Con la misma vara

escribe Nicolás Piva ▹
Una dinastía de magos inexplicablemente talentosos. Los Bamberg. ¿Poco originales o herederos de la misma curiosidad? Un paseo a través de los tiempos en el imprevisible tren de la magia, que es infinita.



Revolotean pájaros negros y rojos en tus manos
y producen mil chispas de artificio entre tus dedos
Bailan los cartones hoy una danza imprevisible
Se trasponen, se trastuecan y transforman en milagros.
Juan Tamariz, Arturo De Ascanio (Poemágico)

Siguiendo un viejo precepto radial surgen tres imágenes: la cara del famoso mago español Juan Tamariz le sonríe a una cámara mientras trata de explicar lo lindo que es ver a Fu-Manchú en el escenario.[i] En una plaza del centro, el clásico cups and balls es reversionado por un pibe que se gana unas monedas: “si se anima, trate de adivinar dónde está la pelotita”. Sin darme cuenta, me encuentro con un René Lavand disfrazado de mafioso en Un oso rojo y que insiste en que “no se puede hacer más lento” en un libro de Guillermo Martínez que termina protagonizando Frodo. Si bien no es fácil unirlas, en estas fronteras mal definidas es donde la magia recluta sus oficiantes.
Más allá de las diferencias, hay algo que prevalece en torno a este asunto: el que lo hereda no lo hurta. La magia se disputa terrenos importantes desde tiempos inmemoriales. Sacerdotes y reyes fueron tomados por hechiceros en muchas ocasiones; la guerra era la resolución material de un augurio; los alquimistas le gritaban groserías a diversas sustancias con la esperanza de convertirlas en oro; la muerte era otra forma de vida donde el conocimiento mágico era una obviedad. No se elige. La curiosidad por la magia es un elemento latente. Nos movemos buscando conocimientos que sacien el desconocimiento original y la magia es un legado de esas potencias ocultas que, parada en el abismo, nos hace un guiño mientras lee el futuro en un par de cartas.
La magia como espectáculo (en todas sus formas) es la explicitación de la doctrina mágica; es la explicitación del vínculo. Las imágenes se pueden unir porque, desde el principio, todo era parte de lo mismo. En su libro La magia, Jerome Antoine Rony comenta:
“Una primera idea es que existe un Alma del Mundo, de la cual las almas particulares —almas de los astros y de los hombres— son emanaciones consustanciales con ese foco único (Plotino). Hay, pues, unidad cósmica y correspondencia reglada entre cada acontecimiento y todos los demás. Esa correspondencia es analógica: así, pues, se encuentran también en todas las partes del macrocosmo o universo.”
No conformes con esto, Paracelso refuerza la idea: “No hay un miembro en el hombre que no corresponda a un elemento, a una planta, a una inteligencia, a una medida, una razón en el Arquetipo”. Sin embargo, la historia de la magia y sus reflexiones metafísicas no son material adecuado para esta nota, que sólo pretende justificar el motor de la escritura y la idea de que los miembros de la dinastía Bamberg o eran muy poco originales o eran herederos de una misma curiosidad.
Los mismos magos rechazan una posible unión con las fuerzas oscuras. Es famosa la frase de Robert Houdini que sentenciaba: “un mago es un actor que hace de mago”; así como también es buena y conocida la distinción entre ‘juego’ y ‘truco’ que los magos españoles (entre ellos el entrañable Tamariz) han intentado establecer. Por su parte, el versátil mago manco de nuestras tierras, en El gran simulador, comenta que prefiere desapegarse de esas categorías: “no me gusta que me llamen mago… porque el público tiende a confundirse”. En realidad, es posible que los portadores de este conocimiento teman a la herencia de otras oscuras facultades que se proyectan fácilmente cuando se camina en el abismo. La literatura tal vez sea una forma de la intuición o, incluso, de la tradición:
“El comisario Laurenzi volteó los cinco palillos, hizo carambola de cuatro y mandó mi bola a la tronera.
”—¿Usted cree en el diablo? —preguntó sobre el pucho.
”—Acabo de cambiar mi opinión —repuse con cierta amargura—. Hasta hace un momento no creía.
