La cuestión cáncer

escribe Antonio Doval▹
“La muerte y la belleza, lo podrido y lo divino se encuentran frecuentemente tras una misma figura.” El cáncer y la historia de Henrietta Lacks.

“¿Qué somos?” es una de esas preguntas que por lo obvio o lo ambicioso parecen estar de más. Al escucharla de boca de algún amigo borracho sabemos que va a ser mejor evadirla o ignorarla por completo, que no va a llevar a nada. Pero también dicen que los locos, los borrachos y los chicos siempre dicen la verdad.
Desde Darwin sabemos que la adaptación es una característica esencial de lo vivo. La vida existe en nuestro planeta desde hace mucho tiempo —unos tres meses cósmicos según el amigo Sagan[i]— y si el mundo no se despobló por completo tras erupciones masivas, olas de radiación y glaciaciones eternas es porque la vida tuvo esa capacidad de transformarse y adaptarse a las condiciones adversas. Lo particular de la especie humana es que pudo acomodarse a condiciones diferentes sin necesidad de profundos y largos cambios biológicos, y esto fue posible gracias a la habilidad no ya de transformarse, sino de transformar. La cultura nos permitió tomar la adaptación en nuestras manos y dejar de esperar a que las mutaciones aleatorias determinaran nuestra supervivencia. Claro está que no siempre triunfamos, que a lo largo de siglos y milenios el hombre temió no pocas veces por su vida, amenazado, casi siempre, por enfermedades y plagas de todos los colores que diezmaron pueblos enteros. Y también es cierto que tratar de saltarse los tiempos biológicos nos trajo consecuencias un tanto inesperadas: desde el siglo pasado la amenaza de extinción, tan irónicamente terrible, proviene más que nada de nosotros mismos. Autos y fábricas que destruyen la capa de ozono y recalientan el planeta, bombas y misiles fabricados en cantidades suficientes como para borrarnos a todos del mapa, fármacos y alimentos industriales con consecuencias desconocidas para nuestros organismos. La ciencia y la técnica que nos permitieron adaptarnos y proliferar como especie se han vuelto en nuestra contra y nos muestran lo fácil que sería desandar el largo camino en sólo un instante.

