y de las pasiones, la vida social, la familia, la música queda registrada en ese mosaico de escrituras donde la percepción epigonal de la existencia se vuelve materia narrable. Hay en esa lectura detallada de los papeles producidos una figuración diferenciada y autoreferencial del artista. No empleo el término “artista” de modo ingenuo, ni tampoco pretendo homologarlo livianamente al de “músico” o “escritor”, sino que lo uso tratando de pensar a la obra de Cobain más allá de sus textos confesionales, más allá de las letras que componía (cuyos originales manuscritos guardaba entre sus anotaciones personales) sino también en la cantidad de collages, instalaciones y objetos intervenidos que fueron dados a conocer recientemente en un libro que recopila las imágenes de esas producciones.4 De modo que la obra de Cobain resulta una textura mayor, un continuum formado de todos estos materiales y que tiene a su propio suicidio (con los anuncios y anticipaciones en varios de sus escritos) como obra final.     
La lectura de los cuadernos que contienen sus registros de vida exhiben en su materialidad las marcas de esa tensión oscilante entre lo público y lo privado, entre lo que se escribe “para sí” y lo que potencialmente (y la publicación es un hecho consumado de esa posibilidad) alguien más puede leer. Esos cuadernos donde Cobain escribió profusamente y donde durante muchos años se ven registrados sus humores, sus percepciones y sus amarguras. En esos testimonios de vida, que se plasman recurrentemente a partir de una montaña de cartas jamás enviadas, exhiben algún tipo de negación misma del diálogo, como una confesión que está allí presente y cuyo destinatario es conocido pero que jamás fue enviada. Esa tensión que mencionaba antes se plasma en las tapas coloridas de sus libretas de escritura. En la tapa de un cuaderno rojo marca Mead, Cobain anota: “If you read, You’ll judge”5mientras que en la primera página de otra de sus libretas escribe en tinta azul: “Don’t read my diary when I’m gone. Ok, Im going to work now, when you wake up this morning, please read my diary. Look through my things, and figure me out”6.
Cobain le habla a un destinatario imaginario pero cotidiano, espera que alguien que se supone próximo indague en esos papeles para tratar de armar un personaje a partir de las conclusiones que se exhiben en la impostura y la simulación que ha preparado a partir de sus textos. De modo que hay allí una cierta noción de la “vida puesta por escrito” como obra propia, o por retomar un enunciado de Roland Barthes, de la “vida como obra”.7 Hay en ese 'Cobain” de los diarios una insistencia constante en pensar esa “vida como obra” como una manifestación de la propia oscuridad y del padecimiento. Sus Diarios marcan esa caracterización entre violenta y frágil a partir de pequeños relatos o intervenciones en las que el deseo de muerte se edifica como una alternativa siempre frustrada (al menos hasta el texto final) de esa oprimente realidad. En una intervención muy temprana fechada hacia fines de 1989 y principios de 1990, Cobain remata la narración de un episodio en el que se cuenta su iniciación sexual:   
“One day after school, I went to her house alone. I invited myself in and she offered me some Twinkies and I sat on her lap and said “let’s fuck” — I touched her tits and she went into her bedroom and got undressed in front of me with the door open and I watched and realized that it was actually happening. I asked her if she’s ever done this before and she said ‘a lot of times, mainly with my cousin’ […] So on a Saturday night, I got high and drunk and walked down to the train tracks and layed down and waited for the 11:00 train and I put two big pieces of cement on my chest and legs and the train came closer and closer. It went onto the next track beside me instead of over me […] The train scared me enough to try to rehabilitate myself and my guitar playing seemed to be improving so I became less manically depressed, but still never had any friends because I hated everyone for they seemed so phony.”8
Este relato entreteje la traumática relación entre iniciación a la vida sexual con el sentimiento de culpa. El Cobain de la narración desconoce la verdad de los datos legales y cree ha abusado de una menor con retraso mental, aspecto que todos en instituto de Lakeside reafirman, planteando dos bandos contrapuestos: los que lo creen culpable y aquellos que lo defienden. ¿Cómo se purga la culpa de ese hecho en el relato? La alternativa de eso es tomar, fumar y a partir de ese borramiento de los límites de la conciencia, que no hacen más que exhibir su propia fragilidad, ensayar la determinación de colocarse en las vías del tren. Si bien este primer intento de suicidio se frustra, la propia narración lo lleva a poner en el centro de intelección a la sobrevivencia como el punto de partida para la “rehabilitación” que se articula en el texto. Rehabilitación no sólo en términos fisiológicos, sino en también en términos musicales. Así, la música, la guitarra se convierten en una alternativa, en una estrategia de aislamiento respecto ese mundo que se le revelaba como falso.    