”Él, que se había distraído, volvió una mirada de asombro al paño verde de la camisa del casino.
”—¿Yo hice todo eso? —preguntó.
”—No. Yo.
”El partido había terminado.
”—Me ganó bien —dije sin convicción.
”—Desde luego —repuso con absoluta convicción—. Pero, ¿usted cree en el diablo?
”—No.
”—Yo sí.
”—¿Lo ha visto?
”—Y oído.
”—¿Qué aspecto tiene?
”—No sea superficial. Usted debería saber que hay cosas que no pueden describirse por su aspecto. El aspecto que tienen es la forma de su engaño”.[ii]
Pero la curiosidad mató al gato, y al prestidigitador: cartomagos, numismagos, magos de salón, de cerca, de escenario, ilusionistas, escapistas, tahúres, faquires, mentalistas, adivinos, todos han pasado a la historia como magos, lisa y llanamente. Dentro de esta poco fina categoría, y a pasitos del Río de la Plata, el último miembro de la dinastía Bamberg revolucionó la magia mundial.
David Tobias ‘Theodore’ Bamberg, a pesar de su nombre, no es otro que el bueno y conocido Fu-Manchú; y no el malo y conocido Fu-Manchú inventado por Sax Romer personaje de incontables desventuras (aun cuando el seudónimo le deba su origen). David fue el último miembro de la dinastía Bamberg, que brindó seis generaciones de magos al mundo, y no por eso fue menos que sus antepasados. Es preciso inventar algunos detalles de su historia para hablar del resto de la familia. Nació en Inglaterra en 1904 y del brazo de su padre irrumpió en el mundo de la magia desde muy temprano. Muchas historias de su juventud han sido consideradas un mito: sin hacer caso a estas minucias, aquí se reproducirán algunas. A la edad de cinco años, el diminuto Bamberg ya producía sus primeras ilusiones: robaba cubiertos que aparecían en lugares inesperados y movía las manos como si ocultara en ellas objetos que nunca habían estado allí. Cuentan que acompañaba a su padre en algunos de sus viajes y que este le compartía sus secretos. Para los cholulos de la magia será interesante saber quién fue su padre y con quiénes se codeaba por aquel entonces.
Tobias ‘Theo’ Bamberg intercambabia secretos de estricta confidencialidad mágica con los famosos Malini, Howard Thurston y Harry Houdini, entre otros, mientras Fu-Manchucito paraba la oreja. “¡Claro, así cualquiera!” injuriará algún lector que se sienta estafado. Pero atención a lo siguiente: el señor Bamberg padre, no es ni más ni menos que el mago Okito, quien seguro le decía a su hijo “este truco lo aprendí de mi papá, que lo aprendió de su papá, quien a su vez, lo aprendió de su papá y este de su papá” etcétera… Ahora sí, aquellos que quieran indignarse tienen los datos necesarios para hacerlo sin caer en el ridículo o en lo reaccionario del asunto. Lo importante es que David aprendía de su padre y tenía desde muy chico las habilidades que desarrollaría en el futuro. Pronto se convirtió en asistente, tanto del espectáculo que hacían sus padres, como de otros magos. A los trece años ya era portador de su propio seudónimo: con el nombre “Syko” presentó sus primeras ilusiones callejeras y asistió a importantes magos como Zancig o El gran Raymond. Es probable que la mayor herencia de su padre haya sido el conocimiento de la papiromagia y las sombras chinescas, que significó un primer paso para independizarse de su tutela.
