No sea botón

escribe Federico Dalmazzo▹
Fede se viste de seda, pero Fede queda. Una nota de hondo contenido humano.


RICARDO PIENSA EN LA CENA
Es un mayo de 1960, otoño más frío que los actuales, y suena la campana que indica el fin de turno en la fábrica de Mercedes Benz. El operario Ricardo Klement marca tarjeta y sale rumbo a su casa en San Fernando, un par de horas y varias líneas de bondi de por medio. Espera llegar rondando las diez, muy tarde para cenar, piensa; la rutina argentina, en lo que respecta a las comidas, tiene su reloj en fuerte discusión con el hábito europeo en el que Ricardo se crio. ¿Quién sabe a qué se debe tamaña diferencia? Finalmente sube al 203, último bondi de la pequeña travesía diaria, y le agarra la modorra que obliga a cabecear a esas horas, mientras observa que hoy se demoró más que de costumbre. Verán, Ricardo era un estricto seguidor de la rutina, como así de los números y la pulcritud, en fin, se puede decir que hacía culto a una vida ordenada. Son las 22:20 cuando se baja del colectivo con la panza vacía, piensa en su esposa que debe estar un tanto impaciente por la demora mientras camina por la ruta 202 camino a su hogar en la calle Garibaldi, a dos cuadras de la parada. Hace unos meses, en marzo, habían celebrado sus bodas de plata con una buena cena en casa, con invitados y lujos… pero qué cosa: todo lo hace pensar en la cena. Evidentemente tanto ocupa este pensamiento en su mente que no se percata del hombre que viajó en el bondi con él y se bajó en su misma parada, un tanto sospechoso por la gorra que usaba en el colectivo y más por los guantes de goma que ahora se está calzando. Adelante, un auto con el capó abierto y las balizas puestas parece necesitar ayuda, situación que alguien que ejerce de electricista, como Klement, puede no resistir. El hombre lo interrumpe: “Un momento señor, ¿puedo preguntarle algo?”. Ricardo piensa en la cena, justo en el momento que el hombre se abalanza sobre él tapándole la boca y con la ayuda de tres más lo meten en el auto, rumbo al lugar donde lo interrogarían por nueve días.
Sin oponer resistencia, Ricardo Klement, secuestrado en San Fernando un 11 de mayo de 1960 por agentes del servicio de inteligencia del Estado de Israel, confesó tener el nombre de Adolf Eichmann como ciudadano alemán y haber ocupado el cargo de teniente coronel de las Schutzstaffel (S.S), miembro 45326, confirmando la data de los agentes. Por supuesto que estas acciones no eran para nada legales y el estado argentino sólo se podía enterar una vez finalizada la operación, así que los agentes aprovecharon la presencia en Ezeiza, por primera vez, de un avión de El-Al con motivo de los festejos del 150º Aniversario de la Revolución de Mayo, y trasladaron a Eichmann, disfrazado de guardia de la delegación, tras inyectarle tranquilizantes y rociarle el traje con whisky para simular una borrachera. Una vez despierto y comiendo la comida kósher del avión rumbo a Tel Aviv, Eichmann felicitó a los agentes por su eficacia en una operación tan riesgosa, al igual que había dejado asentado, en su declaración escrita, su admiración por la logística de la operación. Anteriormente, Peter Malkin, el hombre que uso guantes de goma por la impresión que le generaba tocar a quien consideraba responsable de la muerte de gran parte de su familia, rompiendo el protocolo, había mantenido largas charlas con el organizador de los traslados a los campos de exterminio. A base de vino y cigarros le preguntó si no había sospechado; a lo que Eichmann le dijo que sí, que había sospechado por los comentarios de los vecinos sobre una supuesta fábrica que instalarían estadounidenses en su barrio: cosa insólita al no tener luz ni gas ni agua corriente allí. Le contó que se sentía perseguido pero que no quería seguir otra vez la rutina de separarse de su familia y cambiar su identidad, que prefirió seguirles el juego y esperar a que llegase su momento.