Las letras, sus mensajes garabateados en las diferentes versiones de sus canciones, escenifican esa posibilidad de la salida de la angustia, de la expresión artística como una catarsis de ese mundo falso y hostil. Pero a la vez, su relación con el mercado siempre fue polémica, contradictoria y tensa. En otro pasaje de su diario, Cobain anota: “My lyrics are a big pile of contradiction, they’re split down the middle between very sincere opinions and feelings that I have and sarcastic and hopefully humorus rebuttles towards clichè-bohemian ideals that have been exhausted for years. I mean it seems like there are only two options for songwriters personalities either they’re sad, tragic visionaries like Morrissey or Michael Stipe or Robert Smith or theres [sic] the goofy, nutty white boy, Hey lets party and forget everything people like Van Halen or all that other Heavy metal crap. I mean, I like to be passionate and sincere, but I also like to have fun and act like a dork."9
Cobain no se siente en sintonía con ninguno de estos dos grupos estéticos. Ni en la sensibilidad trágica de unos, ni en la superficialidad ingenua de los otros, ve reflejada su particularidad. Su obra musical, su visión del mundo apunta a una sinceridad que no busca resumirse ni simplificarse, sino mostrarse compleja y contradictoria. Ser sensible y apasionado pero también divertirse como si su visión del mundo fuera la única que pudiera conjurar en la obra artística esa dualidad dolorosa.  
La madrugada del 3 de marzo de 1994, mientras realizaba su gira europea, Kurt Cobain se dispuso a morir una vez más. Rebotaba en su mente lo que un tiempo antes le había dicho el doctor Baker en el centro de desintoxicación de Canyon Ranch: en caso de prolongar su adicción a las drogas Cobain podría morir. Durante esa entrevista el músico homologó su caso al de Hamlet y el eco de eso se plasmó en la carta que escribió esa madrugada antes de tomarse sesenta pastillas de Rohypnol: “Like Hamlet, I have to choose between life and death.”10Esa carta nunca fue difundida, posiblemente porque Courtney Love no haya permitido que circulara. No obstante esta referencia, al igual que algunos otros pasajes, fueron recuperados por Cross en su biografía. Ese testimonio desconocido existe en la intimidad no revelada de ese archivo oculto y todavía desconocido de Cobain. De modo que esta primera carta de suicidio alterna con otro texto escrito unas horas antes: 
“He said, yes Larry as in Larry King when we were shooting the film we found the indigenous people of Alaska to be some of the most warm friendly, blah, blah, blah etc. Another retarded action adventure side of beef longing to portray himself as a distinguished actor. His P.R. man transcribed a basic English 101 course on a piece of paper and Jean Clod Goddammne actor man must have studied the Answers to the hallowing questions that Larry will be asking for at least week. Now that’s Entertainment: watching Sylvester Stallone fumble his way through an interview with that you duh Fred Flinstone accent while spewing out sentences that may be uh a really smart guy might say know with a lot of as well as, pertaining to, etc., blah. The indigenous people of Alaska? What are you fucking talking about? tThe Eskimos? or the drunken Redrieck settlers who never see sunshine who are up to their ball sacks with raw dead fish guts on a boat for 9 months of the year”11
La escena resulta no menos sintomática. Cobain en la cama del hotel, mirando el programa de Larry King y sintiendo desprecio por las declaraciones de Stallone, sea por el objeto del discurso, por la modulación de su forma lingüística. Esta reseña televisiva vuelve a proponer una crítica a la banalidad constitutiva de la sociedad del espectáculo, al vacío del show business al que el músico dirige diatribas de forma constante en muchos momentos de sus papeles personales. Ese texto conocido, esa mirada mordaz donde el actor no reflexiona sobre la complejidad subjetiva de esos pobladores, haciendo de su lectura un hecho superficial, torpe. Esa versión deprimente del medio alterna con el silencio de esa carta, alterna con la referencia al personaje de Shakespeare. El mundo al que Cobain pertenece, el del éxito, las giras y la música se le representa en su plena hostilidad a partir de esos dichos falaces y superficiales. De modo que esa reseña crítica, esa percepción como espectador, antecede a la determinación de optar por una muerte que lo saque de la escena. El corolario más significativo que hila la impronta hamletiana con el balbuceo televisivo es la declaración formal de los medios acerca de la muerte de Cobain. Si bien es cierto que las esperanzas de que se salvara aquella madrugada al llegar al policlínico Umberto I eran escasas, unos días después y contra el pronóstico de los medios, el cantante de Nirvana presentó una mejoría sorprendente.     
