Mira tu serie

escribe Antonio Doval▹
¿Internet le ganó a la televisión? Descúbralo usted mismo, si se anima.


“¿No te das cuenta? ¡¿No te das cuenta?! ¡Quiere decir que Internet ganó!” Así de eufórico fue un compañero redactor de esta revista cuando hace poco charlábamos en un pasillo de la facultad al respecto de las series originales de Netflix. La victoria anunciada se debía al parecer al estreno conjunto de las temporadas enteras, en vez de la publicación por capítulos semanales, como se hace siempre. Viendo la violenta violación de la norma de la serie televisiva, sin duda había allí una buena excusa para anunciarlas buenas nuevas: ¡internet ganó! “Bueno, pero entonces ¿qué quiere decir esto?” le contesté, “¿Internet le ganó a quién? ¿A la televisión? ¿Por qué?”
“¡Claro que ganó internet!” aseguró, para mi sorpresa, un tipo que pasaba por ahí, asomando la cara desde atrás de un pilón de hojas, libros y cuadernos que venía cargando. Volcando estruendosamente su carga en el suelo, agarró una hoja del montón y se dispuso a iluminarnos: en el país el número de hogares con televisión por cable y el número de familias con internet está ahora cada vez más cerca[i], y el acceso a internet crece año a año. “Igualmente —concluyó el muchacho— no creo que hagan falta datos duros para saber que la gente pasa hoy en día mucho más tiempo frente al monitor que frente al televisor.”
Entonces los números dicen que la gente usa cada vez más la computadora, pero eso no es a lo que iba mi compañero. Él hablaba específicamente de las series. Y en este sentido, ¿dónde está el triunfo? A riesgo de sacar conclusiones exageradas de un comentario de pasillo, me atreví a decir que a mi parecer el meollo de la cuestión no parece encontrarse en poner un medio por sobre otro, sino en la consecuencia que esto trae, en cuanto a la aparición de un estilo nuevo dentro del género de la serie. Mi amigo tampoco tuvo tiempo de contestarme esta vez porque enseguida un grupo de siete muchachas —tres de las cuales llevaban mate y termo entre los brazos— se abalanzó sobre nosotros recitando a coro: “¡Los géneros discursivos son tipos temáticos, composicionales y estilísticos de enunciados determinados y estables! ¡El estilo tiene que ver con determinadas formas de estructuración de una totalidad, (...) y la relación que se establece entre el hablante y otros participantes de la comunicación discursiva!”, después de lo cual se fueron todas tan rápido como llegaron, salvo una, que parecía más tímida y ante nuestra mirada atónita balbuceó: “Creo que… los ge-géneros discursivos son, o sea, eem… son co-correas de transmisión entre la historia de la so-sociedad y la historia de la cultura[ii]”, y también ella desapareció corriendo, volcando su mate en el proceso.
Sin poder decir palabra, me quedé parado pensando en una historia (incomprobable, desde ya) que hace poco había escuchado o leído por algún lado. Era sobre un joven que va a visitar a su madre, a quien no ve hace mucho tiempo y de quien vive muy alejado. Al llegar sólo consigue hablarle durante un momento, tras el cual, para sorpresa del muchacho, su madre prende el televisor y se pone a ver un programa. El joven protesta indignado. “¡Pero es la novela!”, contesta la señora. “Si no miro la novela no voy a tener de qué hablar en toda la semana, ¡todos ven la novela! ¡No me puedo perder la novela!”, y el pobre hijo se marcha decepcionado.
Volviendo al tema, lo particular es, por un lado, la manera en que cambia la estructuración de la partes, porque aparece la posibilidad de consumir todo junto en vez de por capítulos. Y por otro lado, quizá más interesante todavía, está el cambio en la relación con otros participantes de la comunicación discursiva, que transcurre dentro de internet donde la interacción con la comunidad es amplísima, inmediata y no requiere cambiar de medio. La historia de la pobre señora que ignora a su hijo es un buen ejemplo de cómo es esta interacción en el plano de la serie por televisión.
