"Si es en vidala, mejor"

entrevista Antonio Doval ▹
Cómo repensar el folklore desde la mirada de Susy Shock, la artista trans sudaca que propone la deconstrucción de lo tradicional en su peña.

Todavía no es tiempo
Estamos en catacumbas
Y desde allí olemos
Conspiramos
Y nos reproducimos
Hasta estallar en inteligencia
Y parir los agujeros
Que abran la tierra
Y que nos deje liberada el alma
Estamos detalladamente
Haciendo la poesía
De los nuevos tiempos.
(Otro será el cantar, Susy Shock)

La otra vez fui a una peña. Nunca antes había ido a una. Pero claro, pará; me parece que hay que aclarar mejor, porque en estos tiempos locos nada es lo que parece. No era una fiesta, ni una guitarreada hippie a la que le pusieron un nombre tradicional para que parezca más popular, más ‘de barrio’. Tampoco era un restorán de Palermo con porteños emponchados tocando el repertorio de Los Chalchaleros con el precio de la entrada en dólares y agua mineral a cincuenta pesos el vaso; no, nada de eso. Tampoco, por último, era un bar con algunos borrachos haciendo un duelo de contrapunto esperando que nadie se percate de que le están afanando la mitad de la letra al Martín Fierro.
No, esta peña era en el Teatro Mandril de San Cristóbal y era —sí señor, y con derecho— una peña: la Peña Barricada. Pero escuchá todavía un poco más, que hay que seguir aclarando cosas. El Mandril es un espacio autogestionado donde además de la peña hay milongas, proyecciones de películas, bandas en vivo, talleres de todo tipo y una feria mensual (la Feria KooperActiva). En la peña tocaron seis bandas, ninguna tradicional pero todas con una influencia del folklore; aunque ojo, no cualquier folklore: un folklore que “connota otro saber”, que es también “un espacio para repensar”. Ahora sí, ahí está, la invitación está hecha: Teatro Mandril, linda gente, linda música, barra barata, se puede comer, tomar, charlar y pasarla muy bien. La Peña Barricada.
La otra vez —decía— fui a una peña. Y una figura de la noche me cautivó en particular. Después de cantar con caja una vidala sobre rebeldía y libertad, y antes hacer de una chacarera, esta persona se paró a hablar de deconstruir, de la necesidad de un nuevo folklore, de la importancia de estos “tiempos de diálogo”. Entre su música y sus palabras se llevó toda la ovación del público. ¿Por qué? ¿Quién era esa persona?
Susy Shock es un montón de cosas. A veces es escritora, a veces es cantora, a veces es actriz. Pero siempre es artista, trans y sudaca. Tiene una presencia muy fuerte, dice lo que piensa y lo dice muy bien, segura de sí misma; y, más importante todavía: está dispuesta a pelear —a seguir peleando— por ello. Cine, radio, literatura, teatro, periodismo; para Susy el medio parece no importar, porque lo fuerte siempre es el mensaje, el discurso, el contenido. Pero no digo más, que ya me extendí demasiado, y ahora dejo que el lector aprecie por sí mismo las palabras que Susy me concedió en una entrevista improvisada ahí mismo, en plena Peña Barricada. Ahí va.

¿Cómo llegás vos a hacer una peña?
Yo soy hija de tucumanos y pampeanos, o sea que el folklore yo empecé a bailarlo de chiquitita. A los catorce empecé teatro, y cuando arranqué a cantar ya canté folklore. No me considero sólo una folklorista, me considero una cantora, con todos los estilos: el rock me encanta y el tango también. Entonces el folklore sobre todo tiene que ver con una crianza muy provinciana, aun viviendo en la ciudad: yo soy criada provincianamente.
Además tengo por suerte la posibilidad de viajar mucho al exterior, e indudablemente hay algo que pasa cuando te encontrás con otra cultura, que es la necesidad de dar cuenta desde dónde venís, lo que sos. Entonces hay algo que yo encuentro por ahí en el folklore que no encuentro en otros estilos u otros géneros, algo que da cuenta de lo que soy.
Además yo me autodefino una “artista trans sudaca”, y entonces desde ahí yo miro, dialogo, propongo e intercambio. Y el folklore obviamente me atraviesa todo.