En la cultura nórdica clásica, la muerte noble era la muerte en guerra. Los guerreros que tenían ese honor eran recibidos en el majestuoso reino de Asgard: la mitad de ellos iban al palacio Valhalla, el salón de los muertos, ante el rey Odín, y la otra mitad era recibida por Freyja en el Fólkvangr, el campo del ejército. Los que no gozaban de la suerte de morir combatiendo, los pobres desdichados que morían de vejez o de enfermedades, debían caminar nueve días y nueve noches hacia el norte y siempre descendiendo, hasta llegar ahí donde el brillo del sol ya no llegaba, debajo de la primera rama del Yggradasil, el árbol del universo, donde se encontraba Helheim, la infernal morada de la gran Hela. La diosa que allí recibía a los desmerecidos era hermosa de la cabeza hasta la cintura, pero el resto de su figura era tan desagradable como para repugnar al mejor de los hombres, pues no había bajo sus vestiduras más que un cuerpo muerto en putrefacción, que despedía los olores más nauseabundos que nadie hubiera sentido jamás.
La muerte y la belleza, lo podrido y lo divino se encuentran frecuentemente tras una misma figura. Los pesticidas, la polución y la radiación de la que hablábamos arriba tienen también otra cosa en común: todos estos subproductos de las maravillas de la modernidad producen una de las principales causas de muerte de nuestra época: el cáncer[ii]. Si de enfermedades terminales hablamos, la dupla cáncer/SIDA fue la protagonista del siglo XX tanto como la peste negra brilló en el siglo XIV, aunque mientras el HIV probablemente haya nacido a la par de la radio y el Ford T, el cáncer tiene una historia mucho más larga: ya desde la ‘prehistoria’ de la medicina occidental podemos encontrar registros y diagnósticos de los diversos tipos de esta enfermedad. Es así que el nombre se lo debemos nada menos que al mismísimo Hipócrates (el mismo del juramento hipocrático), debido a que al griego le pareció que un tumor con las venas extendiéndose a los lados se parecía mucho a un cangrejo con las patitas estiradas. (Por suerte lo nombraron los griegos, porque convengamos que “síndrome de inmunodeficiencia adquirida” es un nombre un tanto más aburrido). Incluso antes, los egipcios ya hablaban del tema: el registro médico escrito más antiguo que se conoce habla precisamente de esta enfermedad y consiste en un papiro[iii] datado unos mil quinientos años antes de Cristo, donde ya se registran procedimientos paliativos contra tumores en el pecho.
Fueron los griegos —Hipócrates primero, Galeno después— quienes esbozaron las primeras explicaciones de las posibles causas de este padecimiento. Para Hipócrates, todas las enfermedades eran causadas por un desbalance entre los cuatro ‘humores’ que regulaban teóricamente el organismo: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Según esta teoría un exceso de esta última sería la causante de los tumores malignos, mientras que los benignos serían causados por exceso de bilis amarilla.
Hasta el siglo XVII, la peculiar teoría de los humores siguió siendo la explicación predominante de cualquier desorden de salud. El perfeccionamiento de la anestesia y las técnicas quirúrgicas permitieron mejorar los tratamientos de cara al cáncer, pero hasta entrado el siglo XX las causas de la enfermedad seguían siendo difusas. A partir del siglo XVI se propusieron como posibles culpables al sistema linfático y a misteriosos venenos que se esparcen por el cuerpo. Finalmente, recién en 1902, un zoólogo alemán describió por primera vez a esta enfermedad como hoy la entendemos: se trata de la proliferación descontrolada de un grupo de células de cualquier tejido del cuerpo que decidió crecer cuando no debería. Y esto es causado por una serie de mutaciones en los genes que promueven el crecimiento y la reproducción celular, o en los que inhiben este comportamiento. Un exceso de uno o una falta del otro causan el mambo que ya conocemos. Así, cada caso es diferente y único; y eso es parte del gran desafío al buscar una cura, porque en la mayoría de los casos no se puede predecir cuáles son las mutaciones exactas que producen tal tumor en particular, o qué influencia las produjo.
El estrés, la falta de actividad física, la obesidad, la radiación, la polución y —por supuesto— el consumo de cigarrillos son parte de la larga lista de posibles causantes; pero, más fundamentalmente, es la capacidad misma que tienen las células de mutar la que abre las puertas a todos estos factores. Aquel mismo rasgo que le permitió a la vida proliferar y manifestarse en millones de especies diferentes; esa posibilidad de cambio que impidió que la vida se estanque en un montón de células idénticas; esa inexactitud en el copiado que llevó de ese montón al otro montón de células que es cada uno de nosotros. El cáncer no tiene nunca una sola causa, hay diversas influencias externas e internas que lo pueden inducir, pero siempre es un cúmulo de factores el que termina desencadenando la enfermedad. Cabe resaltar que por eso con dejar de fumar no alcanza, y que los buenos hábitos alimenticios y de ejercicio físico son claves a la hora de prevenir el cáncer.
Todos los organismos pueden tener esta enfermedad. Claro que muchos seres ni se calientan ante la “amenaza” del cáncer, como los organismos unicelulares, que directamente no califican, por obvios motivos. Las plantas, por otro lado, como no tienen órganos esenciales como nuestro cerebro o nuestro corazón, tampoco tienen tanto problema con los tumores; además, como sus células no se mueven tanto por el organismo no corren el riesgo de metástasis (cuando el cáncer se extiende de una parte del cuerpo a otra, o de un tejido a otro) que corremos nosotros. En el caso de los animales, lo que los salva del cáncer es en realidad que muchos se mueren antes de poder adquirirlo (el ser humano es uno de los animales con más expectativa de vida, y a más tiempo vivido más probabilidades hay de que sucedan mutaciones indeseadas). Hay registros de tumores malignos en muchísimos animales, desde insectos hasta tiburones, y se sabe que cualquiera puede tenerlos. Blanco sobre negro: ese margen de error que puede llevar a la reproducción celular descontrolada está presente por definición en todos los seres vivos, porque es precisamente consecuencia de una característica esencial de la vida. Otra vez, lo divino y lo terrible son las dos caras de una misma moneda, otra vez Hela nos sirve para ver cómo lo que es enfermedad, sufrimiento y muerte por un lado, por el otro es vitalidad y prosperidad.