Si aquella carta redactada en la madrugada de furor en Italia puede ser leída como el ensayo de una escritura testimonial de la muerte voluntaria, el episodio que Cobain protagonizara el 18 de marzo de ese año puede entenderse como una anticipación de la muerte, ya no como texto, sino como acción. Encerrado en su dormitorio, el cantante se llevó a la cabeza un revólver calibre 38. Estos dos episodios que resumen texto y arma, es decir epílogo y tecnología para la muerte configuran la anticipación de lo que aquella mañana del viernes 8 de abril, el electricista Gary Smith encontró dispuesto en el suelo del invernadero. Allí, junto a su cuerpo muerto, se hallaba una escopeta y una nota. La autopsia reveló que Cobain murió de un disparo en la cabeza el cinco de abril por la mañana. Como si se tratara de una versión más acabada de esos ensayos previos, la escena final de la muerte exhibía rasgos comunes respecto de aquellos intentos. Borradores de la escena: la carta, al igual que la ocasión en el Hotel Excelsior, y el tiro en la cabeza como si se tratara de una versión final del intento llevado a cabo un mes antes.    
Cobain expone en las líneas manuscritas de la carta hallada al lado de su cuerpo yaciente una declaración final de su padecimiento:
“Speaking from the tongue of an experienced simpleton who obviously would rather be an emasculated, infantile complainee. This note should be pretty easy to understand. All the warnings from the punk rock courses over the years. Since my first introduction to the, shall we say, ethics involved with independence and the embracement of your community has proven to be very true. I haven't felt the exitement of listening to as well as creating music along with reading and writing for too many years now” 12
La pérdida de un interés genuino en la música, como contrapartida de ese deseo inicial (en tanto alternativa o rescate), que había experimentado en el suicidio fallido en las vías del tren varios años antes. A la vez que, en el momento final, se descree de los principios ordenadores del Punk. Sin fe en el arte, sin fe en la cosmovisión ideológica de un movimiento, el cantante se encuentra solo frente a su destino y frente a su decisión. Pero esa determinación se modula en un reclamo, en un reproche hacia la propia imposibilidad de la creencia: “There's good in all of us and I think I simply love people too much, so much that it makes me feel too fucking sad. The sad little, sensitive, unappreciative, pisces Jesus man! Why don't you just enjoy it? I don't know. I have a goddess of a wife who sweats ambition and empathy and a daughter who reminds me too much of what I used to be.”13 Y continúa: “Since the age of seven I've become hateful towards all humans in general. Only because it seems so easy for people to get along, and have empathy. Empathy! Only because I love and feel for people too much I guess. Thank you all from the pit of my burning nauseous stomach for your letters and concern during the past years. I'm too much of an erratic, moody baby! I don't have the passion anymore and so remember, its better to burn out than to fade away. peace, love, empathy. Kurt Cobain”14