PROMETIDA Y PRIVATIZADA
Luego de la guerra mundial y de la creación del Estado de Israel, todo ciudadano debía estar preparado para luchar a cualquier costo para defender la ínfima franja de 14.100 km² que la ONU le asignó a los judíos, quienes ya desde fines del siglo XIX habían empezado a migrar a Palestina y para los años cincuenta ya habían construido en tiempo record un estado fuerte en medio del conflicto continuo. Ese pueblo que venía de escapar del borde del abismo, de las cámaras de gas y de los campos de trabajo forzado no vaciló en aprovechar la oportunidad histórica que significaba contar por primera vez desde su fuga de Egipto, y luego de seis mil años de errar por el mundo, con un territorio propio, una bandera, un ejército, y —sobre todo— una sed de venganza implacable que prometía hacer tronar el escarmiento. La máscara estereotipada que ya desde la Edad Media cargaba el judío, ilustrado como un viejo débil y feo, se rompería por obra de los voluntarios que harían surgir a un nuevo judío guerrero moldeado por el trabajo colectivo en los kibutz, oasis agrícolas que prosperaron en el desierto en base a una fértil organización socialista y que serían la base de la población judía de Palestina en los momentos cruciales de su historia.
A la misión de perseguir a los enemigos de Israel fuera del territorio nacional fue asignado el Mossad, la agencia de inteligencia que, con más talento que equipamiento, llevó a cabo increíbles operaciones en aquellos años, que incluyeron la realizada en Argentina por cinco agentes liderados por Rafi Eitan, quienes además de la captura de Eichmann casi atrapan en ese momento a Josef Mengele, el doctor que jugaba a los experimentos genéticos con humanos vivos en Auschwitz. También imperdible y trágica es la trama de la Operación Cólera de Dios, en que la organización se encargó de rastrear y asesinar por todo el mundo, a lo largo de dos décadas, a los miembros de Septiembre Negro y de la Organización para la Liberación de Palestina sospechados de haber participado en la matanza de atletas israelíes en la masacre de Múnich. Imperdible y cautivante como lo son la mayoría de las historias del Mossad, que incluyen muchos tiroteos, chocolates envenenados para el líder del Frente Popular para la Liberación de Palestina, colaboradores nazis ultimados con silenciadores en Montevideo, disfraces de todo tipo, y bombas: en habitaciones de hotel, en autos, en cartas, o hasta en teléfonos que explotan al atenderlos cuando un agente israelí llama haciéndose pasar por telemárketer. Se trataba de tiempos pretéritos en los que estas tareas se hacían a pulmón, sin contar con el desarrollo actual de la industria militar, o con cierto ideal de defensa de la patria y de valores más nobles que los intereses expansionistas de los actuales propietarios del Estado militarizado. Aquella tierra prometida como fue imaginada por los fundadores, la del kibutz socialista y el trabajo honorable de la tierra, ya fue privatizada y es hoy un instrumento fundamental de la geopolítica de las corporaciones multinacionales, que representadas por Estados Unidos utilizan al Estado de Israel como base estratégica en la región y lo financian en el continuo y aparentemente imparable espiral de producción bélica que obliga a la expansión y desemboca en los conflictos conocidos.

