La amenaza vegetal

escribe Ignacio Mozetic▹
Homenajeando al médico e investigador Andrés Carrasco a pocos meses de su muerte, Moze revisa los asuntos centrales del problema sojero en la Argentina y el mundo.

El pasado diez de marzo falleció el médico Andrés Carrasco. Había presidido el CONICET entre el año 2000 y el 2001 y durante los últimos años de su vida condujo el Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la UBA. Fue gracias a su historial intachable que sus investigaciones sobre los efectos del glifosato sobre embriones tuvieron un alcance inusual. Quizás la mejor manera de recordar a Andrés Carrasco como científico militante es estudiar qué investigó, a quiénes se enfrentó y junto a quiénes luchó. Utilizaremos sus investigaciones, entonces, como excusa para desarrollar el problema del monocultivo de la soja en Argentina.

SALUD

En la última década, la producción de soja se extendió hasta cubrir 20 millones de hectáreas del suelo argentino. El glifosato es un herbicida que se rocía principalmente con aviones sobre los cultivos de soja transgénica (hoy por hoy, la mayoría) cuyo ADN es modificado para soportar el veneno, que mata todo tipo de plagas. La multinacional Monsanto lo comercializa, bajo el nombre de Round Up, junto con la semilla de soja transgénica. Precisamente, las investigaciones de Carrasco desenmascararon que el producto causa malformaciones en los embriones.

“Los embriones (de anfibios) fueron incubados por inmersión en diluciones con un mililitro de herbicida en 5000 de solución de cultivo embrionario, que representan cantidades de glifosato entre 50 y 1540 veces inferiores a las usadas en los campos con soja. Se produjo disminución de tamaño embrionario, serias alteraciones cefálicas con reducción de ojos y oído, alteraciones en la diferenciación neuronal temprana con pérdida de células neuronales primarias.”[1]

Los estudios se acumulan cada vez más. El informe del Primer Encuentro Nacional de Médicxs de Pueblos Fumigados, impecable pero devastador, denuncia que al ritmo del aumento de la utilización de plaguicidas[2] crecen los casos de malformaciones congénitas y abortos espontáneos. A la par, se da un aumento considerable de enfermedades como el cáncer en niños y adultos.
Un estudio de la Universidad de Buenos Aires efectuado en diez habitantes de la localidad de Malvinas Argentinas dictaminó que siete tenían distintos plaguicidas en la sangre. Estos son el Aldrin, Dieldrin, DDT y Beta HCH, que ya no se utilizan en la producción pero que quedan en el ambiente y finalmente en las personas: altas concentraciones de glifosato se encuentran en las napas de agua en zonas cercanas a cultivos de soja[3].
Llueve el glifosato sobre las poblaciones, como un diluvio venenoso, asesinando sin discriminar edades o sexos.  Esto sólo se explica entendiendo los intereses en juego.

DINERO

En el año 2001 la soja cotizaba en el mercado mundial alrededor de 160 dólares por tonelada. Hoy en día el precio del grano ronda los 550 dólares por tonelada. El aumento se dio en el marco de una industrialización masiva de países asiáticos que produjo un aumento en los ingresos de sus habitantes. Esto, a su vez, derivó en un cambio a una dieta con más carnes rojas. La soja se utiliza fundamentalmente como alimento para animales de granja. Tomando el ejemplo de China, podemos observar un aumento de sus importaciones de soja de más de un 300% en los últimos diez años. Esto presenta desde su génesis el obvio problema de que el modelo sojero es sumamente dependiente. Esta sumisión a la soja se manifestó en su plenitud en nuestro país cuando este verano las cerealeras, en una jugada especulativa, empujaron al gobierno asfixiado por la falta de divisas a la devaluación.
En el 2003 la superficie cultivada con soja en Argentina fue de 13 millones de hectáreas y hoy en día supera las 20 millones. Este negocio formidable alcanza hoy a ocupar el 65% de las tierras cultivadas. Uno de los problemas que presenta es el de la sustentabilidad, por la alta extracción de nutrientes del suelo que realiza la planta. Como agravante, se han deforestado más de 2.5 millones de hectáreas para ampliar la frontera sojera.
No podemos dejar de analizar los cambios estructurales que sufrió el campo con el avance del grano. El aumento de los precios de la soja, o sea el aumento de las ganancias, empujó un cambio tecnológico. Tractores con control satelital, modernas sembradoras, grandes cosechadoras o técnicas como la agricultura de precisión sólo pudieron ser incorporados en un contexto de alza en los precios de los granos.

“Previsiblemente, las nuevas tecnologías demandaron un aumento del capital a emplear; en términos técnicos, una mayor composición orgánica del capital agrario. La explicación es simple: para amortizar, por ejemplo, una sembradora de directa o una cosechadora de última generación es necesario cultivar más hectáreas.”[4]