Me gustó lo de “sudaca”, porque te quería preguntar algo relacionado: ¿vos creés que hay algo que excede a ‘lo argentino’ en nuestro folklore, una identidad latinoamericana en común?
Lo que pasa es que de donde hablo es de donde me conozco, desde donde me permito transitar más genuinamente. No sé cómo es en otros horizontes, porque hay algo que me conmueve de la música mejicana por ejemplo, pero que no me pertenece; podría hasta cantarlo técnicamente, pero siento que siempre hay algo que me va a faltar, algo que no va a poder ser transmitido. Una es un canal, y ese canal siempre se construye con esa cosa identitaria; lo construye el suelo, el olor, desde dónde vos aprendes a caminar, cómo caminás, los tropiezos, ¿no? Hay algo muy bello que dice Eladia Blázquez en Corazón al Sur: “la esquina, el piberío, lo reconozco...” Hay algo con el olor, con los sabores que tienen que ver con tu lugar —cuando empezás a viajar recién te das cuenta muy potentemente de esto, porque claramente el otro y la otra de afuera ven eso que traés. Siempre hay algo que va a connotar el lugar de donde venís. Cuando como en mi caso no renegás de ese lugar, amás ese lugar, seguramente hay algo que se afianza mucho más, que es más fácil de comunicar.

Lo que decías desde el escenario de la “deconstrucción de lo tradicional” y el construir ese “cantar nuevo”, “de ahora”. ¿Crees que esta noche está pasando eso? ¿Creés que hay algo que pudo crecer de alguna manera, que no se quedó en lo tradicional?
Yo creo que a veces hay evoluciones que son meramente estéticas, y que no tienen por ahí una idea del discurso: yo peleo el discurso, me parece vital. A veces digo: no es casual que yo pelee el discurso porque es como pedir una palabra que ha sido negada todo el tiempo. Hasta hace muy poco, las personas trans partimos de no ser personas de derecho. Entonces cuando vos empezás a pelear a veces pensás que tiene que ver con el trabajo, con conseguir la posibilidad de la educación, la salud, el acceso que a cualquiera también le cuesta, pero que no le cuesta por ser trans, le cuenta por ser pobre, por venir de Salta, por ser morocho… un montón de cosas que también se nos suman a las personas trans. Yo por ejemplo soy una femenina trans, salteña, morocha, y un montón de cuestiones que me van a complicar todavía mucho más la vida. Pero claramente ser una persona trans es ser alguien que no existía. No estabas adentro. No sólo no te tenían en cuenta, eras violentada, detenida y en muchos casos asesinada por tus elecciones. Entonces nos damos cuenta de que la búsqueda del trabajo, de la salud, también tiene que ver con una pelea con el discurso por dejar de ser meramente objetos de estudio, dejar de ser objetos para la policía, objetos para la comicidad o el espacio más freak de lo televisivo, y pasar a ser consideradas como sujetos y sujetas de conocimiento propio, porque lo tenemos. Y porque miramos el continente y el mundo desde esa cosa marica, desde esa cosa trans que somos, ¿no?
Entonces desde ahí releemos qué es ser varón, qué es ser mujer, qué es lo masculino y lo femenino. Y ¡oh casualidad!: si nos vamos a ese fondo que son los pueblos originarios, ellos no tenían las palabras “varón” y “mujer”, y sí tenían “lo femenino” y “lo masculino”. Entonces ahí hay algo que tiene que ver con la conquista, y que nos ha atravesado a todos y todas, que nosotros también estamos ayudando a discutir, porque hay saberes, conocimientos; reglas básicas de la identidad que han ganado a través de una conquista. Entonces hay que desandar un camino. Y en nuestro caso, por ahí podés saber lo que paso con los mayas, los aztecas o los incas, pero no sabemos lo que pasó acá en el sur porque hay muy poca documentación. Eran pueblos nómades y eso implica que no dejaron asentado en un lugar lo que fueran, entonces hay que releer, hay que buscar. Y a mí me parece un desafío súper increíble, ser parte de un continente que tiene que buscarse lo que es, porque hasta ahora hemos sido leídos por el conquistador siempre. Cuando dicen: “hombres encontrados vestidos de mujeres”, capaz que estaban las travas ahí ¿entendés? Y el conquistador viene y documenta eso. Claro, ¡eran “sodomitas vestidos de mujeres”!, y por ahí que eran las travas originarias, ¿qué se yo? Digo, el machismo creo que es la conquista, ¿no? Lo binario, lo patriarcal es la conquista.
Entonces ¿cómo hacemos para que formar un arte que connote eso nuevo, si nosotras no estamos en esta discusión? No nosotras como personas trans, sino la mujer, que desde el feminismo viene discutiendo su rol como meramente objeto, meramente doméstica, meramente sumisa; meramente objeto a violentar, a coger, a parir. Eso ya está discutiéndose, pero no hay un folklore que dé cuenta de eso, no lo hay. Es más, hay un folklore que apoya todavía la teoría machista, la teoría patriarcal, que son construcciones culturales; no es algo divino, la pacha no lo dijo, no es un don divino que hay que repetir y hay que seguir. Claramente el desafío es asumirnos como objetos a crear, cada cual, vos, vos, yo, todos y todas somos objetos a crear; tenemos un continente como un objeto a crear, tenemos nuestra propia cultura como un objeto a crear. Hasta ahora hemos estado tan atravesados por lo militarista, por la idea de la patria, ¡y el folklore sirvió para eso! Todo el tiempo sirvió para eso, para connotar algo... A ver, se construyó una idea de patria y el folklore sirvió a esa idea. Y entonces hay un montón de otras patrias que quedaron sin nombre. De hecho, de los pueblos originarios es como un reducto muy minoritario lo que se ve: la coplera y el coplero de los grandes festivales empezaron siendo como un pequeño adorno. Pero un adorno que aparece, y que cuando aparece conmueve, y conmueve porque nos entra en otras zonas que no habituamos escuchar, no tenemos el oído para escucharlo, porque tenemos el oído al cachengue, al chuqui chuqui. Y hay algo ahí que connota otro saber, ¿no?

