Una farsa atómica

escribe Urco ▹
Científicos locos en Argentina, trampas y engañifas, inversiones insólitas, energía nuclear en botellas de vidrio. La frutilla del postre: el general Perón, nazi pero no careta.

El peronismo es el movimiento político más condicionante de nuestro país. Con sus defectos y virtudes ha sabido penetrar hasta lo más íntimo —sí lector, más íntimo de lo que usted se imagina— en la maravillosa mentalidad argentina. Perón, líder popular indiscutible, ha pasado a la historia por infinitud de sucesos y, más que nada, por su ingeniosa habilidad política. Dotado de un gran discurso y abundante simpatía, supo elaborar proyectos más arriesgados y profundos que cualquier otro presidente. Pero, ¿sabía usted lector que, gracias a nuestro General, la Argentina pudo haber sido una potencia nuclear de vanguardia, cabecilla militar de Sudamérica y del mundo entero?
La Segunda Guerra Mundial fue escenario de incontables muertes, donde los estados más imperialistas del globo lucharon por nosotros en nombre de la democracia, en contra de los totalitarismos y a favor de la libertad —de comercio, claro está. Gracias a la cantidad de mano de obra y capital destruidos durante la guerra y también a la cantidad de productos y servicios que requiere mantener un ejército activo, las potencias capitalistas lograron recuperarse de la crisis sufrida en 1930 nada más ni nada menos que quince años después. Pero, en todos los tiempos y sociedades, los conflictos y las guerras han permitido también grandes avances científico-tecnológicos. Fue así que las armas más primitivas como las lanzas y luego la pólvora, la robótica y otros innumerables inventos se han creado y perfeccionado en tiempos de guerra. En esta gran guerra, la reactivación de la economía mundial llegó incluso hasta la orilla rioplatense de Buenos Aires, donde se terminó de confeccionar la birome que fue de gran utilidad para la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Otros inventos, como el Jeep o el detergente en polvo de origen industrial, que fue desarrollado durante la escasez de jabón de la década del cuarenta, también fueron producto de este conflicto bélico. Fuera de estos objetos no tan trascendentes para nuestra vida, también se produjo un gran avance en el desarrollo de la energía nuclear. Ni bien empezada la guerra, Estados Unidos emprendió el proyecto Manhattan con el objetivo de desarrollar la bomba nuclear antes de que la Alemania nazi, también interesada en estas cuestiones, lo lograra. Formaron parte de este proyecto destacables científicos en el ámbito de la física como Robert Oppenheimer y el premio nobel Arthur Compton. En el año 1945 el proyecto Manhattan cumplió su cometido y descargó sobre suelo japonés dos regalos atómicos, las bombas Fat Man y Little Boy. Finalizada la guerra, muchos científicos alemanes que habían hecho investigaciones similares a las estadounidenses debieron buscar un refugio político que les diera asilo para escapar de los tribunales de justicia internacional presididos por Estados Unidos. Aquí es donde termina la introducción y viene a colación el general Perón, que —a simple vista— poco tiene que ver con lo que se dijo anteriormente.
La Argentina de esos años era el escenario de un país en vías de desarrollo, que gracias a las iniciativas del primer gobierno peronista forjaba por primera vez en la historia una pequeña pero incipiente industria nacional. En este contexto, Juan Domingo Perón vio la oportunidad de iniciar un proceso de investigación y desarrollo energético que, en años venideros, sería de gran utilidad para sostener una sólida industria pesada. Pero el general Perón y el movimiento político al que dio origen llevan la controversia y la polémica en su seno; es por eso que, para concretar este plan, nuestro gran líder popular no tuvo mejor idea que hospedar cientos de refugiados nazis en la Patagonia argentina. Fue así que, llamados por el gobierno argentino, llegaron al sur del continente americano el ingeniero aeronáutico Kurt Tank y el científico Ronald Richter. Kurt Tank había desarrollado para la Luftwaffe distintos aviones de caza que fueron de gran utilidad para el combate aéreo alemán en la Segunda Guerra Mundial. Luego de intentar alojarse en la Unión Soviética e Inglaterra sin éxito, acepta el documento nacional de identidad que le entrega el gobierno argentino y se dirige hacia Córdoba, para trabajar en la Fábrica Argentina de Aviones. Con un gran apoyo estatal y para no sentirse ‘solito’, Kurt Tank trajo a la Argentina un gran número de alemanes que colaborarían con él en su proyecto. Incorporando sesenta y dos compatriotas, el alemán y su equipo desarrollarían dos aviones de producción nacional, el I.Ae. 33 Pulqui II y el  I.Ae. 35 Huanquero. Diseñarían también el I.A. 36 Cóndor, pero el proyecto no pudo concretarse antes de que la Revolución Libertadora desentrañara todo lo que tuviera algo que ver con el peronismo. Fue Kurt Tank, en realidad, el que contactó al gobierno argentino con Ronald Richter, quien luego aceptaría la invitación de Juan Domingo Perón para desarrollar el proyecto Huemul.
