Ted para El Pez

escribe Nacho Castillo▹
El estudiante de música nos lleva a recorrer la vida y la obra del guitarrista Ted Greene, un mártir oculto de las seis cuerdas con el amor y la entrega a sus convicciones como estandarte. 


14 de agosto de 2005. En un salón de North Hollywood, California, más de setecientas personas (entre las que se encuentran familiares, amigos, seguidores y alumnos) se reúnen para despedir y homenajear al guitarrista y docente norteamericano Ted Greene a veinte días de su paso a la inmortalidad, luego de ser encontrado muerto de un ataque al corazón.

20 de abril de 2014. En una habitación de un departamento en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un estudiante de música deja las seis cuerdas a un costado y se propone pensar cómo es que un tipo cuyo único registro discográfico consta de una placa editada hace 37 años puede ser, aún tanto tiempo después, una figura trascendental para los guitarristas de todo el mundo.


Lo único verdaderamente valioso, según mi opinión, en el mecanismo de la sociedad humana, no es el Estado, sino el individuo creador, el individuo que siente, la personalidad: es ella sola la que crea lo noble y lo sublime.
(Subrayado anónimo en una edición usada de Como veo el mundo de Albert Einstein)


Fue en la primera edición del disco Solo Guitar de 1977 donde el guitarrista norteamericano dejó su testimonio musical más fiel. Ocho tracks, casi treinta y tres minutos de duración: clásicos de Gershwin (el medley Summertime/It Ain't Necessarily So, They Can't Take That Away From Me), show tunes varias (Just Friends, Ol' Man River, Watch What Happens, Send In The Clowns, A Certain Smile) y un tradicional irlandés (Danny Boy) comprenden el álbum que con el paso del tiempo devendría legendario. No es casual. Quienes en ese momento se enfrentaron por primera vez a las grabaciones expresaron su descrédito acerca del título. Es que, para ese contexto, los novedosos experimentos con guitarras sobregrabadas que Les Paul había puesto en juego en los dúos junto a su esposa Mary Ford (y que tenían antecedente en una grabación de Sidney Bechet en plan one man band haciendo el multi-grabado The Sheik Of Araby) ya no eran tan novedosos. Bill Evans había hecho lo propio también, al piano, en su Conversations With Myself de 1963. El oyente medio sentía, entonces, la amarga sensación de estar siendo ‘engañado’ una vez más. Sin embargo, quienes habían presenciado a la leyenda en persona tenían bien en claro que esa fiesta polifónica que sonaba por los parlantes de los equipos de audio era, en efecto, una guitarra sola. Los distintos planos son clarísimos: el walking de un contrabajo por acá, algunos acordes pianísticos por allá, la voz cantante bien al frente. Todo ese intrincado diálogo de profundísimo sonido oscuro desprendiéndose de nada más que diez dedos, seis cuerdas y un amplificador. Todas primeras tomas.
Para entender lo revolucionario de este fenómeno, es importante ahondar un poco en  la historia de la guitarra solista. Sin entrar en el ámbito académico (donde la figura de Andrés Segovia es fundamental), podemos remitirnos a las primitivas grabaciones solistas de Eddie Lang o Johnny St. Cyr y al posterior desarrollo que hicieron George Van Eps, Lenny Breau o Joe Pass para dar cuenta con los propios oídos lo significativo de los avances técnicos de Greene. La historia de la guitarra es, en sí misma, delicada. Hablamos de un instrumento cuya identidad contemporánea es claramente hija de la modernidad, que tuvo su renacimiento pleno en el siglo XX y que fue sin duda clave para el desarrollo de muchas de las músicas populares occidentales. Podemos también remarcar la facilidad para el aprendizaje desde un punto de vista gráfico, su accesibilidad económica o su portabilidad; aunque también conocemos bien sus límites (poca sonoridad en comparación con otros instrumentos o las claras dificultades técnicas para el manejo de voces simultáneas —la pica con el piano entre instrumentos armónicos siempre presente). Si siguiésemos haciendo por un rato puesta en común podríamos llegara muchísimos elogios más para nuestro querido instrumento. Y, sin embargo, estaríamos todos de acuerdo en que lo bueno que mencionamos es también lo que la condenó a un bastardeo que aún hoy, en algunos espacios un tanto resentidos de cambio, continúa. 