¿Cuál te parece que es la relación entre la tendencia autogestiva de espacios como éste y la cultura tradicional, la folklórica? ¿Cómo se da este encuentro?
Hay gente del arte que amo mucho, que es irruptiva. Por ejemplo, algunos artistas me parecen seres increíbles, que son irruptivas e irruptivos, que han traído un modo de releer el folklore. Pero no han releído el discurso del folklore: siguen hablando y connotando desde lo masculino. Como si no hubiese pasado una Susana Rinaldi, una María Elena Walsh que tuvieron un estigma por cantar desde lo femenino, porque el tango era derecho de hombre y nada más. Digo, no porque lo tenga que hacer cualquiera, yo creo que mi desafío no es pelearle a nadie, sino proponer lo nuevo.
Los jóvenes tienen que asesinarnos —lo más amorosamente posible— para que venga lo nuevo. Porque lo viejo repite ese modelo que hasta ahora al mundo le ha hecho un profundo dolor. Con sus perlitas y sus joyas, amo a Atahualpa Yupanqui a Zitarrosa, al Cuchi Leguizamón, soy y vengo de ahí. Lo bailé consciente e inconscientemente, lo canté consciente e inconscientemente, pero en un momento planteamos una disputa de discurso. Y eso no es poca cosa, es una enorme cosa. Aparte, no sé qué significará la palabra identidad en Alemania, en Estados Unidos, pero en Argentina tiene una connotación tan profunda que me parece que es por lo menos un desafío estar al altura de esa búsqueda. No sé si vamos a ver a los logros, pero sí podemos estar a la altura de la búsqueda de la identidad, de poner en duda lo establecido: me parece que ese es el gran desafío que tenemos. Mi parte joven es la que me mantiene en ésa búsqueda y eso es lo que yo incito a la pendejada cuando se suma, en el orden que sea; en lo académico, en la docencia, en el arte, lo que sea: tiene que disputar los discursos hegemónicos. Tiene que proponer lo nuevo, tiene que poner en duda los roles hegemónicos de ser varón, de ser mujer.
Tenemos que empezar a ponernos de acuerdo en lo que no somos: no somos Videla, no somos Mirtha Legrand, no somos Valeria Massa. Por ende hay un folklore, hay un arte —un discurso estético también— que responden a ese modo de ser: violento, retrógrado, ¿me entendés? Es lo que representan estas personas y otras tantas. Entonces tiene que nacer algo nuevo, es urgente que nazca lo nuevo, y hay que probar espacios como éste. Y ahí la asociación en todo caso entre espacios autogestivos y el arte es la posibilidad de discutir, rediscutir, de dialogar otros modos. Hasta de cómo autogestionamos una noche, cómo nos bajamos cada cual de su ego personal para dejar que transite la noche, que pasemos y discutamos. Y a la vez somos transición, porque no todos y todas los que estamos en este escenario estamos proponiendo temática nueva, a veces repetimos lo que está. Que es muy bello pero que no discute todavía eso viejo, porque es tan bello que no se lo discute. Y de repente está bueno poner los espacios para que nazca lo nuevo. O sea no va a nacer lo nuevo si no hay un espacio para que nazca. Aunque a veces nace también rompiendo la maceta, viste como cuando la raíz quiere ir y rompe la maceta hacia abajo porque no le dan lugar pero la raíz hace el lugar finalmente. Esa es la violencia que yo te digo, asesinando lo viejo y lo establecido para que surja lo nuevo, pero me parece que hay que dar espacio para que salga.
¿Que tiene que ver esto con el folklore? Todo. Porque el folklore es todo esto. El folklore es precisamente eso que da cuenta de todo lo que somos, esas inquietudes, esas contradicciones, esa disputa de discurso. Entonces me parece que ahí preanunciamos, deseamos, imaginamos, soñamos —ingenuamente— que tiene que ser por lo menos un espacio para repensar.

