El autobús mágico

escribe Matías Rodríguez F.▹
La historia del bondi porteño: alto viaje.


Es innegable que el café porteño es una marca registrada de la Ciudad de Buenos Aires: los hay más grandes, más chicos, más lindos y más feos. Pero cualquiera sea su forma, buena parte de la identidad de la ciudad contenida por la General Paz al norte y al oeste y el río Matanza-Riachuelo al sur, tiene que ver con los bares y las cafeterías. Una de las cosas más atractivas de la historia que sigue a continuación es que tiene su acto inaugural, su nacimiento, en una mesa de café; y además, algo que ya es un fetiche para cualquier argentino promedio, la consagración de un invento. A fines de la década del veinte, un nuevo medio de transporte emergía en la ciudad y en el mundo.
En la esquina de Rivadavia y Carrasco, en el barrio de Floresta, José Gálvez, Rogelio Fernández, Pedro Etchegaray, Felipe Quintana, Lorenzo Porte, Antonio González y Manuel Pazos, casi todos primera generación de inmigrantes, compartían una mesa tras un largo día de trabajo en sus respectivos taxis. Sí, se trataba de un clásico encuentro de tacheros sin nada que envidiarle a los actuales. Era la primavera del año 1928, más precisamente el 24 de septiembre, cuando estos viejos amigos se tomaban un café. La crisis que irrumpiría en el sistema económico en el año 1929 ya golpeaba las puertas del mundo y Argentina no estaba excluida. El porteño parecía preferir caminar, tomar el tranvía o el joven subte en vez de un taxi. El negocio no iba bien, y esta mesa de siete taxistas lo sufría a diario. Fruto de la imaginación de uno o de muchos, no se sabe de quién fue la ocurrencia, ese día apareció la idea del taxi-colectivo. Si el habitante de Buenos Aires prefería otros medios de transporte por sobre el taxi (probablemente por su mayor costo), vamos a ofrecerle que comparta el viaje y pueda dividir su valor con otros vecinos —habrán pensado ilusionados.
Ese mismo día, desde la esquina de Rivadavia y Carrasco, se puso la semilla de lo que después sería el colectivo moderno. Con trayectos que oscilaban entre los diez y veinte centavos dependiendo de la distancia a recorrer, este grupo de taxistas brindaba viajes hasta puntos centrales de la capital como Plaza Once, Primera Junta, Plaza Flores o Plaza de Mayo. Al principio con alguna timidez, luego con total normalidad, el porteño fue aceptando la nueva modalidad, eligiéndolo cada día más.
El crecimiento de este nuevo medio de transporte fue tal, y en sus comienzos tan poco regulado, que los conductores, quienes al principio alternaban viajes colectivos y viajes particulares con un solo pasajero, comenzaron a optar directamente por los viajes populosos. Con trayectos fijos, tarifas establecidas y lugar para entre cuatro o cinco pasajeros dependiendo del auto, las primeras líneas de colectivo hacían su aparición.
A la par de lo que parece ser un vendaval de buenas noticias para el naciente colectivo porteño, la resistencia de los competidores (especialmente del tranvía) se hacía sentir. Rápidos de reflejos, los nuevos participantes de la movilidad urbana porteña dispusieron sus nuevas ‘líneas’ a la par de las de los tranvías, en directa competencia. Esto generó acusaciones de las más variadas, como las de competencia ilegal, que a veces llegó a extremos tales como la expropiación de algunos vehículos por parte de las autoridades locales.
Las nuevas líneas de taxi-colectivo proliferaban en la ciudad y a la par los vehículos aumentaban su capacidad. También había lugar para el arte: las nuevas unidades exhibían fileteados para su decoración, incluso con carteles indicadores del número o el recorrido que realizaba la línea. Así, los nuevos colectivos iban tomando la misma numeración que ya llevaban los tranvías, para facilitarles a los usuarios el recuerdo de los recorridos.
De una mesa de café al mundo, el taxi-colectivo se ‘exportó’ a distintos rincones del globo. Quizá lo más curioso de este invento sea su nacimiento. No por el café, ¿quién no tuvo alguna vez una idea en un bar? Pero el colectivo nació de la idea de un grupo de taxistas, ¿qué ironía, no?: dos gremios a los que solemos ver enfrentados en la convivencia diaria en el transporte de la ciudad. Entonces cabe la pregunta: ¿el taxi tiene de hijo al colectivo, o el colectivo es ese discípulo que superó a su maestro?

Ilustración por Julián Rodríguez F.Agosto 2014