Cuestión de fe

escribe Laila Desmery▹
Nuestra colaboradora estuvo en Italia y nos cuenta sus aventuras en la Ciudad del Vaticano. Llegó a sacarle una foto al Papa argentino y todo.


Si son lo que tienen que ser, ¡prenderán fuego el mundo entero!
Juan Pablo II[i]


Miércoles 5 de febrero, audiencia oficial en la Plaza de San Pedro y San Pablo, Roma, Italia. 11.38 a.m. La chica de tapado celeste llora conmovida. La muchedumbre se abalanza sobre las rejas. Zarandean rosarios, sacan fotos. Se canta y se reza. A la gente no le importa la lluvia. Llaman a Francisco y él responde con calidez… pero finaliza el acto y todo el alrededor es frívolo.
 Gracias a una señora, logro hacerle llegar al Papa una nota, de la cual no espero ya una respuesta. Pues, ¿dónde se encontraba el famoso mensaje de amor que promueve la Iglesia? Ciertamente no en esa escena montada. Más bien, vi ese valor en un hombre mucho más ‘pequeño’: H., un empleado del Estado Vaticano.
La mañana anterior, mientras deliberaba si subir hasta la cúpula de la Basílica de San Pedro o no, un empleado de uniforme azul frenó y me preguntó cómo estaba. Mi cansancio era evidente: respondí y me presenté. Acto seguido, estrechamos manos. “Piacere, H.” Justo cuando estaba a punto de pagar, reapareció este personaje. Con un abracadabra a la italiana me hizo saltar discretamente la fila y ahí estaba subiendo los quinientos cincuenta escalones a la cúpula más alta del mundo. H. me acompañó a lo largo de mi visita y me describió su trabajo dentro de esos secretos pasillos: los ritos, la seguridad, las peculiaridades e historias… ¿Quién diría que ahí trabajan más de tres mil personas, que detrás de tal puerta estaba el paño de Santa Verónica en una caja fuerte sólo abrible con cinco llaves distintas, simultáneas y sucesivas? Mientras relataba sus vivencias, charlaba y reía alegremente junto a sus compañeros y los visitantes. Así, el infranqueable estado empezó a ser más humano. Era de un interior fascinante.
Y sin embargo, durante la audiencia, los muros quieren ser de piedra. Los cardenales no saludan. Una cruz de oro reposa intocable en el centro. La pobreza está justo a la vuelta: detrás de las columnas de la Plaza, hay un hombre durmiendo entre bolsas bajo el techo de un negocio de souvenirs. Pregunto si es posible hacer algo y las respuestas de dos sacerdotes fueron que sí pero que “también en los tiempos de Jesús había habido gente así” y que si estaba ahí, era por algo y “nada puede hacerse”.
Más tarde el Papa ingresa, muy sonriente, entre los convocados en la Plaza; luego da una dogmática catequesis. Rondando está H., quien se acerca a traer jugo y chocolate. Le comparto mi aflicción. Entiende perfectamente, lo vive todos los días y ha de ver injusticias más hipócritas. Aun así me regala un rosario.
Me impresiona la perseverante fe de ese hombre.



[i] Tor Vergata, 20 de agosto de 2000 (cita de Santa Catalina de Siena)

Fotografía por Laila DesmeryMayo 2014