EMPLEADO DEL MES
En el juicio que se extendería unos dos años, se jugaría la identidad entera de Israel en un momento crítico de su historia al mando de David Ben-Gurión, el hombre que había unificado las Fuerzas Armadas y declarado la independencia, que, basada en territorio hasta entonces ajeno, generó la reacción militar de siete estados árabes. Adolf Eichmann fue encontrado culpable de genocidio y sentenciado, en Jerusalén, a morir en la horca. Se había demostrado su participación en la Conferencia de Wannsee para afrontar la solución final al problema judío en Europa, a partir de la cual quedó encargado de organizar la deportación hacia los campos de exterminio. Más que elucidar las causas y los misterios profundos del genocidio en Europa —que siguen hasta hoy siendo obsesión de los interesados en la condición humana— el juicio se trató de demostrar que Israel podía e iba a seguir persiguiendo y ajusticiando a sus verdugos, y de renovar el papel que este objetivo de justicia por el holocausto tenía en la fundamentación mitológica del nuevo estado. El juicio se realizó públicamente, con la presencia de corresponsales de todo el mundo. Entre ellos la enviada de la revista The New Yorker, Hannah Arendt, a quien la situación no le pareció simplificable a la tesis del “monstruo malvado extrahumano” que hoy día sostienen todas las interpretaciones del nazismo difundidas masivamente que llegan hasta nosotros. A Eichmann se lo presentó como el supervillano que la Fiscalía necesitaba, pero Arendt intentó entender su personalidad dado que él no era especialmente antisemita, ni presentaba ningún grado de “enfermedad” ni desorden mental, según los seis psicólogos que lo analizaron durante su cautiverio. De hecho, no le apasionaban particularmente ni el asesinato, ni las ejecuciones:
“No perseguí a los judíos con avidez ni placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia. En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos.”[i]
Él mismo, que hablaba idish y hebreo, había insistido durante el Reich en la necesidad de la creación de un Estado judío en Europa del Este y mediado con los movimientos sionistas para organizar un éxodo hacia Palestina. Entonces, vayamos al grano. Lo que graduaba su moral no eran las consecuencias concretas de sus actos, sino que era un burócrata preocupado por cumplir con eficacia las órdenes de sus superiores, por ser un buen operario de la máquina que, en este caso, estaba destinada al exterminio en masa; pero para un buen empleado estos son aspectos secundarios: lo que verdaderamente importa es optimizar los recursos, efectivizar la ejecución de las ordenes, mantener una cuenta prolija de todos esos vagones repletos de “recursos humanos” camino a los campos, para lograr al fin —y con suerte— un ascenso por buen desempeño. De hecho, en los últimos meses de la guerra lo ascendieron a coronel de las S.S., esos temibles escuadrones cuyos pitucos uniformes negros fueron diseñados y producidos por Hugo Boss.
“Por esto, los asesinos, en vez de decir: «¡Qué horrible es lo que hago a los demás!», decían: «¡Qué horribles espectáculos tengo que contemplar en el cumplimiento de mi deber, cuán dura es mi misión!».” [ii]

