Stalin es un cabrón

escribe Urco▹
¡Conozca al argentino en la tragedia! Desde el fútbol hasta la revolución, la Patria se ensancha: Victorio Codovilla se hace presente para demostrarnos de qué estamos hechos.


A los argentinos nos gusta sentir orgullo por lo nuestro. Nuestra tierra fértil hizo crecer muchas de las joyas más codiciadas del planeta, pero ni con tener al mejor futbolista de todos los tiempos y al primer Papa sudamericano nos alcanza para calmar las aguas tumultuosas de nuestro orgullo. Vengo a comentar, a partir de este humilde artículo y sin más preámbulos que los que preceden a estas líneas, que en el año 1940 el destino, o mejor dicho el señor Victorio Codovilla, nos hizo partícipes del asesinato de uno de los últimos líderes revolucionarios que tuvo el marxismo y la Revolución Rusa: Lev Davídovich Bronstein, conocido mundialmente como León Trotsky.
A partir de la revolución de Octubre, en la mayoría de los países mínimamente industrializados como la Argentina, se produjo la primera escisión partidaria de la izquierda —no la última, claro está. En pos de mostrar simpatía por la recientemente consagrada Tercera Internacional, nace en el año 1918 en nuestro país el Partido Comunista Argentino (PCA), fundado en gran parte por ex miembros del Partido Socialista Argentino (PSA). Victorio Codovilla, que fue ante todo un gran estalinista, participó en dicha escisión y mostró desde un principio su ímpetu doctrinariamente burocrático. Ya en el año 1921 formaba parte del Comité Central y sobre el final de la década del treinta fue elegido miembro del Secretariado Latinoamericano y del Británico-Americano del Congreso Extraordinario de la Internacional Comunista.
Para fines de ésa década, muerto Lenin y expulsado Trotsky, con las colectivizaciones agrícolas prácticamente finalizadas y las disidencias eliminadas, por fuera y por dentro del Partido, la Unión Soviética se constituía como todo un aparato burocrático establecido. No es el objetivo de esta nota analizar si la URSS de 1930 fue obra de casualidades extrañas del destino o del maniático que quedó en el poder a partir de entonces, ni tampoco si cualquier dogmatismo lleva a sus seguidores a alejarse de la realidad o del ‘pueblo’, en otras palabras; lo cierto es que desde esa fecha en adelante la URSS pasó a tener entre sus objetivos principales el expansionismo económico a ultranza, dejando de lado a toda la humanidad. Persecución y asesinato comenzaron a ser moneda corriente en un Estado que había pretendido dejar de ser tal en algún momento y que pretendía bajar de los cielos una sensación hasta entonces extraña al ser humano: la libertad.
Frente a esta situación, el PCA y la mayoría de los partidos comunistas del globo se vieron obligados a asumirse como estalinistas, desconocer las situaciones que atravesaban sus compañeros disidentes y adherirse fielmente a las órdenes que bajaban del Kremlin. O bien, hacer una nueva escisión en la izquierda marxista —no la última, claro está— y adherirse a las nuevas corrientes de izquierda como el trotskismo, el leninismo o, más tarde, el maoísmo. Nuestro agasajado protagonista, que se sumó a las filas del estalinismo, fue enviado como agente de la Tercera Internacional a la Segunda República Española a perseguir y asesinar militantes anarquistas y trotskistas y a cualquier opositor a las decisiones de la nueva cúpula del Partido Comunista Español (PCE). Eran, en definitiva, las decisiones del Kremlin. Codovilla no lo hizo por fama, ni por el orgullo de todos los argentinos, ni para evitar que otro país se diera el gustito, ni tampoco para que un aficionado de la letra chiquita del marxismo escribiera un artículo sobre él muchos años después de su muerte.
Ahora, a lo que nos compete. Poco tiempo después, Codovilla viajaba a México para organizar, junto a otros agentes soviéticos, el asesinato de Trotsky. Tal vez por el afán de poder, tal vez por su amor ciego a la peculiar interpretación del marxismo que es el estalinismo; tal vez, quién sabe, por muchas otras cosas: no se puede reducir la vida de un hombre a una sola mirada. Los dirigentes del Partido Comunista Mexicano (PCM) no eran trotskistas, pero ciertos militantes entendían que asesinar a uno de los mayores referentes de la revolución que planeaba cambiar la historia del siglo XX, tenía un costo político gravísimo. Hernán Laborde, por ejemplo, simpatizaba en muchos aspectos con la política estalinista. Laborde, sin embargo, pudo ver en Trotsky algo más que una orden a cumplir, pudo ver a través de él y proyectar lo que hubiera sido participar en semejante magnicidio. Laborde, querido lector, no pudo con la idea de ser el protagonista de esta nota; no quiso soportar la responsabilidad de, aún después de muerto, formar parte de una revista de la talla de El Pez Digital. Fue entonces que le largó una frase sentenciadora a su amigo y compañero militante Valentín Campa: confesó sus pareceres izquierdistas y le dijo que Stalin era un cabrón1, caracterización peculiar y acertada.
León Trotsky se mantuvo despierto doce horas antes de que su vida llegara al final luego de que el agente de la NKVD Ramón Mercader le clavara un picahielo en la cabeza. Laborde y Campa fueron expulsados del PCM y difamados a posteriori, cosa que no impidió que siguieran su carrera política por otros medios. Pero, ¿qué fue de nuestro Victorio Codovilla? Regresado a la Argentina, nos dará un párrafo más para sorpresa del lector y deleite del escritor. Codovilla, encabezando nuevamente la conducción del PCA, no pudo más que entablar relaciones no carnales pero sí amistosas con la UCR, motivo por el cual sería luego censurado, detenido, encarcelado en Río Gallegos y liberado, todo esto gracias al gobierno peronista de 1945.
Quien escribe forma parte de esta sociedad tan especial que somos los argentinos, y más específicamente forma parte de la sociedad orillera y portuaria que habita en Buenos Aires. Por ende —y como buen porteño—, no sólo estoy orgulloso de los argentinos sino que también me gusta darle una vuelta de tuerca a las historias que no nos atraviesan pero nos pasan cerca. En otras palabras, lector, quiero decirle que soy el responsable de haberle dado un empujoncito al señor Codovilla para incluirlo en nuestra destacada nacionalidad, sólo para no quedarnos afuera de la competencia feroz que se lleva a cabo día a día para conseguir un poco de protagonismo a nivel mundial. Porque Victorio en realidad se llama Vittorio y porque il signore Vittorio Codovilla nació en realidad en Ottobiano, un comune de la Provincia de Pavía, al norte de Italia. Pero no se asuste lector, rimanga tranquillo: todavía podemos hacernos eco de nuestro dirigente comunista, porque en el año 1924 le fue dada la ciudadanía argentina y, al igual que Gardel, forma parte desde entonces y para siempre de las filas argentinas de la relevancia.  


1. CAMPA, V. (1978), Mi testimonio, memorias de un comunista mexicano.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Abril 2014