¿Y cómo ves la respuesta a estos “espacios para repensar”? ¿Vos participás activamente en la organización?
Sí, esta es la segunda Peña Barricada. Esta siendo cada mes y medio pero después de julio va a empezar a ser una vez al mes acá. Y la respuesta es gigantesca, como hoy, mucha gente, está repleto. Aparte muchas otras cosas, yo tengo mi poemario trans-pirado que se hace el primer viernes de cada mes y ya es la quinta temporada y está repleto. Hay mucha gente que está haciendo esto. Hay un término que me súper interesó que es “lo epocal”. Creo que somos artistas epocales, de esta época, que venimos a dar cuenta de esta época. Pero esta época a veces son treinta años y no los últimos cuatro o diez, y a veces son más también.
Así que me parece que hay algo a lo que respondemos. Obviamente si seguimos insistiendo es porque hay un eco. Si no hubiera un eco de respuesta, bueno, algo estamos haciendo mal y estamos insistiendo en algo que no tiene cabida. Pero indudablemente hay mucha gente que lo quiere. Yo soy una persona trans que está mucho trabajando, militando cantando, y actuando en la comunidad LGTB, pero a la vez yo siempre estoy mezclada. Siempre insisto en tener que ver: si hay peña estar, si hay ciclo de lectura estar. Ser parte, mezclarme con el otro y con la otra porque me parece que hay un discurso de lo asfixiante, de esto hegemónico que hablaba antes, violento, que nos hizo mal a todos y a todas, y hay muchos y muchas que queremos rediscutirlo, al margen de tu género y de tu sexualidad. Queremos que los niñitos y las niñitas que nazcan, nazcan —como dice Pedro Lemebel— sin sus alitas rotas, que puedan crecer sin sus alitas rotas, sean lo que sean. Y tenemos que tener una canción de cuna —si es en vidala, mejor— que acompañe a esos niñitos y a esas niñitas.

Julio 2014