Con esta diosa se habría encontrado Henrietta Lacks cuando en octubre de 1951 murió de un cáncer de cuello uterino que había hecho metástasis prácticamente por todo su cuerpo. Por fuera, ella seguía siendo la hermosa veinteañera envidiada por las mujeres y deseada por los hombres del pueblo de su juventud en el estado de Virginia o de su temprana adultez en Baltimore. Por dentro, una enfermera que participó en su autopsia la describió como “prácticamente puro tumor”. Ella, como la diosa nórdica, era también hermosa y horrible al mismo tiempo. Durante su enfermedad, en febrero de 1951, los médicos hicieron —sin el consentimiento de Henrietta— el procedimiento de extraer una fracción del tumor para su estudio, buscando aportar al conocimiento de la enfermedad en sí misma y sus posibles tratamientos y prevenciones. Normalmente, las muestras de células recibidas podían ser mantenidas con vida en el laboratorio por unos días hasta que finalmente morían; pero las células del cáncer de Henrietta no eran como cualquier otra. Sus células, al parecer, no sufrían todas el mismo destino, y unas cuantas parecían poder mantenerse con vida por más tiempo. Finalmente, el científico encargado de su estudio consiguió aislar una de esas células en particular y multiplicarla, así a partir de ella empezó el primer linaje de células inmortales que la ciencia conoció. Es decir, las células del cáncer que había matado a su portadora Henrietta Lacks podían ser ahora cultivadas y multiplicadas indefinidamente en el laboratorio, garantizando una provisión ilimitada de tejido humano vivo con el cual era posible hacer toda clase de nuevos experimentos antes mucho más difíciles, o incluso imposibles. Y acá es donde queda a criterio de quien leyere encontrar una coincidencia o una confirmación inevitable, verdad o azar, fatalidad o casualidad; porque el nombre que se dio a este linaje celular se formó con las primeras letras del nombre y el apellido de la mujer de donde se extrajo la primera muestra: “HeLa”, como la reina del infierno de los nórdicos, hija de Loki.
Tres años después de la muerte de Henrietta, sus células fueron usadas para desarrollar la vacuna contra la poliomeritis, y pronto se montó con ellas la primera fábrica de producción en masa de células humanas. Un año más tarde las células HeLa fueron las primeras células humanas en ser clonadas exitosamente. Por todo el mundo empezaron a usarse para investigaciones sobre otras enfermedades como el SIDA y —paradójicamente— el cáncer; se usaron también para probar los efectos en humanos de distintas sustancias tóxicas, pegamentos, cosméticos, y otros tantos productos; inclusive grandes cúmulos de células HeLa fueron depositados cerca de pruebas atómicas del ejército estadounidense para probar las consecuencias de la exposición extrema a la radiación. Desde hace más de cincuenta años, toda clase de experimentos, de los más interesantes a los más bizarros, solo fueron posibles gracias al cáncer que mató a esa mujer. Para el 2010, se calcula que, repartidas por laboratorios de todo el mundo, había por lo menos veinte toneladas de células HeLa.
Acá vuelve a la luz la pregunta del principio: “¿qué somos?”. Esas veinte toneladas de masa humana desperdigadas por el planeta, ¿son Henrietta Lacks? Al fin y al cabo, cancerígenas o no, las células salieron de su cuerpo, pero todo lo que creemos humano de ella murió hace ya rato. La pobre Henrietta, muerta con solo treinta y un años, obviamente nunca se enteró de nada de esto. Y sin embargo, la pobre Henrietta es ahora, sin dudarlo y aunque a su pesar, una heroína de la ciencia, un mártir involuntario y tras bambalinas; porque aunque ella no lo quisiera o supiera, su muerte hizo posible avances que salvaron miles de vidas y posibilitaron tantísimos otros descubrimientos. Distintas formas de las células HeLa fueron comercializadas también (aunque no en su forma original), aunque sus parientes nunca vieron un peso, porque, antes como ahora, el material ‘descartado’ en los hospitales o laboratorios pertenece siempre al médico o la institución donde se realiza la extracción, y en general ninguna legislación establece siquiera que el paciente tenga que ser notificado. ¿Es ese ‘material descartado’ parte de nosotros o no? ¿No tenía esa mujer derecho de saber por lo menos lo que se haría con esa parte de su cuerpo?
Si esto parece ya un tanto perturbador, más aún lo será la proposición de un biólogo de la Universidad de Chicago, que aseguró en un estudio que las células HeLa podían ser consideradas, ni más ni menos, como otra especie. Sucede que el cáncer que había infectado a Henrietta Lacks era de una especie en particular que frecuentemente causa una alteración en el número cromosómico de las células malignas. Es decir, el ADN de los seres humanos está compuesto por 23 pares de cromosomas, de los cuales se obtiene un par de cada progenitor; pero el código genético de las células HeLa tiene entre 76 y 80 cromosomas, diferenciándose así de una característica esencial de la especie humana. Además, cuenta con un ‘nicho ecológico’ particular, y con la habilidad para proliferar más allá de la voluntad de los científicos. Aunque evidentemente la mayor parte de la comunidad científica desestimó esta idea de clasificar al linaje HeLa como otra especie (Helacyton gartleri), la sola propuesta no deja de echar luz sobre las contradicciones propias de las muchas aristas de este caso particular.
Este cáncer le causó la muerte demasiado pronto a una joven saludable, pero salvó miles de vidas; aportó nuevas posibilidades impensadas para la ciencia, pero muestra también la manipulación y la deshumanización de que es capaz la medicina moderna. Valga repetir otra vez que lo hermoso y lo horrible se mezclan en una sola figura: el linaje de células HeLa —al igual que la capacidad de mutación que causó el cáncer de dónde salió, que el cuerpo de la mujer que le dio origen, que la ciencia que lo utilizó para experimentar y que la diosa nórdica del mismo nombre, cuya morada era el infierno— es tan hermoso como terrible.

