Las manos en la masa

escribe Nicolás Piva▹
Si la historia es un cuento, ¿por qué no inventar cualquier pavada? Leonardo Da Vinci y un ejemplo lindo para ver que hay que mirar para atrás para no ser ciego el día de hoy. Aquí, el hombre, único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, trata una vez más de atentar contra la naturaleza.

La historia se volvió un cuento: a Juan le contaron lo que Pedro escribió y Pablo leyó, pero ninguno se lo puede tomar en serio. Contarla es un problema que no se resuelve de buenas a primeras. ¿Cómo ordenar eventos, personajes, papeles, culturas, mundos y demás cosas que forman la historia? ¿Cómo dejar algo por fuera? ¿Cómo hacer el recorte? Las preguntas sobre la historia son tan grandes que han tenido que desecharse. No es un chiste. Para evitar el problema, en lugar de pensar directamente la historia, hemos tenido que aludir a la ‘historiografía’, al registro sobre nuestra experiencia, aun cuando esta forma de pensar el pasado también acarrea sus propios problemas. Sin embargo, entre lo que pasó y lo que se cuenta, en el abismo que se forma entre historia e historiografía, en la distancia que hay entre las preguntas y las respuestas que pueden enunciarse, se forma cualquier mamarracho.
Un problema como este coincide con la creación de nuevas formas de aprehender la historia y enriquecerla. En ese abismo, es donde Leonardo Da Vinci es capaz de adoptar la forma de una tortuga seriamente comprometida con las artes marciales y la comida italiana. Los cruces más ridículos de nuestra historia se forman cuando intentamos formularla: objetos, testimonios, documentos, herencias, todo se combina permanentemente; y si bien no siempre deriva en una ficción televisiva, muchas veces genera resultados ambiguos o descabellados que sufren menos cuestionamientos. Tomando el caso del bueno de Leonardo Da Vinci, también conocido como Leonardo, se encuentra un ejemplo reciente en sus Apuntes de cocina: pensamientos, misceláneas y fábulas.
Si bien Leonardo nació en 1452, sus Apuntes de cocina no circularon hasta 1987. El libro advierte que se trata de la reproducción del Código Romanoff hecha por un tal Pasquale Pisapia quien dejó una nota nada sospechosa: “Este trabajo, que es una copia que yo, Pasquale Pisapia, realicé del manuscrito de Leonardo da Vinci que se halla en el Museo Ermitage de Leningrado”. Luego se perjura que es una copia fiel. Resulta que además de ser un conocido pintor e inventor polifacético, Leonardo trabajó sobre la cocina muchos años, sobre estos asuntos se extiende una biografía aproximada. Curiosamente, el texto se toma algunas libertades:
“El texto original de Pasquale Pisapia ha sido reordenado para su presente edición, quizás traicionando el método del propio Leonardo, completamente asistemático y desordenado en sus apuntes. En su lugar, hemos preferido separar por materias el heterogéneo conjunto reunido, para darle una cierta unidad de lectura. Es verdad, también, que si Leonardo hubiese pensado alguna vez en llevar sus libros de apuntes a la imprenta hubiese debido reordenarlos de algún modo.”
No sólo el tono le hace un guiño a la ironía, sino que los ávidos lectores de El Pez Digital estarán interesados en saber que las primeras imprentas al alcance de cualquiera no circularon hasta muchos años después. Si bien existieron modos de impresión previos o versiones de biblias y calendarios para 1450, eso no significa en lo absoluto que Leonardo pudiera despertarse un mañana decidido a imprimir sus notitas. Otro ejemplo de las libertades de este narrador anónimo aparece en la biografía:
“El interés de Leonardo por la comida nunca volvió a ser de tal intensidad como antes de realizar la Ultima cena. Pareciera como si al pintar ese puré de nabos, esas rodajas de anguila y esos panecillos, su declaración definitiva acerca del arte culinario hubiese sido formulada.”
La aclaración sobre el párrafo citado es simplemente innecesaria. Para concluir, este narrador-prologuista-editor, hace una última intromisión que se repite en todo el libro pero se justifica únicamente con una nota: “Para ilustrar la presente edición, con la intención de otorgarle un atractivo extra, nos hemos permitido interpretar algunos dibujos del gran Leonardo en clave gastronómica”. El libro está plagado de dibujos livianamente reinterpretados a voluntad del compilador.
