Blues para Walter

escribe Nacho Castillo ▹
De homenaje en homenaje, Nacho Castillo recuerda a Walter Malosetti.


“Che, ¿el swing a qué hora viene?” [1]

Hace dos meses dedicamos algunas líneas de esta publicación digital mensual a recordar (por puro capricho de redactor emocionado, nomás) los valores que el prócer de las seis cuerdas Ted Greene profesó a través de la enseñanza y la investigación del instrumento que le quitaba el sueño. En esta oportunidad y en una situación similar pero menos arbitraria, la agenda nos trae de vuelta al mundillo de los guitarristas y nos obliga además a mirarnos un poco el ombligo.
Buenos Aires tiene, como casi todas las grandes ciudades de occidente (hola, imperialismo cultural), su propia tradición jazzística. Lo particular, al menos para este redactor, al revisar algunas páginas de la historia de dicha música de raíz afroamericana en nuestro país tiene que ver con la permanencia de los estilos más tradicionales, al margen de los mestizajes y de las maduraciones estéticas lógicas: el hot jazz y el swing de las grandes bandas tuvieron a lo largo de las aproximadísimas diez décadas de vida de esta música en nuestro país distintos nichos más o menos populares a los que recurrir. Aún hoy, incluso, en un momento donde el foco está puesto en las propuestas modernas de los grandes referentes contemporáneos, pueden escucharse todas las semanas en vivo en nuestra ciudad orquestas y grupos reducidos de jóvenes y no tanto dedicados específicamente a la interpretación de estos estilos.
Heredero temprano de todo este movimiento cultural resultaría el músico Walter Malosetti, a quién hoy dedicamos este espacio a casi un año de su fallecimiento el 29 de julio del año 2013. Guitarra en mano hasta último momento (Esencia, su último disco, se editó en 2012), sentó con su obra precedentes fundamentales para el desarrollo de la guitarra jazz en Argentina. No sólo por su distintivo estilo entre acústico y eléctrico, mezcla de la influencia de Django Reinhardt, Charlie Christian y Jim Hall, que quedaría cristalizado en incontables grabaciones como líder o como miembro  de distintos grupos (destaca entre ellos el mítico Swing 39 junto a Héctor López Furst, Ricardo Pellican y Héctor Basso), sino también por su fuerte actividad docente. No por nada, el productor Jon Larsen encargado del sello noruego Hot Club Records, célebre por difundir a los continuadores y renovadores del sonido gitano con raíces en el estilo del ya mencionado Reinhardt lo eligiría como figura central de un disco tributo al histórico Oscar Alemán, Stringtime In Buenos Aires, poniéndolo a la par de algunos de los pesos pesados de la cuerda de acero como Angelo Debarre o Biréli Lagrène.
Hace poco menos de un año, el pianista Adrián Iaies definía a Walter en Página/12 como “un guitarrista de excepción con una virtud no tan sencilla de encontrar en los guitarristas: su estilo nunca dependió de las modas, él tocaba swing, y eso es atemporal”[2]. Esa frescura que excede lo estilístico está presente en todas sus grabaciones. Basta escuchar Palm, por citar un favorito, el álbum de guitarra sola editado en 2006 (un hallazgo en la discografía de guitarra jazz argentina) en el que cristalizó clásicos ajenos y piezas propias en versiones despojadas de artíficos. Incluso asoma hacia el final del disco una versión de La cuartelera, de Eduardo Falú, como guiño hacia su tierra de la que nunca renegó musicalmente a pesar de dedicarse a un género de raíces extranjeras, gesto que sería repetido numerosas veces: un coro del Soledad de Gardel junto a Pablo Gignoli en bandoneón en Esencia; algunos compases de Luna Tucumana como intro y coda de una gitanísima versión express de Autumn Leaves hacia el final del ya mencionado Stringtime In Buenos Aires.      
Que era un compositor prolífico y que mantenía en repertorio sus propias obras no es un dato menor en un ámbito donde el culto por las viejas guardias es insignia. Música que está perpetuada no sólo en sus libros didácticos y discos (en casi todos se encuentran tracks firmados por el maestro) sino que tuvieron su momento de reivindicación máxima en los arreglos que el Festival de Jazz de Buenos Aires le encargó a Mariano Otero en 2008 y que luego grabaría junto a un noneto conformado por varias figuras de la escena local en el disco Desarreglos. La flexibilidad y vigencia de sus standards queda demostrada en las interpretaciones que el grupo logró, prescindiendo del timbre de la guitarra y poniendo en primer plano los arreglos de bronces del contrabajista, dejando en evidencia la permeabilidad de la música de Walter.
“Compartir la música lo hace todo el mundo que escucha música, y si lo hace con un amigo, disfruta más”[3]. Habiendo encontrado su pasión también en la docencia, dedicó gran parte de su vida a la transmisión de su propio amor por el instrumento. En 1961 fundó la Escuela Superior de Guitarra y Jazz —la primera en su especie, aseguran— y de ahí en adelante no dejó de enseñar. Incluso los músicos que tocaron con él a lo largo de su carrera (los ya citados Gillespi y Otero, o el guitarrista Walter Coronda, por nombrar algunos) fueron tanto colegas como discípulos.
A diferencia del caso Ted Greene, la música de Walter Malosetti transcurrió (y transcurre) acá nomás, en esquinas plenamente porteñas. Y es ése factor el que convierte a su vida y obra en un detalle ineludible para quienes están medianamente atentos a lo que sucede a su alrededor. Esto fue lo que me llevó a él hace unos siete u ocho años cuando mi papá, el verdadero atento, me llevó a un concierto del guitarrista en el local de Callao 966 junto a Otero y el baterista Pepi Taveira. Mi primer concierto de jazz, hecho y derecho. Tiempo después, ya era alumno de la última encarnación de la Escuela de Música de Walter Malosetti en el barrio de Caballito. Ahí lo crucé muchas veces y lo espiaba a la distancia y con admiración cuando lo veía estudiando en una cocinita. Hoy, tanto tiempo después, escuchando el Misty de Palm, todavía me siento espía y algo cómplice, mientras pienso que los héroes de la infancia son para toda la vida.
Misty - Walter Malosetti


[1] “El swing sigue siendo para mí uno de los pilares del músico, «tener swing» es estar bien rítmicamente, bailando con la música. Swing, además, es una palabra que los músicos de jazz usamos para todo, no sólo para la música: «éste no tiene swing» por ejemplo, queriendo decir que no entiende nada. En el jazz es fundamental. Al parecer eso ahora no importa demasiado, hay gente que toca «sin swing», y lo que tiene el jazz tradicional es que precisamente es puro swing. Sin embargo en ciertos ambientes del jazz, es considerado como algo «grasa», como si ellos estuviesen más allá. El jazz tiene esos matices extremos. Y Walter Malosetti hace una música que viene de lo afro, de lo puramente rítmico. Él suele utilizar una frase implacable cuando le toca compartir escenario con músicos jóvenes: «Che, ¿el swing a qué hora viene?», dice”. (Gillespi, Blow. 2009).
Ilustración por Julián Rodríguez F.Julio 2014