Ahora bien, hemos comenzado de adelante hacia atrás, cosa que tiende a fallar cuando se trata de nombrar parientes de nombres parecidos. Corrigiendo el error, aparece, en los albores del siglo dieciocho, James Bamberg (pentabuelo de David), que fue un alquimista obsesionado con la resurrección de los muertos. No era un fanático de Harry Potter pero estuvo influenciado por los debates que entonces se dieron en torno a la piedra filosofal que, los sabios lectores de El Pez Digital sabrán, fueron muy profundos: desde la división aristotélica de los elementos hasta el día de hoy la piedra filosofal es un hueso duro de roer. Este muchacho tuvo un hijo, Eliaser Bamberg (chozno de David), que se dedicó a hacer de la magia una profesión: su versión del cups and balls hacía furor en las calles de Leiden, Holanda. Sin embargo, su sello característico era una pata de madera que se había ganado por culpa de un accidente en la guerra. Eliaser explicaba que la pata estaba embrujada y con ella hacía desaparecer todo tipo de objetos. Con el tiempo mejoró tanto que hacía aparecer y desaparecer animales vivos. Esa forma de magia le dio el apodo Le Diable boiteux, que quiere decir algo así como ‘El Diablo Rengo’. Si bien se dedicó a otros rubros de la magia, como la curandería, nunca pudo eliminar el peso de ese nombre.
El rengo fue padre de David Leendart Bamberg (1786-1869), famoso por su truco de los huevos: hasta entonces no había habido en la familia un truco propio tan finamente diseñado. La idea general era una bolsa de la que salían, en principio, quince huevos, y finalmente ¡una gallina entera! El tatarabuelo de David tuvo cuatro hijos; aquí únicamente mencionamos a Tobias Bamberg (1812-1870). Este intrépido bisabuelo no fue de los más relevantes en la historia de la familia, pero su hijo David Tobias Bamberg (1843-1914), conocido como Papa Bamberg, no sólo fue un gran mago, sino que estaba algo chiflado: uno de sus inventos más llamativos fue el autómata de Mefistófeles, el conocido demonio de la mitología alemana, popularizado gracias a la leyenda de Fausto. El bichito tenía todas las que debía: bien rojo, con cuernos y la lengua afuera; además tenía tres cartas sobre la cabeza y vestía con un prolijo esmoquin; con la mano derecha apretaba la solapa y sus enormes orejas escuchaban todo lo que ocurría en su presencia. Gracias a su profesión, Papa Bamberg dio algunas vueltas por el mundo; llegó a actuar para la realeza y recibir grandes honores. Es así como su hijo, Tobias ‘Theo’ Leendert Bamberg, a quien ya hemos mencionado, entró en el mundo mágico y se volvió famoso desde muy chico. The Smallest Conjurer of the World fue su nombre cuando estaba en escena, durante muchos años; sin embargo, luego pasaría a ser, ni más ni menos, que el gran Okito (padre de nuestro protagonista).
Cuando era joven, Okito sufrió un grave accidente que casi lo deja sordo. Lejos de desanimarse, el inventivo hechicero adaptó su acto por completo. En el micromundo de la magia y el ilusionismo estaban asombrados por la propuesta de Okito, el oficiante de esa magia no hablada. El padre de Fu-Manchú continuó sus logros con el paso del tiempo: no es secreto que la autoría de la Caja Okito le pertenece. Cuenta J.B. Bobo en Modern Coin Magic que “de no haber sido por un caso crónico de indigestión, probablemente la Caja Okito jamás hubiera sido inventada”. Aparentemente, Okito se encontraba trabajando en Nueva York en un negocio de artículos de magia y tenía un compañero, Joe Klein, que sufría constantemente ataques de indigestión terribles. Por prescripción médica, Klein siempre llevaba consigo una caja de pastillas y guardaba algunas en un cajón del negocio. Un día que su amigo se había ido a casa por culpa de su indigestión, Okito abrió el cajón y se puso a jugar con una de las cajitas. En ese momento, advirtió que el pastillero tenía una tapa que calzaba en ambos lados de la caja; si se fabricaba una que cumpliera los requisitos de tamaño y diseño para que algunas monedas entraran, los efectos que podrían producirse eran infinitos. Este invento fue un cambio muy significativo para la numismagia, que aún hoy día se vende en las tiendas de todo el mundo. Los orígenes del nombre “Okito”, a la fecha, continúan siendo un misterio: algunos dicen que es Tokyo con sus letras en distinto orden, otros que se asociaba por significado a su sordera. Lo único que queda claro es que su imagen era una gran mezcla: hacíase pasar por chino o japonés; cambiaba de atuendos según la ocasión; moraba en muchos lugares del mundo. Se retiró de los escenarios en Estados Unidos, donde continuó dedicándose a la venta de artículos de magia y a su familia.
