La obstinación argentina

escribe Urco▹
Urquiza y Perón, ¿un solo corazón? Nuestro querido Urco, el obsesivo con ciertos movimientos latinoamericanistas, ataca de nuevo.


Imagínese lector; sitúese en el año 1945 y respire el aire de la ciudad hermosa de Buenos Aires. ¿Qué siente? ¿Qué puede observar en las caras y caretas de cada uno de sus habitantes? Las respuestas son infinitas, tantas como lectores de El Pez Digital haya en el mundo, y sin embargo hay un hilo conductor entre todas. Desde este año en adelante se habría de establecer en la idiosincrasia de cada uno de los argentinos —y de los hombres que quieran habitar el suelo argentino— aquella persistencia política que, sin importar su adherencia o rechazo, condicionaría todos los proyectos políticos que le sucedieran. El peronismo, por su trascendencia política y popular, por su exquisita variedad de personajes, por la pasión que despierta en sus adherentes, por la furia y el odio con que se lo intenta apagar y por todos los motivos que no voy a nombrar dada la finitud de este artículo, se presenta como una constante histórico-política argentina, como obstinación en los peronistas y, más aún, como obstinación en los antiperonistas.
Hay quienes piensan que el pensamiento es un pensamiento situado. Lo es. Las características más distinguibles del peronismo son a la vez comunes a la historia de nuestro país y la de nuestros queridos vecinos. El unitarismo, el federalismo y hasta la figura más trágica y romántica de nuestro interior federal, el caudillo, se encarnan en las raíces profundas de la historia de nuestro continente. Víctimas de la desolación colonial, serían impensables en Europa, China o África, y aquí, por así decirlo, se encuentran las raíces de nuestra historia política autóctona. El peronismo supo crecer de estas raíces y consolidó un árbol político extraño y complicado, entremezclando proyectos y personajes contrapuestos gracias a la habilidad de su conducción. Cual caudillo federal, Perón supo liderar a los excluidos del sistema que ya no eran los gauchos, sino lo que la oligarquía argentina denominó primero “la chusma ultramarina” y después simplemente “la chusma del interior”. Encontraron en él un líder y un conductor, al mejor estilo de Rosas o, ya veremos por qué, de Urquiza.
Los orígenes del peronismo se remontan, naturalmente, a Juan Domingo Perón. Esto no pretende ser una obviedad ni remarcar la humildad con la cual el General eligió el nombre del partido, sino dar cuenta del verticalismo que rige el movimiento. Verticalismo que rige gracias a la lealtad hacia el líder, que es la condición esencial para pertenecer al movimiento. “Para un peronista, no hay nada mejor que otro peronista”: frase ejemplar, vanagloriada por la derecha peronista que expresa perfectamente el funcionamiento del engranaje peronista. ¿Cómo ha de ser puesto en marcha dicho engranaje? Sólo Perón sabe hacerlo funcionar, por eso el movimiento no puede existir fuera de él. Y sólo se ha de confiar en otro peronista, justamente, por la lealtad que rige el movimiento. El receptor de todas estas lealtades, el padre eterno como diría él mismo, es Juan Domingo Perón. De esta forma, aquellos que quieran funcionar por fuera serán condenados como sucedió con Vandor o Cipriano Reyes o serán echados de la Plaza cual jóvenes imberbes, como sucedió con Montoneros.
Montoneros, organización de base revolucionaria y peronista, discutió la verticalidad del movimiento. Fascinados con la primavera revolucionaria de la segunda mitad del siglo XX, descubrieron en el peronismo la base de su proyecto político: el pueblo. Sucede que, años más tarde, nos encontramos con que el pueblo —efectivamente— era peronista pero no revolucionario y que la vanguardia del pueblo siempre es la vanguardia y no el pueblo. Más tarde aprendimos también que las revoluciones no se exportan, que obedecen a las causas concretas de cada movimiento. Pero en ese momento no se sabía y, de hecho, las leyes marxistas de la historia nos indicaban que todo marchaba hacia el socialismo, como debía ser. Hay que contextualizar a Montoneros, contextualizar su error garrafal pero entenderlo en su tiempo e historia. “Conducción, Conducción, Montoneros y Perón” fue un canto errado, Perón nunca iba a compartir la conducción de un partido que lleva su nombre. Pero tampoco lo iba a decir, porque en ese momento necesitaba apoyarse en la juventud para regresar al país.
La derecha peronista, la burocracia sindical, los personajes más siniestros de este relato (en suma: el peronismo duro de la Argentina) también se disputaban la conducción del movimiento. Ellos no querían un peronismo de base, ni ninguna transición al socialismo nacional. “Somos la que las veinte verdades justicialistas, dicen”, dijo Perón. Genial, nada de pavadas. El General sólo quiere una clase obrera que trabaje y que sea feliz, por eso se acompaña con gente dura y obsesionada con el orden; el General quiere que los trabajadores obedezcan al movimiento y al sindicato. Pero, ¿era posible una clase obrera feliz luego de la Libertadora? ¿Luego de los acuerdos con el FMI, el Banco Mundial, y una industria nacional inexistente? ¿Era posible la felicidad con gente como López Rega? Encontramos en la derecha peronista, entonces, otra traición al General y otro error garrafal. No se preocupe, lector, que dada la condición humana que nos constituye, la historia está plagada de errores, traiciones y tragedias. Pero tampoco es un tango, porque más allá de las tristezas, más allá de toda la violencia, se encuentra la resistencia, la paz y, en definitiva, la vida.
El padre eterno se encontraba, entonces, con que su propio movimiento le pedía compartir su bastón de mariscal. La eternidad, lo sabemos mejor que cualquier otro ser viviente, no es posible. La lealtad que rige el movimiento no es unilateral sino también de Perón hacia sus integrantes. En caso de haber un problema en el movimiento, la tarea del líder es evitar las facciones y, sobre todo, no tomar partido por ninguna. Eso es lo que hace un padre. Perón se convirtió de repente en un padre severo, se puso serio y rompió también la lealtad con su movimiento porque se inclinó por una de ellas, la más siniestra. Un movimiento político no puede ser sostenido por la eternidad de su líder porque, naturalmente, no es posible. Además, si Perón era el padre, ¿Montoneros y el Brujo eran hermanos? Efectivamente, Perón conoció la muerte en el año 1974 y en ese momento se esfumó cualquier posibilidad de conciliación, de abrazo fraternal. Las similitudes con Urquiza se hacen ahora evidentes: Urquiza entregó la causa federal al olvido, retirándose de la batalla de Pavón y dejándole el camino liberado a Mitre para derrotar a las montoneras del norte argentino; Perón, un siglo más tarde, entregó en las manos del Brujo e Isabelita el poder militar necesario para liquidar tenazmente a Montoneros y toda la guerrilla revolucionaria. 
El engranaje peronista sigue funcionando hasta hoy, aún con Perón muerto. En una clase una vez un profesor dijo que los argentinos estamos condenados a la política, por la pasión con la que se practica en este país. Después se corrigió rápidamente y agregó que, en realidad, estamos condenados al peronismo. Tiene razón: si Perón era el único que sabía encender esta maquinaria, con su muerte sólo nos queda el sonido de sus partes funcionando y el botón de apagado, vaya uno a saber dónde.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Agosto 2014