Para concluir, permítaseme una nota personal. Porque ahí, en algún lado de tanta historia, está el recuerdo de mi papá. Porque para no volvernos locos tenemos que jurarnos que la muerte es parte de la vida, que en ella hay tanto de hermoso como de horrible. Porque cuando nos preguntamos “¿qué somos?”, parte de la respuesta tiene que ser que somos seres que viven, sí, pero que mueren también. Y la muerte es tan nuestra como lo es la vida, que también tiene tanto de asquerosidad y podredumbre como de belleza. Por eso, y como no me alcanza con pensar en un Helheim, un Vallhala o un Paraíso divino, trato de entretenerme un rato con preguntas filosóficas y mitologías antiguas. Y recién ahora caigo en la cuenta de que esta nota se va a publicar en septiembre, y que este mes ya se van a cumplir tres años. Qué cosa, eh… Gracias.
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MÁS DATOS SOBRE ESTA CUESTIÓN


Para más información sobre el caso de Henrietta Lacks y las células HeLa, se puede ver el documental de Adam Curtis “The Way of All Flesh” (en inglés): http://youtu.be/C0lMrp_ySg8
Una nota que me pareció interesante sobre cómo no está bueno ver el cáncer como una pelea o una batalla (inglés de nuevo, perdón): http://www.theguardian.com/society/2014/apr/25/having-cancer-not-fight-or-battle
Información más precisa que la que yo doy sobre qué es el cáncer, y sin tanta filosofía. Esta vez sí en español (aunque la voz parece de un programa de utilísima): http://youtu.be/84cjTpMJKr8


[i] https://www.youtube.com/watch?v=hbS7UQ50jNU
[ii] http://www.informationisbeautiful.net/visualizations/20th-century-death/
[iii] http://archive.nlm.nih.gov/proj/ttp/flash/smith/smith.html


Ilustración por Julián Rodríguez F. Septiembre 2014