Finalizada la digresión, es preciso volver al punto de partida: Fu-Manchú intentaba formar su propio espectáculo y desligarse de la tutela paterna. Se unió a los Zancig, conocidos mentalistas, y sus viajes lo condujeron a Latinoamérica. Entre idas y vueltas, el joven Bamberg decidió que era hora de seguir su propio camino. ¿Qué mejor forma de cortar el vínculo que comenzar una gira alrededor del mundo y mudarse a la Argentina? Cuenta la leyenda que con la aprobación de su padre y del Gran Raymond, Fu-Manchú comenzó la preparación de su primer espectáculo, que le tomaría más de dos años. El orden cronológico de los sucesos es algo ambiguo. Es sabido que Okito le mandó dinero para financiar el espectáculo, pero también es cierto que para entonces nuestro joven prodigio estaba atento a la llegada del mago Dante, y juntaba monedas en los alrededores con sus juegos de sombras e impromptu. Se dice que Walter Gaulke, un productor cinematográfico, le ofreció trabajar en conjunto e impulsó el espectáculo que venía preparando.
El primero de marzo de 1929 se presentó oficialmente el espectáculo de Fu-Manchú en el viejo Teatro San Martín. Éxito total y absoluto. Sala llena. La gente coreaba ese nombre inspirado en el doctor del diablo, temible criminal chino inventado por Sax Romer, que luego le traería algunos inconvenientes legales. Más tarde su espectáculo recorrió el interior del país con repercusiones similares; viajó a Europa y África, recorrió gran parte de Latinoamérica y se instaló por un tiempo en México, donde se volvió un personaje muy popular. El espectáculo era en verdad sorprendente: la escenografía poseía detalles perfectos, el vestuario estaba sumamente cuidado y la actuación atendía la teatralidad ante todas las cosas. Cuenta Juan Tamariz en Joyas de la magia, que entre las innovaciones más interesantes de Fu-Manchú, se encuentra el sentido teatral ponderado por sobre el efecto mágico:
“Tenía un gran sentido del humor, se reía de todo, tenía un humor finísimo […] ha sido, además, un mago que ha sabido que la emoción es más importante que la técnica; que la emoción que se produce en los espectadores —los que estamos viendo el juego en un momento determinado— es más fundamental que el efecto del juego o que todo lo demás.”
Muchas veces se ha discutido que las ambiciones de Fu-Manchú estuvieron cerca de distanciarlo del legado mágico: fotografía, escritura, cine, fueron todas variantes posibles, que en realidad no pudieron desvincularlo del mundo mágico sino que se transformaron en distintos escenarios de sus increíbles presentaciones. Entre sus trucos más recordados figuran dos que lo representan: en uno de ellos, comenzaba presentando la magia en su forma revelada; es decir, aseveraba que la inquietud del público sería debidamente saciada. Fu-Manchú proponía que todos los secretos de la magia podían ser fácilmente explicados. Cuando se disponía a desarrollar la teoría, desde un balcón en el primer piso del teatro, una mujer caía al vacío. El escándalo se desataba mientras el último miembro de la dinastía Bamberg continuaba impasible en medio del escenario. La gente iba a asistir a la mujer que se había caído y se daban cuenta de que era un muñeco. Todo volvía a la normalidad; el ambiente se restauraba. Para cuando la atención del público había vuelto al intrépido mago en el escenario, las únicas palabras que se alcanzaban a escuchar eran “…y es así como toda la magia sucede”; y ya era demasiado tarde. Por otra parte, hoy se lo recuerda por su espectáculo Bazar de Magia, que consistía en una parodia a un negocio de magia que entonces existía en Buenos Aires, que se llamaba Bazar Yankee. Fu-Manchú hacía de dueño de un negocio de magia que era frecuentado por un cliente. Sin embargo existía una terrible complicación, ya que los trucos allí exhibidos —o aquellos que el cliente solicitaba— se podían ver pero no comprar. La problemática adoptaba aires de esquech teatral donde los efectos mágicos se sucedían uno tras otro.   