Esto desemboca en un proceso de concentración del capital que tiene dos caras. Por un lado, se observan conflictos de tierras que afectan principalmente a campesinos y pueblos originarios[5]. El modelo agropecuario que avanza sobre sus tierras está manchado con sangre: se contabilizan siete casos de asesinatos relacionados con los conflictos de tierras entre el 2008 y el 2012[6].   
Por otro lado, a cientos de pequeños productores que no tienen los medios para acceder a las nuevas tecnologías ya no les resulta rentable explotar sus propios campos y pasan a arrendarlos. Paradigmático es el caso del empresario argentino Gustavo Grobocopatel, que produce 300 mil toneladas anuales de soja, 100 mil de maíz y 100 mil de trigo. Es la cabeza del emporio Los Grobo, que factura 900 millones de dólares anuales. Él no es un terrateniente convencional: utiliza el mecanismo de arrendamiento, es decir, de alquiler de campos. Esta es una práctica común, y se estima que el 60% de la producción sojera de la Argentina se realiza en campos alquilados.
Observaremos este proceso de concentración de capital en datos concretos. El 80% de las exportaciones de soja están concentradas en seis multinacionales: Cargill, ADM, Bunge, Dreyfus, CHS y Nidera[7], y se estima que “el 2% de las explotaciones agropecuarias controla la mitad de la tierra del país. Mientras que el 57% de las chacras, en su mayoría de campesinos y pequeños productores, cuenta sólo con el 3% de la tierra”[8].
Se explica ahora a quiénes respondían las amenazas y golpes que sufrió Carrasco, así como también la campaña de desprestigio en boca de medios hegemónicos como La Nación. Pero nunca calló, y siempre se quedó en la vereda del pueblo. Sus trabajos fueron de un valor incalculable para las luchas de los sectores populares que se enfrentan a este modelo, que repasaremos brevemente a continuación.

AMOR

Era junio del 2012 y en un almuerzo en el Consejo de las Américas ante algunos de los empresarios más importantes de Estados Unidos la presidenta Cristina Fernández anunciaba:

“Aquí tengo —y esto la verdad que se los quiero mostrar porque estoy muy orgullosa— el prospecto de Monsanto. Vieron que cuando hacen prospecto es porque ya está hecha la inversión, sino no te hacen prospecto. Así que una inversión muy importante en Malvinas Argentinas, en la provincia de Córdoba, en materia de maíz con una nueva digamos semilla de carácter transgénico, que se llama Intacta. También dos centros de investigación y desarrollo, que eso para nosotros es tan importante como es esta inversión de 150 millones de dólares: uno, en Tucumán y otra en la misma Córdoba, porque estamos trabajando mucho con científicos.”[9]

Monsanto. Símbolo del capitalismo depredador. Monsanto. Una de las empresas más tenebrosas del mundo. Monsanto. Y se le dejan las puertas abiertas como si de un amigo se tratase. Monsanto. Y sí… ¿Qué mejor muestra seguridad a las empresas extranjeras (muchas de ellas presentes en dicho almuerzo) que Monsanto venga a invertir a Argentina?
Era 18 de septiembre, y en un arrebato de amor —de amor a la vida, de amor a sus vecinos, de amor a sus hijos— el pueblo de Malvinas Argentinas comenzaba el acampe que está poniendo en jaque a la empresa. No era fácil. No era cómodo. Era arriesgado. Pero más arriesgado es dejar la luz verde a esta compañía asesina.
Un pueblo heroico se está enfrentando a todo el poder político que prioriza las ganancias empresarias a la vida. Al gobierno nacional que legitimó ante el pueblo por cadena nacional la instalación de la empresa. Al gobierno provincial representado por Juan Manuel de la Sota, del PJ opositor. Y tácitamente se enfrentaron también a las gobernaciones, tanto del Frente para la Victoria como de la UCR y del Partido Socialista, que sostienen este modelo productivo.
Sufrieron aprietes. Sufrieron los golpes de la patota de la UOCRA. Sufrieron los palos, las balas y los gases de la policía provincial. Pero poco a poco le han torcido el brazo al gobierno, que debió rechazar el estudio de impacto ambiental de Monsanto. Hoy el emprendimiento se encuentra parado, pero sigue en pie el acampe. No debe ser esta una señal para bajar los brazos: debe ser tomado como una invitación a la lucha al pueblo, que cuando quiere algo y se planta, puede[10].
No hay que dejar de lado lo siguiente: el problema que nos trae el monocultivo de la soja sólo puede ser entendido en el marco del modo de producción capitalista, cuya razón de ser es la producción de mercancías. Mientras sus leyes imperen la tierra estará en manos de pocos, y no precisamente en las de los que trabajan. Mientras perdure su yugo van a priorizarse las ganancias por sobre el medio ambiente y las exigencias de mercado por sobre la vida y la salud de nuestro pueblo.
Ya lo dijo Daniel Viglietti:
“¡A desalambrar!”


[1] El tóxico de los campos, Página/12, 13/04/2009.
[2] El uso de plaguicidas en Argentina creció un 200% entre 1991 y 2009. Por qué Clarín y La Nación apoyan el uso de glifosato en la Argentina, Tiempo Argentino, 6/03/2011.
[4] Ese yuyo, Le monde diplomatique, mayo del 2014.
[5] No nos ocuparemos de desarrollar este tema, pero recomendamos la lectura de las notas de Darío Aranda en Revista Mu, Página/12 y su blog.
[6] http://ecoscordoba.com.ar/la-sangre-derramada/
[7] Los tanques del agronegocio, Revista Mu, febrero del 2014.
[8] Soja sí, indígenas no, Voces en el Fénix, junio del 2013.
[10] Recomendamos el debate Zamora-Forster que se dio en 678 el 08/12/2013.


Ilustración por Julián Rodríguez F.Junio 2014