Diseño de interiores

escribe Nacho Castillo▹
"Renovarse es vivir", le dijo Serrat a Sabina en una pesadilla de Pat Metheny, quien no entendió de qué se hablaba pues no maneja el español de castilla. Mientras tanto, Nacho Castillo divaga en una mesa de café sobre músicos que sí estudian.


Una charla de café en la que no planeaba comprometerme más allá de algunos movimientos de cabeza y ajáses en distintos registros tomó, sin que me diera cuenta, rumbos inesperados. Si tan sólo lo hubiese visto venir con un poco más de anticipación, tal vez hubiera podido desviar la atención hacia alguna zona un poco más cómoda y ahorrarle el disgusto al resto de los interlocutores. Cuando entendí lo que estaba pasando, no tardé en reaccionar. Intenté hacerme el distraído con el celular, incluso insistí en pedir más medialunas, pero no hubo caso. Ya era demasiado tarde. Algunos segundos después, frente a un público quizá menos comprometido, este redactor cedió a su debilidad maniático-periodística y monopolizó la charla enumerando aquellos casos donde músicos ya consagrados se descalzaron los botines de profesional para embarrarse con los pibes en las canchas auxiliares a fuerza de libros, papel y lápiz.
La primera piedra me desconcertó: ¿Sting había vuelto a estudiar después de levantarla en pala junto a The Police? ¿Posta? El planteo, a la distancia, no parecía tan extravagante: estamos hablando de un músico prolífico y sin dudas inquieto, que supo hacer de su carrera algo más que los grandes éxitos con los que puso a bailar a la generación de nuestros padres junto al trío inglés. Que se haya animado a la música del compositor renacentista John Dowland junto al laudista bosnio Edin Karamazov en el disco Songs From The Labyrinth o que haya colaborado con músicos de la talla de Herbie Hancock o Joe Henderson no deberían ser anécdotas aisladas, sino más bien indicadores de una búsqueda más profunda por adentrarse en el mundo de la música educada. Sin embargo, una investigación superficial no arroja resultados específicos, más allá de un discurso de ingreso para la cohorte de 1994 de Berklee, donde además de echar un poco de luz sobre el supuesto original devela un poquito de su secreto para la juventud eterna:
“No tuve educación musical formal. Supongo que me volví exitoso gracias a una combinación de suerte, astucia y curiosidad. Todavía opero de la misma manera. Pero la curiosidad musical nunca está enteramente satisfecha. Se podrían llenar bibliotecas enteras con todo lo que no sé de música. Siempre hay algo más para aprender.”[1]
Aunque no lo queremos tanto al bueno de Sting, le damos el beneficio de la duda: aquello que dijo en 1994 no deja de ser cierto.
“Debe ser algo de bajistas”, pienso en voz alta. Pude notar que uno de los comensales que ya me tenía fichado de otras sobremesas se incorporó en su silla y revoleó los ojos. Se veía venir el monólogo. La agenda me llevó entonces al caso más reciente que mi cabeza tenía almacenado: en el parate que los Red Hot Chili Peppers hicieron entre Stadium Arcadium (disco ¡doble! que bancamos a las trompadas, vengan de a uno) y I’m With You, el pirotécnico bajista de los pantalones de peluches Flea se calzó la mochila y dedicó un año de su vida a las andanzas académicas en la University of Southern California donde cursó trompeta (un viejo conocido de este prócer de las cuatro cuerdas), lenguaje musical y composición. Además de la experiencia de transcribir solos del ícono hardboppero Lee Morgan, Flea asegura a manera de balance de su tiempo como freshman universitario:
“Estoy contento con la manera en la que se desarrolló mi educación musical, pero es muy divertido aprender todo esto porque nunca supe nada. Tocaba la trompeta en las bandas de la escuela. Sacaba las cosas que me gustaban, pero nunca aprendí por qué esta nota va con esta nota o por qué produce ese sonido. O cómo crear tensión en la composición. Los Chili Peppers hacíamos eso en las estructuras de nuestras canciones a fuerza de emoción e intuición, en oposición a saber la matemática y lo académico de todo eso. Conocer la estructura es muy divertido.”[2]
También ha dicho en alguna entrevista que compuso buena parte de la música del último disco de la banda favorita de Barney Gómez[3] desde el piano, instrumento que empezó a dominar también a partir de este período formativo[4]. Para este redactor, el resultado sonoro no es evidente, quizás tampoco tiene por qué serlo, será otra discusión para otra tarde de café. Sí hay unas cuantas cosas interesantes en su primer aventura solista, el EP pseudo-experimental Helen Burns de 2012, que cuenta además con un tema firmado junto a Patti Smith.