El proyecto Huemul fue único en su época: se proponía sobrepasar los límites científicos nucleares del momento y ponerse a la cabeza del desarrollo nuclear mundial. Su objetivo era desarrollar un reactor nuclear que permitiese cubrir ampliamente los gastos energéticos del país por décadas mediante el uso de la fusión nuclear controlada. Poca cosa. Ningún país del mundo había desarrollado esta tecnología hasta ese momento, de hecho, recién en la actualidad pudieron las grandes potencias concretar estos proyectos. En 1949 el gobierno peronista destina la Isla Huemul, en las afueras de Bariloche, como sede central del proyecto. Richter mantuvo una relación favorable y amistosa con el gobierno argentino y sobre todo con Perón, que accedía ciegamente a los pedidos y reclamos del refugiado alemán. El General condecoró a este científico con la Medalla Peronista, el más alto distintivo gubernamental e incluso llegó a destinarle oficiales del ejército argentino con la específica tarea de ser su guardia personal. Más adelante, este tipo de pedidos serían motivo de sospecha del gobierno argentino, que empezaría a considerar que Richter padecía algún tipo de desequilibrio mental.
El proyecto parecía avanzar a pasos agigantados. Ya para el año 1949 Richter había logrado construir el reactor y en el año 1951 da aviso al General de que había logrado controlar la fusión nuclear. Ansioso, Perón organiza una conferencia de prensa en la que comunica al pueblo argentino los logros del proyecto y asegura —al mejor estilo Carlos Menem— que la energía proveniente de la fusión nuclear controlada sería distribuida diariamente en recipientes de vidrio similares a las botellas de leche de la época. Sin embargo el proyecto pareció estancarse, mientras que las locuras de Richter crecían exponencialmente. Amenazó de muerte a un militar argentino destinado a trabajar en la isla por presunta sospecha y para el año 1952 ordenó destruir el reactor que él mismo había edificado. Estos y otros sucesos contradictorios de la misma índole llevaron a un mayor control por parte del gobierno argentino y de la Comisión Nacional de Energía Atómica. La CNEA llamó a grandes figuras de la ciencia como Mario Báncora y José Antonio Balseiro para hacer una inspección completa sobre el proyecto Huemul y comprobar sus resultados. Lamentablemente, el veredicto de la Comisión constató las sospechas del gobierno argentino y demostró que durante todo el transcurso del proyecto no se lograron avances científicos ni mucho menos avances en energía atómica. Semejante sentencia por parte de la CNEA condujo en el año 1952 al fin del proyecto, manteniendo a la Argentina como espectadora de los avances tecnológicos. En cuanto a la vida de Ronald Richter, luego de la finalización del proyecto fue sometido a análisis psicológicos que determinaron su inestabilidad mental. Después de viajar un tiempo por Libia, Ronald Richter se radicó finalmente en Monte Grande, donde pasaría el resto de sus días apartado de la comunidad científica.