EL CUENTITO DE HISTORY CHANNEL
Hitler fue un monstruo que condujo un ejército de dementes y el holocausto fue el peor genocidio en la historia de la humanidad, tras lo cual se erigió un nuevo orden mundial que vela por la paz aunque lamentablemente falla de vez en cuando. Esa es, de alguna forma, la interpretación sobre la que se erigieron los estados occidentales desde la Guerra Fría y la postura oficial en la mayoría de ellos. Este relato es sospechoso, en principio, por una fulminante razón que salta ante nuestros ojos sin ir más allá en la investigación: es enunciada y repetida constantemente por el imperio con más víctimas de la historia a través de su aparato mediático, ese que construye desde el fin de la guerra un concepto de democracia ampliamente aceptado. Esta democracia estaría en contraposición con los totalitarismos representados por el fascismo, el socialismo e inclusive el islam; es decir, por todas las demás formas de organización social que no hayan sido desarrolladas en la Europa capitalista y luego en América, esas que son bárbaras y que se impulsan por el instinto asesino del hombre, en completa enemistad con la civilización. Podemos ver constantemente, y es sólo cuestión de prestar atención, que el capitalismo actual se considera orgulloso descendiente de una línea concreta de imperios, no por vía sanguínea, sino espiritualmente, que fue abanderado del orden y el progreso, en contra y a pesar de todo lo demás: de los demás pueblos de Europa que no eran romanos, de los árabes que no eran cristianos, de los salvajes que no eran civilizados, e, insólitamente, de las grandes culturas africanas, asiáticas y americanas. Hoy en día, la ‘democracia’ es ese elemento evangelizador que nada tiene que ver con su etimología, porque, si simplemente se trata de la voluntad popular, ¿por qué los procesos más populares y democráticos fueron siempre estrangulados utilizando el mismo argumento? ¿Acaso hay algo más democrático que el derecho a la autodeterminación de los pueblos? Bueno, sí, porque acá la aceptada es una sola forma de democracia, estrictamente acotada, que tiene que incluir sí o sí a Shell, Exxon, General Motors, Chevron, Ford, Citigroup, etcétera… y si, por cualquier motivo, algún gobierno decide imponer una mínima restricción a estas corporaciones, dejará de ser ‘democrático’ y tendrá que afrontar una invasión de parte de las potencias occidentales que muy frecuentemente termina en asesinatos en masa y en la desintegración de las sociedades que en otras circunstancias hubieran permanecido en paz.
 Querido lector, debo detenerme aquí un segundo y parar la carroza interminable de la memoria, ahorrándome la lista de injusticias para llegar a una conclusión rápida: la interpretación vigente sobre el nazismo es un instrumento del capitalismo norteamericano para sostener sus actuales intereses y es útil para justificar sus matanzas. No hubo criterios morales que diferenciaran a los bandos en pugna, sino que fueron forjados en la marcha por la propaganda de las potencias; ni tampoco hubo un claro quiebre histórico luego del nazismo: la Tierra no se volvió un lugar más justo y los genocidios producidos por los Estados Unidos pesan mucho más que los del Tercer Reich. Esas básicas conclusiones son suficientes para contradecir a varios y lograr la indignación de algunos pesados organismos que velan por mantener la versión vigente, que ante las denuncias sobre los actos criminales del Estado de Israel inmediatamente levantaran la terrible tarjeta del antisemitismo, porque la lógica es: si usted está en contra de las acciones de uno o varios judíos (aunque éstas sean violaciones a los derechos humanos), usted es un antisemita y merece la condena, quedando el hecho denunciado en segundo plano. Es así que en el mundo actual se utiliza muy intrincadamente la historia de un genocidio para montar el andamiaje de políticas racistas más sutiles pero igual de asesinas (como acá en Buenos Aires, tan lejos del conflicto del nazismo o del actual en Oriente Medio, todo el mundo sabe que es fatal y terrible difamar a un judío o tirarle un piropo al Reich alemán, pero es admisible que se reduzca a la esclavitud en sótanos textiles de Cheeky a los hermanos americanos más oscuros que los descendientes de europeo).
Razones y excusas siempre hay: hoy se justifica la matanza de mil (¡1000!) civiles palestinos en unas semanas, sin contar los heridos, viudas, huérfanos y desplazados, porque el Estado de Israel tiene el derecho a defenderse de los cientos de misiles que constantemente son lanzados desde Gaza en su contra. A esto le responde desde las catacumbas de la historia una voz que le recuerda que, en los años anteriores al Reich, mientras el pueblo alemán se moría de hambre y usaba sus billetes para prender fogatas, pues de nada más servían, los banqueros judíos vivían en el lujo y el despilfarro usufructuando la miseria nacional. Una excusa es media hermana de una mentira, dice un refrán popular y Molière podría retrucar: “Quien quiere ahogar a su perro dice que está rabioso”; por algo está sesgada la historia que se repite hasta el cansancio de ciertas cuestiones claves: los conflictos internos en el partido nazi y en toda Alemania, la participación de judíos en el ascenso de Hitler, el papel de los industriales alemanes y estadounidenses o las fraternales relaciones internacionales que todo el mundo —y sobre todo los ‘aliados’— mantenían con el régimen alemán antes de que, supuestamente, en 1939 Hitler se volviera loco e hiciera estallar la guerra. Omitiendo estas contradicciones en el cuadro oficial se coloca al antisemitismo en un lugar central, ignorando que fue uno más de los aspectos secundarios de la gran trama represiva, enraizada mucho más en la lógica del progreso industrial que en el odio racial. En otro paso de la burda simplificación, se reduce la voluntad de noventa millones de alemanes a manos del Führer y se supone que a más temprano se lo hubiera eliminado, menos guerra y genocidio hubiera habido. De esta operación se hizo una ley que justifica hoy intervenciones militares y ejecuciones de líderes en pos de evitar los “holocaustos potenciales” de los que “pudieran ser capaces”.
Podemos afirmar que no hay episodio de la historia que genere más especulaciones, serias, conspiranoides o delirantes, que el que involucra al nazismo y la Segunda Guerra Mundial, y lamentablemente pareciera que no queda otra que resignarnos a que estos misterios queden para siempre enterrados bajo las condiciones que involucran una guerra total en el corazón de la civilización, donde se escribe la historia y se le da sentido. La guerra se trata de matar lo más que se pueda, bombardear y prender fuego todo, y en ese contexto, los vencedores de la guerra impusieron su versión de la historia, más útil a la legitimación del poder yanqui (como contraparte “democrática y plural” del nazismo “totalitario y racista”) que a la comprensión de los hechos y sus consecuencias morales.