“Bueno, tampoco hay que irse hasta Los Angeles para encontrar ejemplos, ¡no seamos tan cipayos!”, suelto con algo de cuidado. Todos en la mesa se ríen. Nadie me manda a dormir la siesta. Respiro porque el chiste salió bien y, a pesar de alguna cara de impaciencia, sigo. Bien sabemos que Pedro Aznar siempre fue un fuera de serie: para 1982, año en que migra de este hemisferio para irse a estudiar a la ya mencionada universidad de Berklee en Boston, ya había colaborado con los grandes músicos de nuestro país. De su histórico paso por Serú Girán a sus colaboraciones con Luis Alberto Spinetta, Pedro se cansó de cosechar elogios como músico durante los años más ásperos de la historia argentina. Aun así, su viaje educativo a las tierras del norte (que al parecer no fue tan importante desde el punto de vista académico, como ya veremos) acarreó otras grandes aventuras: su paso por el Pat Metheny Group es quizás una de las historias más conocidas. De River al Barcelona, casi sin escalas. Una entrevista con Roberto Pettinato en la mítica revista Expreso Imaginario de octubre de 1982[5] nos regala algunas perlitas sobre ese momento bisagra en la vida del rockero prodigio de nuestro país: “No sé si aprendí cosas nuevas. Creo que no descubrí la pólvora. Fue como llenar agujeros que tenía en mi formación, en cuanto a la lectura o a escribir una parte correctamente bien”. Sin embargo más adelante en la entrevista, hablando de “los músicos argentinos”, deja traslucir algunas de las razones de su deseo original de formarse:
“No sé, creo que acá nos falta muchísimo todavía. También falta mucho estudio. (…) Acá, creo, no hay demasiada inteligencia ‘aplicada-al-servicio-de…’, ¿entendés? Hay tipos de gran talento, por ejemplo, Luis [Spinetta]. Todos saben lo que podría hacer Luis si hubiese estudiado música. Y te aclaro que el talento de Luis es oro en polvo. Ha hecho discos que son luz pura. (…) Yo, por ejemplo, sin saber un pito de nada, me metí a tocar con todo el mundo y aparecí en uno de los grupos más importantes de la Argentina, y ¿con qué derecho?”[6]
La luz del día que entra por los ventanales empieza a hacerse cada vez más oscura. Miramos los relojes, pedimos la cuenta. “A mí personalmente siempre me gustó el caso de Neil Peart”, digo, como para cambiar de tema, mientras el mozo atraviesa el ajedrez, ticket en mano. Resignados ya, todos escuchan con la poca atención que queda. El documental Beyond The Lighted Stage de 2010 lo cuenta clarísimo: a principios de la década del noventa (cuando la era dorada de Rush ya estaba más cerca de los libros de historia que de la portada de la Rolling Stone) el baterista es invitado a participar en un tributo al héroe de la batería de jazz Buddy Rich. Ahí conoce al maestro Freddie Gruber (“el Yoda de la batería”, dicen) y nace la incógnita: “¿qué pasa si vuelvo a estudiar?” ¿El balance?