Dado que el proyecto Huemul fue un proyecto de vanguardia científica, es decir que prometía resultados científicos desconocidos para su época y que ponía a la Argentina un peldaño más arriba que las potencias más industrializadas, su inesperado final repercutió mundialmente y generó abundantes controversias en los países centrales. El proyecto no fue beneficioso para la Argentina, pero sí lo fue indirectamente para las potencias europeas y para Estados Unidos. Dichas potencias tomaron la idea de Richter y la pudieron concretar luego de arduas décadas de trabajo, generando armas nucleares mucho más poderosas y fuentes de energía prácticamente inagotables, que serán de gran utilidad cuando se acabe la energía petrolífera.
Por otro lado, más me interesa remarcar —y desmentir— las teorías conspirativas y prácticamente fachistosas de la derecha estadounidense y europea sobre el proyecto Huemul y, más que nada, sobre Perón. El History Channel lanzó en el año 2009 un documental de Rodrigo Vila titulado Proyekt Huemul: El Cuarto Reich en la Argentina. Según este documental el proyecto en cuestión sería una evidencia más que testifica fehacientemente las intenciones imperialistas y fascistas de nuestro General, representado como un militar fascista que intenta implantar un régimen nazi en la Argentina. Pero no sólo eso, sino que se sugiere que el régimen peronista tenía intenciones claras de expandirse por Sudamérica y crear así una verdadera tercera posición frente a Estados Unidos y la Unión Soviética. Obviamente este documental es el paroxismo alarmante de una visión infundada y acotada que tienen muchos estadounidenses y europeos de las políticas populistas sudamericanas y del peronismo en particular. En primer lugar, el gobierno peronista no se aferró de la persecución hacia una minoría étnica para afianzar su apoyo popular, sino que logró este cometido mediante una modificación en la redistribución de la riqueza, que todavía duele a las clases terratenientes e industriales argentinas. En segundo lugar, el gobierno peronista, a diferencia de los regímenes fascistas europeos, fue un gobierno ante todo incluyente. Es decir que este gobierno logró una integración social nacional sin perjudicar a sus mismos habitantes. Y, por último, las acusaciones del documental dan cuenta de la paranoia liberal de la cual el público estadounidense y europeo es víctima y cómplice simultáneamente, a la que recurren cada vez que se produce alguna infiltración en el magnífico funcionamiento independiente de la economía. Lo que no permite ver el documental es una intención sensata de Juan Domingo Perón de fomentar la industrialización mediante el desarrollo técnico y científico en nuestro país.
Sin querer he llegado a hacer una férrea defensa del peronismo y sus promesas científicas, pero esto no quiere decir que el proyecto Huemul no encarne las mismas falencias que el movimiento político que le dio impulso. A pesar de las medidas de inclusión y la ampliación de derechos que logró el peronismo, Perón quiso desarrollar un sistema capitalista en la Argentina. Desarrollar un modo de producción semejante en Latinoamérica, por más incidencia que tenga el Estado en la economía, significa también colaborar con el desarrollo de las clases propietarias que detentan el capital a expandirse (es decir, la oligarquía nacional que depende de la burguesía europea). Que quede claro que al no formar una industria pesada el peronismo no pudo solucionar la cuestión económica fundamental de nuestro país: la dependencia industrial de los países de producción manufacturera. Y, para que quede más claro que el agua blanca, la dependencia de economías ajenas no es un caso aislado, sino que forma parte del proyecto político peronista. De la misma forma en que se confió a capitales extranjeros la explotación de YPF, también se dejaron en manos extranjeras los proyectos de desarrollo que sostendrían la industrialización. Si Perón hubiera querido un desarrollo autónomo, nacionalista e independiente de la investigación científica hubiera podido asignar el proyecto a cualquier miembro de la incipiente comunidad científica argentina de mediados del siglo XX, que contaba con notables figuras que podrían haber marcado el rumbo del país: el astrónomo y físico Enrique Gaviola, los ya mencionados Balseiro y Máncora, el premio nobel Bernardo Houssay o Mario Bunge, por nombrar algunos. Confiar a científicos y técnicos extranjeros las investigaciones en estos ámbitos refleja el endeble nacionalismo del peronismo en sus primeros gobiernos.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Junio 2014