En otra etapa de su vida, David realizó seis películas en México. Se encargó del guion y protagonizó El espectro de la noviaLa mujer sin cabezaEl as negro, las tres de 1943; así como también El museo del crimen, La casa embrujada/La carne de gallina y Asesinato en los estudios/La cámara acusa, en 1944. Sus películas no tuvieron gran éxito pero algunos de los registros de su magia permanecen en ellas. Además, se dedicó a la producción y al guion del programa radiofónico El club Delicados, que entrevistaba personajes reconocidos y tenía tono de comedia norteamericana. También trabajó un tiempo con Edmundo Santos, el actor de doblaje al español de la voz de Walt Disney, con quien hicieron otro programa de radio que parodiaba a los estudios cinematográficos y que fue un gran éxito. Sobre este aspecto de la vida de David, en su autobiografía Illusion Show: A life in magic. cuenta los pormenores en la grabación de El as negro. Aparentemente, la película tuvo repercusiones increíbles debido a los fenómenos extraños que se sucedieron mientras grababan. Cuando habían comenzado a filmar, la madre del director falleció en Cuba. No sólo eso, sino que el director reemplazante no duró más de tres días a cargo, porque se intoxicó con mariscos en mal estado. Comenzaron a correr rumores de que la película estaba bajo los efectos de una maldición. Más tarde, un faquir que participaba brevemente en la película murió por culpa de unos clavos que lo envenenaron cuando pidió que lo clavaran a una cruz como truco publicitario de su espectáculo. Dice el propio David: “En total, doce personas murieron o tuvieron algún accidente o enfermedad seria durante el rodaje. El caso más sensacionalista, sin embargo, fue la víctima número trece”. No sólo el número es ‘la desgracia’ sino que la víctima fue un joven actor a quien balearon la noche del estreno ¡mientras veía la película! Se dijo que un marido celoso encontró a su esposa con el actor y no pudo contener ni los celos ni la descarga de su revólver siempre preparado por si le asomaban los cuernos.
El gran Fu-Manchú se retiró de los escenarios cuando comenzaba a decaer la década del sesenta y se dedicó a trasmitir su experiencia en un club de magos que presidía. Finalmente, falleció el diecinueve de agosto de 1974. Con él termina la dinastía de los Bamberg. Algunos dicen que fue el mejor mago de los últimos tiempos; otros reducen sus logros a este rincón del mundo. Lo cierto es que su magia aún hoy está viva, y también viva continúa su leyenda.
Es prudente responder el interrogante: esta dinastía que desemboca en el Río de la Plata, probablemente, estuviera conformada con víctimas de la misma curiosidad. Todos los magos caen en la misma bolsa: cartomagos, numismagos, magos de salón, de cerca, de escenario, ilusionistas, escapistas, tahúres, faquires, mentalistas, adivinos, son todos los resultados de una misma cosa. Son la multiplicación de esa curiosidad. Tal vez alguno quiera decir que son copias impúdicas: eso no importa, no es relevante. Porque hacer es hechizar y a su vez es imitar, en algún lugar de nuestras perdidas etimologías. Siguiendo un viejo precepto radial reviso tres imágenes que surgieron de repente y todas parecen la misma. Escucho un programa donde Dolina y Castelo juegan a las sombras chinescas de la mano del entrañable Washington Tacuarembó[iii], y una película donde Fu-Manchú trata de creerse que “un mago es un actor que hace de mago”, y otra donde René Lavand comete el mismo error. Comienzo a contarme la historia al revés y no encuentro ninguna diferencia de lo que me contaron al derecho. Siguiendo un viejo precepto radial, me encuentro con tres imágenes que no puedo decodificar a la perfección porque parecen reflejos de la misma sustancia, parecen sucesivas resurrecciones de algo maravilloso: a esta altura del partido debería saber que hay cosas que no pueden describirse por su aspecto, ya que el aspecto que tienen es la forma de su engaño.


[ii] Walsh, Rodolfo, “La trampa” en Cuentos para tahúres, 1962.
[iii] Experto en asuntos orientales.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Junio 2014