ERA PENAL
Es un miércoles de semifinal Argentina-Holanda, que Mohamed no se puede perder por nada del mundo, aunque el corte de luz en su ciudad, Jan Yunis, le obliga a buscarse un bar con generador. Y así, después del ayuno diurno del Ramadán, se junta con la muchachada de veinteañeros para bancar a la Selección como cualquier hijo de vecino, sólo que en otro idioma. Hasta en la Franja de Gaza el pelado Robben es un hijodeputa, Messi no se mueve y Masche desvía la pelota que podría haber sido fatal, y la concha de tu hermana, vamos al tiempo complementario. Llegan los penales y todos emocionados: es una lástima que los muchachos allá no los hayan podido ver porque minutos antes un misil impactó contra el bar dejando un cráter lleno de banderines, camperas Adidas, nueve cuerpos descuartizados y diez heridos, en una acción “defensiva” de las Fuerzas de Defensa de Israel, como eufemísticamente se denominan sus fuerzas armadas. Quizás gracias a la tecnología avanzada y a un adoctrinamiento eficaz, un muchacho israelí de la misma edad puede apretar tranquilamente unos botones para lanzar misiles a unos cientos de kilómetros de su casa produciendo tantos “daños colaterales” como sea necesario para defender a sus compatriotas, que, como se puede deducir, valen más que los descartables muchachos palestinos.
Acaso todos los genocidas se parecen, y no por sus facciones diabólicas o sus bigotes, sino por ser jóvenes adoctrinados que aman a su patria o a ese “algo” superior que excusa la eliminación de lo inferior; Eichmann no operó personalmente ninguna cámara de gas, fueron jóvenes soldados patriotas, y a su vez, él solo cumplía órdenes de sus superiores, siendo todos piezas de un sistema de valores en el que es completamente razonable tomar estas medidas y en el que, sobre todo movidos por el miedo, los sujetos renuncian a su capacidad crítica, sinónimo de conciencia y libertad.