“Inmediatamente después de eso, trabajé con mis compañeros de banda en las canciones de Test For Echo y lo primero que los muchachos dijeron fue ‘todavía suena como vos’. Al principio estaba un poco desilusionado, pero después dije, ¡por supuesto que suena como yo! Ellos pensaban que sonaba igual, pero cuando tocamos juntos había otro reloj funcionando.”
La información técnica específica de este cambio está registrada en el DVD Anatomy Of A Drum Solo[7]. Quienes pudimos ver a Rush en vivo en el estadio GEBA en el 2010 tocando ese increíble disco titulado Moving Pictures entero podemos asegurar sin necesidad de ningún documento adicional que nuestro querido baterista canadiense cada día toca mejor.
Alguien dice en un inglés cuestionable “I don’t believe in tipping” y todos menos uno nos reímos con entusiasmo, aunque ya bastante cansados. Nos saludamos en la puerta y algunos sensibles de emoción fácil piden fecha para la próxima reunión. Yo sigo en otra. ¿Afuera del rock hay ejemplos así? Es verdad que para el momento en que Astor Piazzolla viaja a París a estudiar con Nadia Boulanger[8] ya tenía un recorrido hecho como músico de tango, habiendo tocado y arreglado para la orquesta de Aníbal Troilo, dirigido la de Francisco Fiorentino, formado su propia orquesta típica y compuesto alguno de sus tangos más emblemáticos como “Lo que vendrá” o “Prepárense”. Y sin embargo, a su vuelta a Buenos Aires, redobla la apuesta: el Octeto Buenos Aires, las distintas encarnaciones de su quinteto, los experimentos electrónicos de los setenta, las Cuatro Estaciones. Recuerdo también, medio al pasar, esa anécdota —falsa, dicen[9]— en la que, ya consagrado, George Gershwin se acerca a Igor Stravinsky para pedirle clases de composición, a lo cual este pregunta “¿cuánto dinero hizo usted en el último año?” y tras escuchar la respuesta del norteamericano sentencia “entonces yo tendría que estudiar con usted”. “Igual no aplica”. Un bocinazo me ubica de vuelta en el mundo real. El celular dice que es domingo 27 de julio y que cierra la revista. “Esto es una nota”. Vuelvo corriendo a casa y me siento a escribir.
Fernando Cabrera canta, en uno de los temas más lindos que a mi gusto tiene su disco Bardo, que “detenerse es morir”. Si algo nos dejan todos estos ejemplos, más allá de lo específico del asunto (de aquellas músicas que no hay que perderse, de las anécdotas de color que pueden llenar vacíos en sobremesas en las que profundizar en intimidades no es opción), es la idea de que reconocerse agotado y volver a cero, saber irse al mazo para recibir nuevas cartas con las que salir a jugar es, en todos los casos, abrir(se) la puertita hacia un mundo nuevas posibilidades.
“¿Quién es mano?”
 

[1] http://www.berklee.edu/commencement/past/sting.html
[2] http://archive.today/2zK47#selection-687.0-687.527
[3] http://www.youtube.com/watch?v=zr9NupoKOaY
[4] http://www.spin.com/articles/qa-flea-new-chili-peppers-album/
[5] http://araguet.net/expresoimaginario/Nro%2075%20-%20Octubre%201982.pdf
[6] La cita que queda afuera de este párrafo por irrelevante pero no menos importante es la que dice, hablando sobre su experiencia zapando con Pat Metheny: “Así que la onda quedó ahí. No sé qué va a pasar, pero en un momento me dijo que cuando volviera,  si está Lyle Mays nos podríamos juntar los tres a tocar algo...”
[7] http://www.youtube.com/watch?v=S7ixP8WVD1g
[8] Nadia Boulanger fue profesora de varios pesos pesados del siglo XX, entre los que figuran Aaron Copland, Quincy Jones, Daniel Barenboim y Philip Glass entre muchos otros.
[9] https://www.theatlantic.com/past/docs/issues/98oct/gershwin.htm

Ilustración por Julián Rodríguez F.Agosto 2014