“¡Ey!”, dijo alguien. “¿No te parece?”, “¿Qué? ¿Qué cosa?”, dije yo. “Que la relación del espectador con el resto de la audiencia se revolucionó por completo gracias a internet y eso trajo fuertes modificaciones en la manera en que las series se hacen y consumen”. Asentí pensativo, todavía con la pobre vieja en la cabeza. Claro, primero tuvo que cambiar la interacción (la mujer que no se podía perder la novela dejó paso a los espectadores que postean fotos y frases de los últimos capítulos en Facebook) y recién después llegó el cambio de estilo. Este cambio es evidentemente un reflejo de un cambio histórico y social, como decía la chica tímida del mate. Alguien más apareció desde otro lado y dijo: “de todos modos, que se genere comunidad en torno a una audiencia no es algo nuevo. Desde el diario hasta la tele, la cultura siempre devolvió cultura: en la forma de cartas de lectores en los medios impresos o llamadas al aire en radio o televisión, ponele.” Para ese momento me di cuenta de que se había formado a mi alrededor un gran tumulto de gente discutiendo más o menos de cualquier cosa, y para colmo ya no encontraba a mi interlocutor original. Un barbudo de anteojos redondos expresó su desacuerdo gritando desde lejos: “¡Pero es distinto! El diario, la radio y la televisión nos sitúan en un presente en común, claro, pero con internet lo que pasa es que hay una interacción entre espectadores muchísimo más directa e inmediata, y permite un vínculo mucho más dinámico y participativo entre la audiencia. No son ya meros consumidores.” Enojado, alguno lo increpó “¡un vínculo dinámico tengo con tu abuela, salame! ¿Sabés cuantos empresarios controlan los medios de comunicación? ¡Los contás con las manos!” Cerca mío estaban más de acuerdo con el barbudo: “Si, monopolio, hegemonía, blablablá, pero es cierto que no podemos dejar de lado la enorme cantidad de meta-contenido (blogs, páginas de Facebook, fan-art), que genera en realidad un cierto grado de participación activa en el proceso creativo de la ficción en sí misma.”
“¿A vos te parece que los que escriben las series ven las imágenes como esa donde le ponen la cara de Evita a la princesa rubia de Game of Thrones? ¡Es genial!” contestó mi amigo perdido, reapareciendo entre la turba. Concluimos en que la discusión no podía seguir así y, esquivando los libros que volaban para todos lados, entre gritos e insultos intercalados con tesis semiológicas sobre la vida posmoderna, nos escabullimos hacia afuera.
“¿Lo que te sorprende a vos es cómo cambió la estructuración de las partes?” le pregunté, mientras cruzábamos la primera avenida. “Y, pensá esto: si no existiera la posibilidad de ver los capítulos por internet —legal o ilegalmente—, ¿tendrían los programas populares tanto éxito como tienen? Igual hay que marcar la distinción entre las series propiamente dichas, en las que cada capítulo empieza y termina (Friends o Dr. House por ejemplo), y los seriales, donde si no seguís la historia no entendés nada viendo un capítulo aislado (Lost, Breaking Bad). Las primeras estaban hechas especialmente para la tele, para que sin importar a qué hora prendas, siempre puedas encontrar algún canal pasando, por ejemplo, Los Simpsons, que es la epítome del género: los personajes y el mundo a su alrededor no envejecieron en veinticinco años y ni siquiera guardan rencores por eventos pasados en otros capítulos. Esta idea de poder prender el televisor y ‘enganchar’ un programa por primera vez sin perderse de nada es la base del formato episódico”. Tomábamos colectivos distintos y estábamos llegando a la parada del suyo. Pregunté: “Entonces, ¿te parece que el éxito de los seriales se lo deben a internet?” Hurgando su mochila en busca de la SUBE, viendo que el colectivo se acercaba, dijo: “Yo creo que es lógico que el formato serial haya crecido primero con la posibilidad de conseguir los capítulos en DVD, y mucho mucho más con la posibilidad de verlos en cualquier momento por internet. Arrested Development o House of Cards (series originales de Netflix) probablemente están hechas pensando en que el espectador va a tener la posibilidad de verlas de corrido y cuando quiera, sin la necesidad esperar semanas enteras”. Mientras paraba el colectivo por mi compañero, que todavía buscaba la tarjeta, argüí: “¿Esas series son a internet lo que Los Simpsons a la tele?”. “Exacto, las series hechas para internet son, cada vez más, la consagración del género serial. ¡Son películas por partes!” gritó él por fin, mientras el colectivo se alejaba hacia Saavedra[iii].


[i] Si realmente te importa: once millones de hogares con internet en marzo 2013 según INDEC (70% aprox.). 80% de hogares con TV paga según LAMAC en el mismo año.
[ii] Lo que dicen todas las muchachas: Bajtín, Mijaíl. El problema de los géneros discursivos en “Estética de la creación verbal”. Donde dice “cultura”, en el original dice “lengua” pero la jodita de la lingüística es que a veces aplica para toda la cultura así que estoy perdonado.
[iii] Los hechos y/o personajes de esta nota son ficticios, pero cualquier similitud con la realidad no es del todo  coincidencia.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Mayo 2014