EN GAZA NO SE ACTÚA
No hay mejor historia para ejemplificar cómo las potenciales lecciones morales derivadas del terror nazi fueron ignoradas que la del Estado de Israel. Parado en fundamentos racistas, todos los días nos asombra con nuevas imágenes de la crueldad humana, que nosotros vemos por tele desde la comodidad de Almagro con la misma pasividad con la que vimos los partidos del mundial. ¡Qué cosa loca! Los palestinos gritando por la Selección Argentina allá, nosotros acá gritando por los muertos palestinos que poco importan a los israelíes que viven a unos cuantos kilómetros, quienes se juntan con birras frías en las colinas a mirar los bombardeos sobre Gaza y festejar cada explosión como un gol entre amigos. Pareciera que todos hubiéramos hecho lo que sea por parar el Holocausto, pero ahora que tenemos televisión e internet nos dimos cuenta de repente que hay demasiados asesinatos, violaciones y torturas en todo el mundo como para hacer algo por cualquiera de ellas, que mejor volvemos a apretar botones sin pensar mucho en las consecuencias para invitar amigos por Facebook a un repudio en la embajada de Israel, para escribir un articulito o para ametrallar a alguien en el Call of Duty.  
Nada en el nazismo fue endemoniado ni especialmente malvado, fueron estrictamente humanos, aunque la historia oficial lo niegue para así evitar las profundas consecuencias que tiene esto en la lucha por la dignidad. Porque serían las consecuencias morales que no admiten que un estado desplace a una población ‘distinta’ y levante muros encerrándola, bloqueándole el acceso a medicamentos, agua, gas, electricidad, combustible, comida, inclusive a su propio mar o a las donaciones internacionales, que no admiten que a casi dos millones de personas se les niegue el derecho a tener un estado que los represente o el derecho a salir de esa cárcel a cielo abierto sin permiso de la burocracia israelí.
Demasiadas coincidencias con otros momentos de la historia nos hacen pensar que deberíamos prestarle más atención a Hannah Arendt cuando, luego de presenciar el juicio, postula su “Informe sobre la banalidad del mal” en su libro Eichmann en Jerusalén, que fue tomado por el psicólogo Stanley Milgram unos meses después para realizar en los EE.UU. un experimento. Como parte del mismo se le ordenaba a los sujetos participantes aplicar descargas eléctricas crecientes, mediante un botón a un tercer sujeto detrás de un vidrio. Ninguno de los ciudadanos corrientes que tomaron parte de la experiencia paró en el margen de los 300 voltios, en el que su víctima dejaba de dar señales de vida, y, a pesar de las quejas, siguiendo las órdenes del investigador, un 65% aplicó el tope mortal de 450 voltios. Por supuesto, las descargas no eran tales y, aunque los participantes no lo sabían, su víctima era en realidad un actor que simulaba morir. Lástima que en Gaza nadie actúa y todos se mueren de verdad.  ¿Puede ser que sea el mismo pueblo judío que tanto sufrió, que tan vivo tiene el recuerdo del exterminio, que tanto tiempo padeció la carencia de una tierra propia, el que ahora comete estos crímenes? ¿Acaso no hay un término medio entre víctima y victimario? Verá, querido lector, todos los días estamos ante miles de botones, no nos dejemos llevar por el miedo y pensemos dos veces antes de apretarlos.
“La gente común haciendo su trabajo, aun sin intenciones hostiles, puede ser parte de un proceso terriblemente destructivo. Incluso cuando los efectos destructivos de su trabajo se vuelven patentemente claros y se les pide que lleven a cabo acciones incompatibles con estándares fundamentales de la moral, pocos son los que tienen los recursos necesarios para resistir a la autoridad. […] Puede que seamos títeres controlados por los hilos de la sociedad. Pero al menos somos títeres con percepción consciente. Y quizá nuestra percepción sea el primer paso hacia nuestra liberación.”[iii]

FUENTES Y REFERENCIAS ÚTILES AL LECTOR ÁVIDO DE CONFLICTOS

Los datos sobre el secuestro de Eichmann, lleno de interesantísimas informaciones menores que tuve que omitir, están tomados principalmente de La casa de la calle Garibaldi (1976), de Isser Har’el, primer director del Mossad, estrella del espionaje y miembro del Operativo Garibaldi. Los demás datos de la nota son de público conocimiento. Sobre la Operación Cólera de Dios, el Señor Spielberg tiene una película que me gustó mucho, Munich (2005), donde se puede ver al Mossad en acción. Algún dato sobre Eichmann proviene de la investigación de Gaby Weber: muy interesante, porque escarba en el caso y dice haber conseguido juicio mediante documentos desclasificados de inteligencia alemana; busque entrevistas en internet. El libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, fue un antes y un después, aunque no investigué hasta qué punto fue original su aporte. Los experimentos de Stanley Milgram están en video (éste, por ejemplo), sólo hay que buscar; en esa brecha se pueden encontrar muy buenos experimentos sobre la conducta humana, bastante terribles.
Algunos informes sobre el bloqueo:
Por último, una breve mención honorífica para el gobierno de Venezuela, que a diferencia de los corruptos países árabes, está prestando toda su solidaridad al pueblo palestino. Atenti a la tercer Intifada, besos.


[i] ARENDT, Hannah, Eichmann en Jerusalén, 1963.
[ii] Íbid.
[iii] MILGRAM, Stanley, Obedience to Autority, 1974.

Ilustración por Federico Dalmazzo Agosto 2014