Quemarse es la clave para leer la obra de arte que ha dejado el suicida y será repetida como un Ars poetica que echa luz sobre la profecía autocumplida del artista. Y así como la figura de Hamlet le había ofrecido una disyunción posible para aplacar su angustia y realizar su efecto liberador, la última carta evoca una referencia a la canción Hey, hey, my, my (Into the black) de Neil Young. Si la carta propone un decálogo o mensaje a un auditorio mayor, el cierre a modo de un post-scriptum, que en el texto de Cobain se manifiesta con una letra menos contenida, amplia, expansiva y nerviosa, ofrece una despedida familiar. Ese espacio está reservado para el mensaje destinado a su esposa como un legado íntimo y diferenciado: “Frances and Courtney, I'll be at your altar. Please keep going Courtney. For Frances. For her life which will be so much happier without me. I love you. I love you!”15
En el remate de este texto final Cobain construye una imagen: la de la viuda y de la hija frente al altar del difunto. Como si el muerto que acompaña a esa carta quedara suspendido como una “deidad” desaparecida, como una pieza de museo. El suicida no puede escribir después del acto que lo eleva a dicha categoría. Es inenarrable ese hiato emergente entre el texto y el cadáver, el momento intermedio que marca un sendero entre lo que el texto promete y lo que el cadáver ejecuta. Entre el final de la escritura y la ejecución del disparo, no hay más que un tumultuoso conjunto de dudas. Esas mismas dudas son las que fueron articulando diversas hipótesis —algunas de ellas más conspirativas que otras— acerca de los verdaderos motivos de la muerte del cantante. ¿Asesinato? ¿Suicidio? Esas dudas persisten.16
La lectura que he realizado parte de una intuición que espero haya sido presentada como una verosímil posibilidad de interpretación: los escritos de Kurt Cobain se encuentran plagados de fantasías de finalización de propia vida. En la andadura de sus páginas, se puede leer el modo en el que el cantante va diseñando una bitácora, una narración en la que reflexiona sobre la muerte y que se complementa con las dos cartas finales, la de Italia y la que se encuentra junto al cuerpo. Ese conjunto emerge como una obra escritural que construye una progresión hacia el suicidio. En los textos de Kurt Cobain, como se ha visto, la escritura es una suerte de clínica, una especie de storyboard donde lo textual es un ensayo o borrador de la acción. El cuerpo muerto es finalmente el texto epigonal, el cadáver que concluye como signo lo que la escritura voluntariosa del fantasma suicida articulaba como deseo y anticipación. De modo que hay en la lectura de estos papeles personales un “borrador de la muerte” que se deja leer en lo laborioso y que dialoga con el rostro imperecedero, con esos ojos azules perdidos, con ese semblante eterno de una obra congelada en el tiempo. Al contemplar cualquiera de las miles de fotografías de Cobain todavía pueden verse, tras las marcas de una belleza incorruptible, los vaivenes de un dolor inmortal. 
 



[1]Otros músicos que lo integran son: Brian Jones (guitarrista de los Rolling Stones, ahogado en una piscina); Jimi Hendrix (muerto por complicaciones de alcohol y pastillas); Janis Joplin (sobredosis de heroína); Jim Morrison (guitarrista de The Doors) Cobain fue añadido con posterioridad. Sobre esto véase: Segalstad, Eric y Josh Hunter, The 27s: The Greatest Myth of Rock & Roll, Samadhi Creations, 2009. 
[2]Cobain, Kurt, Journals, Penguin, 2002. (Reimp. Paw Prints en 2008) Existe una deficiente edición española que resulta de la selección de una selección de su versión original en inglés: Diarios, Barcelona, Mondadori, 2003.
[3]Cross, Charles, Heavier than Heaven. A biography of Kurt Cobain, Hyperion, 2001. Existe traducción en castellano (Debolsillo, 2006)
[4]Cross, Charles, Cobain íntimo, Madrid, Caelus, 2008.