Es verdad: la viola, compañera en este viaje, se presta fácil para la chacota. Anyone can play guitar y todo eso. Que la gente se enamore de mi voz. Celebrémoslo (¡un instrumento para todos y todas!), pero sepámoslo: hay mucho más en ese pedazo de madera encordado que los cuatro o cinco acordes que nos dejaron en una sobremesa de asado. Y es deber, si la bota nos queda, mirar para atrás al trabajo de tipos como Ted Greene que nos empujan a llevar todos esos límites previamente mencionados cada vez más lejos.  
Nacido el 26 de septiembre de 1946 (la misma fecha que el ya mencionado George Gershwin, pero casi cincuenta años después) en Los Angeles, California, Ted Greene recibió como regalo de su padre su primer instrumento a los 11 años. Creció en White Plains, New York, en plena posguerra, mamando en vivo y en directo las músicas que lo rodeaban: Broadway, el blues y el rhythm and blues, la música orquestal. En 1963, de vuelta en su California natal, comenzó la carrera docente que sostuvo hasta el final de su vida, primero como empleado en un local de música, luego de manera particular en su casa. De ahí en adelante y hasta su muerte en julio de 2005, no hubo más grabaciones oficiales que la previamente reseñada y las presentaciones en vivo fueron (muy) pocas. La difusión de los descubrimientos y las ideas con las que inundaba un sinfín de cuadernos que se convertirían en su propio material bibliográfico y biográfico comenzó a ser el eje central de su vida.   
Resulta pertinente la aclaración: La (re)construcción de la figura que representa Ted Greene, para quienes no lo conocimos, para quienes no son ni serán contemporáneos a su presencia física, no se da mediante la investigación periodística (las entrevistas, por ejemplo, son casi tan escasas como las grabaciones de estudio) o el análisis de su “obra musical” (que para colmo es muy poca: algunas grabaciones extraoficiales se suman a su debut y despedida discográfica de los setenta) sino mediante el recorrido por las recopilaciones post mortem que su compañera de toda la vida, Barbara Franklin, hizo de todos sus garabatos personales y los audios y videos que sus alumnos (que viajaban de todas partes del mundo para estudiar con el maestro) grababan en sus clases y clínicas. Es acá donde se puede ver al brillante Greene en su máximo esplendor. Internet, una vez más, hace de las suyas: en el sitio oficial, que la susodicha mantuvo actualizado hasta un mes antes de su fallecimiento en agosto de 2011, el material (de acceso gratuito y de interés general para guitarristas y aficionados) aparece cuidadosamente curado y listo para ser digerido por todo aquel que quiera enfrentarse al desafío del aprendizaje.  
Sobran los elogios a la hora de recorrer los testimonios de sus allegados que circulan además entre las páginas de su mausoleo virtual. Su humildad, su timidez, sus ganas de compartir lo que lo apasionaba, su disciplina de trabajo. Páginas enteras dedicadas a exteriorizar la alegría de haber conocido a una persona que, a esta distancia, aparenta exageradamente bonachona. En los videos y en los retratos fotográficos que en muchos casos casi que transgreden cierto nivel de intimidad doméstica, la imagen se demuestra acorde a lo que se dice: un hombre muchas veces descalzo con una guitarra casi siempre en brazos, rodeado de libros y cuadernos apilados en el piso, manuscritos que se convertirían en piezas de un rompecabezas mucho más grande que con el tiempo conformaron, en definitiva, su obra. En alguna de esas hojas escribiría:
 “Ted: es tu deber salir y tocar linda música para la gente para balancear la arremetida del caos, la violencia y el volumen excesivo que acecha la música más y más a medida que pasa el tiempo y ayudar a otros a no sentirse avergonzados por expresar sus sentimientos de ternura, dulzura y amor por lo bello (que conducen a una actitud más benevolente por los demás)” [1].
Poder acceder a sus archivos personales o verlo en acción tocando o dando una clase demuestran su compromiso con lo que se plantea en la cita. Sin duda, luego de revisar su trabajo musical y docente, la lección más importante para aprender dela vida/obra de Ted Greene no está en sus proezas técnicas ni en sus tratados didácticos guitarrísticos. El amor y la entrega absoluta a las convicciones personales se ven reflejados, en cada cosa que hizo, como estandartes que constituyen su legado más profundo.

La fuerza del amor. Barbara Franklin y Ted Greene




Ilustración por Julián Rodríguez F.Mayo 2014