El espectáculo vacío

escribe Laura Desmery▹
¿Qué es un espectáculo? De Aristóteles hasta hoy, no pudimos ponernos de acuerdo. Por suerte, Lau sabe lo que dice.


Han sido muchos los intentos por catalogar y definir el arte a lo largo de la historia. El concepto es enorme y elástico, y no parece haber una conclusión cercana. Dependiendo desde qué eje se las considere, hay muchas formas de categorizar las artes. Por ejemplo, teniendo en cuenta el medio en el que se desarrollan, se dividen en artes espaciales, temporales y espacio-temporales; si se toman, por otro lado, los elementos en los que se apoyan las artes como eje, se pueden clasificar en auditivas, visuales y audiovisuales. La antigua clasificación griega indicaba que las artes eran seis, y hace poco más de un siglo, con la aparición de algo totalmente nuevo, no quedó más remedio que bautizarlo con el número siete. El cine, el séptimo arte, cae en una clasificación muy simple para la amplitud de su propuesta. Sin embargo, hay un concepto que anda dando vueltas desde hace algunos años entre artistas, profesores y estudiantes: la noción del ‘espectáculo’ como otro tipo de arte.
Como su nombre indica, el espectáculo necesita del espectador, que por naturaleza se mantiene expectante. Para dar con una definición precisa de ‘espectáculo’, antes hay que entender cuál es el rol que desempeña el espectador. Son infinitas las situaciones en las que se puede ubicar al público, pero las principales líneas de acción se delimitan a partir de la participación del espectador en la obra. Si el espectador participa, queda en los actores del espectáculo decidir si esa participación influirá en el argumento o no. En este caso, el espectador pasa a tener un papel activo y dinámico, y la obra se transforma en una experiencia. Si el espectador no tiene una participación activa, de todas formas se considera que mantiene un pensamiento activo en lo que está presenciando.
Estas variantes vienen a la deriva desde hace mucho tiempo. Platón, por ejemplo, se manifestaba a favor del espectáculo interactivo: pensaba que el hombre que sólo mira no puede hacer nada más que eso. Los espectáculos interactivos son más habituales en el género infantil, porque la interacción se utiliza como recurso para mantener a los niños atentos. Es común en las obras de títeres, por ejemplo, o también en los shows de música, como los de Piñón Fijo o Luis Pescetti, que se utilicen juegos y que se incite a que los espectadores interactúen con los artistas. Por el contrario, los espectáculos participativos para adolecentes y adultos son menos habituales: sólo de vez en cuando alguna obra artística logra romper efectivamente la cuarta pared. Un caso notable es el de la obra El casamiento de Anita y Mirko, a cargo de la compañía de teatro del Circuito Cultural Barracas, en el que se ubica al espectador en una mesa entre actores. Otro, también reciente, es el de los recitales “a la carta” de Pedro Aznar, en los que el público tuvo la posibilidad de votar por internet el repertorio que se iba a interpretar. De todas maneras, este tipo de obras al día de hoy son la minoría.
Pareciera que el punto clave a la hora de pensar un espectáculo es buscar qué sensación se quiere transmitir. Volviendo a Grecia, Aristóteles se ocupó de hacer un extenso análisis en un intento por explicar la estructura básica de una obra de teatro: marca la importancia de que el espectador se identifique con los personajes principales para que, desde ese lugar, quede indefectiblemente enganchado a la obra. A partir de este planteo, el filósofo extiende su teoría basándose en los géneros básicos de la cultura griega: la tragedia y la comedia. Sus estructuras fueron la base del teatro durante centenares de años y aun hoy en día su planteo se enseña en las escuelas y universidades.
Con la llegada del cine como forma artística, era de esperarse que la estructura cinematográfica se desprendiera de la teatral: Alfred Hitchcock fue quien tomó la posta y se dedicó a estructurar el cine y sus historias. Logró decodificar al espectador y por lo tanto codificar el cine: a través del estudio de los sentimientos y pensamientos del público frente a tal o cual conjunto de planos, con un poco de esto y un poco de aquello, lograba transmitir nuevas sensaciones. Hitchcock conquistó a su objeto de estudio, pudo dominarlo y manipularlo sin que se diera cuenta para llevarlo al lugar que él quería con historias y tomas fríamente calculadas. A partir de su propia ‘matemática’ comenzó a probar hipótesis, desarrollándolas y comprobándolas, y así fue como desgranando una a una las reglas pre-escritas del cine. ¿Quién, si no, dejaría matar cruelmente a su personaje principal con un cuchillo a los cuarenta y seis minutos de película? Hitchcock nos enseña que el clímax de una película no se mide por la acción en sí, sino por todo lo que antecede: la tensión y la intriga que se acumulan en el espectador es lo que le da valor al clímax.  
Esta ‘matemática’ fue explotada hasta el hartazgo en las producciones de Hollywood. Sólo se usan algunas sumas y restas; con suerte, alguna raíz cuadrada infiltrada. Entre estos productos del cine masivo pocas veces se encuentran hipótesis nuevas, y la línea de pensamiento de Platón queda totalmente aplacada. El montaje contemporáneo, que se nutre de los estudios de Hitchcock y Aristóteles, sin embargo, no le da tiempo al espectador de plantearse preguntas porque entrega las respuestas con varias tomas de anticipación. En ese lapso, la mente del espectador se vacía: aunque no son pocos los casos en los que una película logra generar empatía o alguna emoción en el público, el espectáculo queda carente de contenido, si las sensaciones son pasajeras. Se podría decir, entonces, que un buen espectáculo es más de lo que se ve en la pantalla o en el escenario: es lo que te queda revoloteando en la cabeza después de que el telón se cierra y la luz se prende.
Parece interminable el catálogo de películas que, cada una en su tiempo, llegaron a cumplir un objetivo interesante. Naturalmente, somos capaces de disfrutarlas hoy, aunque así como el tiempo pasa, la humanidad crece y los lenguajes cambian. El espectador actual tiene otra carga histórica y las fórmulas para conseguir ciertas sensaciones han cambiado también. Cuando la película termina y los créditos suben y los aplausos aclaman las invisibles reverencias, es imposible evitar que la mente comience a divagar. El espectador necesita un tiempo para contemplar, absorber e interpretar. Descifrar qué se quiere decir por fuera de lo que se ve es parte de la experiencia, y corre por cuenta del observador.
El espectáculo no es una matemática: se transforma y constantemente se desarrollan nuevas formas de abarcarlo. Quizá la participación del espectador esté en la experiencia que necesita para despertar algunas emociones ocultas; quizá haya algún director que encuentre una toma para cerrar una figura nunca antes vista. Queda en manos del espectador salir y buscar nuevas experiencias, entender cuáles funcionan, cuáles no y por qué.


Ilustración por Laura Desmery Septiembre 2014