[5]Las citas fueron tomadas de la edición inglesa de los Diarios que ofrece una trascripción de los facsimilares en sus páginas finales (pp. 275-278)Todas las traducciones me pertenecen: [Si lees, Juzgarás]
[6][No leas mi diario cuando me vaya. Bueno, ahora me voy a trabajar. Cuando te levantes esta mañana, lee mi diario. Mira mis cosas y trata de entenderme]
[7]Barthes, Roland, La preparación de la novela, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
[8][Así que un día al salir del instituto fui a su casa solo y me autoinvité a entrar. Ella me ofreció unas magdalenas y, en un momento dado, me senté en su falda y le dije ‘Vamos a coger’ y le toqué las tetas y ella se metió en su cuarto y se desnudó adelante mío con la puerta abierta y mientras me miraba me di cuenta de que aquello estaba ocurriendo de verdad, así que intenté cogérmela pero no sabía cómo y le pregunté si había hecho aquello antes y me dijo que muchas veces, sobre todo con su primo […] Así en sábado a la noche me puse del orto por tomar y fumar y bajé por las vías del tren, me tiré y esperé a que pasara el tren de las once, poniéndome un par de bloques de cemento encima del pecho y las piernas, y el tren se fue acercando cada vez más y más. Y en lugar de pasarme por encima, siguió por la vía que estaba al lado mío […] El susto del tren me afectó lo suficiente como para que tratara de rehabilitarme, y parecía que mis dotes para la guitarra iban mejorando así que me fui volviendo cada vez menos maniaco-depresivo, aunque seguí sin tener amigos porque odiaba a todo el mundo, por lo falsos que eran]   
[9][Mis letras son un gran montón de contradicciones. Se dividen en partes iguales entre opiniones y sentimientos sumamente sinceros y refutaciones sarcásticas y humorísticas, espero, hacia los estereotipados ideales bohemios desfasados desde hace años. Y es que parece que un compositor de canciones no tiene mas que dos maneras de ser: o la propia de visionarios tristes y trágicos como Morrisey, Michael Stipe o Robert Smith, o la del típico chico blanco alelado e ido de la olla que va de “eh, vamos de joda y olvidémonos de todo”, gente como Van Halen o la demás mierda del heavy metal. En fin, a mí me gusta ser apasionado y sincero, pero también me gusta divertirme y hacerme el imbécil.]
[10][Como Hamlet, tengo que elegir entre la vida y la muerte]
[11][Sí, Larry –dijo él dirigiéndose a Larry King. Durante el rodaje de la película descubrimos que la población indígena de Alaska era una de las más cariñosas, amables, etcétera. Otro trozo de carne idiota del cine de acción que se esmera en dar una imagen de actor distinguido (…) Sí, señor, eso es espectáculo, ver cómo Sylvester Stallone se abre paso a ciegas en una entrevista con un acento a lo Pedro Picapiedra mientras vomita frases para estar a la altura de un tipo inteligente de los que se expresan con un montón de ‘concerniente a’. Bla Bla. ¿La población indígena de Alaska? ¿De qué carajo está hablando? ¿De los esquimales? ¿O de los colonos Redrieck borrachos que nunca ven la luz del sol y se pasan 9 meses del año metidos en una lancha con vísceras de pescado hasta las pelotas?]
[12][Hablando como el estúpido con gran experiencia que preferiría ser un charlatán infantil castrado. Esta nota debería ser muy fácil de entender. Todo lo que me enseñaron en los cursos de punk rock que he ido siguiendo a lo largo de los años, desde mi primer contacto con la, digamos, ética de la independencia y la vinculación con mi entorno ha resultado cierto. Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco escribiéndola]
[13][Hay bien en todos nosotros, y pienso que simplemente amo demasiado a la gente. Tanto, que eso me hace sentir asquerosamente triste. El típico Piscis triste, sensible, insatisfecho, ¡Dios mío! ¿Por qué no puedo disfrutar? ¡No lo sé! Mi mujer es una diosa llena de ambición y comprensión y mi hija me hace acordar a lo que yo solía ser.]
[14][Desde los siete años odio a la gente en general...Sólo porque parece que a la gente le resulta fácil relacionarse y ser comprensiva ¡Comprensiva! Sólo porque amo y me compadezco demasiado de la gente. Gracias a todos desde lo más profundo de mi estómago nauseabundo por sus cartas y su interés durante los últimos años. Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión, y recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión. Kurt Cobain]
[15][Frances y Courtney, estaré en su altar. Por favor, Courtney, sigue adelante por Frances, por su vida que será mucho más feliz sin mí. Los quiero ¡Los quiero!]
[16]Parte de esas investigaciones y todas las hipótesis sobre la muerte del cantante pueden encontrarse en el exhaustivo archivo documental recopilado en el sitio web: “Justice for Kurt” (http://www.justiceforkurt.com)

Abril 2014