En cuanto a las recetas, las hay muy variadas: el libro muestra cómo Leonardo no sólo se sirve de sus invenciones, sino que también utiliza otras fuentes. Hay platos muy elaborados, así como también nombres prometedores o una recopilación de ‘platos simples’ que son desmerecidos de antemano: “Estos son algunos de mis platos sencillos que presentaría a Mi Señor Ludovico si supiese que no va a rechazarlos debido a su delicadeza y pedir en su lugar carne con huesos”. También hay otros que no pueden ser justificados por su propio autor. Sobre el “budín de mosquito blanco”, Leonardo comenta: “Este plato es de muy lenta digestión y no es aconsejable para aquellos que tienen la Plaga y para aquellos que quieran saber por qué lleva este nombre, cuestión a la que no puedo responder”. Sin embargo, el lector atento podría sospechar que la ironía reaparece también en las recetas. Otros ejemplos infaltables son el “pastel de cabeza de cabra (para gente pobre y personas rudas)”, el “hombro de serpiente”, que según el autor es posible encontrar y es la parte más deliciosa de este animal, o el “omelette para burros” que incluye una buena cantidad de cosas podridas, por no mencionar el término francés que no circularía hasta muchos años después.
En su totalidad, el libro también recopila inventos, observaciones, anécdotas, fábulas, y demás cosas. Sin duda han pasado a la historia las que mencionan la corte de Ludovico. Il Moro, como le decían a Ludovico Sforza por aquél entonces, era un mecenas que tuvo bajo su cuidado a Leonardo, así como a muchos otros artistas. El autor de este libro menciona permanentemente cosas que ocurren en la corte o actitudes que cree deberían ser modificadas. De esta manera, la servilleta es presentada como “una opción para los sucios manteles”, que considera como vestigios de una batalla o partes de una imagen desoladora. También señala los “procederes indecorosos en la mesa de Mi Señor Ludovico”, según las observaciones hechas en el transcurso de un año, que se enumeran a continuación:
  • Ningún invitado se deberá sentar encima de la mesa, ni de espaldas, ni en la falda de otro invitado.
  • No deberá poner su pierna encima de la mesa
  • No pondrá para comer su cabeza en el plato.
  • No tomará la comida de su vecino sin pedirle permiso antes.
  • No pondrá trozos de su propia comida masticados a medias en el plato de su vecino sin primero preguntarle.
  • No limpiará su cuchillo en la ropa del vecino.
  • No tallará sobre la mesa con su cuchillo.
  • No pondrá comida de la mesa en su bolso, o en su bota, para comerla después.
  • No limpiará su armadura en la mesa.
  • No morderá la fruta y la devolverá a la fuente.
  • No escupirá frente a él.
  • Ni tampoco a un costado.
  • No pellizcará ni golpeará a su vecino.
  • No dará codazos ni hará ruidos con la nariz.
  • No hará caras feas ni girará los ojos.
  • No se llevará el dedo a la nariz ni al oído mientras conversa.
  • No hará modelos ni nudos, ni encenderá fuego sobre la mesa (a no ser que se lo pida Mi Señor).
  • No soltará sus pájaros en la mesa.
  • Así como tampoco ni escarabajos ni víboras.
  • No tocará el laúd o algún otro instrumento que pudiera molestar a su vecino (a no ser que Mi Señor se lo pida).
  • No cantará, ni hará discursos, ni gritará, ni hará acertijos obscenos si a su lado hay una dama.
  • No conspirará en la mesa (a no ser que lo haga con Mi Señor).
  • No hará a los pajes de Mi Señor sugerencias lujuriosas ni jugará con sus cuerpos.
  • No se tirará encima de su vecino en tanto esté sentado a la mesa.
  • No golpeará a los sirvientes (sólo puede hacerlo en caso de su propia defensa).
  • Deberá abandonar la mesa si está por vomitar.
  • Y lo mismo si tiene que orinar.
Una última maravilla que este libro nos presenta es el protocolo “Acerca de cuál es el modo en que deben ubicarse en la mesa los asesinos”:
“Si para la comida hay planeado un asesinato, es claro que se debe ubicar al asesino en las cercanías de su víctima (si a su izquierda o a su derecha, esto depende del método que emplee el asesino), dado que de este modo se interrumpirá menos la conversación, al mantener la acción circunscripta dentro de un pequeño sector. La fama de Ambroglio Descarte, asesino principal de Mi Señor Cesar Borgia, radica en su habilidad para llevar a cabo su cometido sin que ningún comensal lo note, con excepción de su víctima.
”Una vez que el cadáver (y, si las hay, también las manchas de sangre) ha sido retirado por los sirvientes, lo usual es que el asesino abandone también la mesa, dado que, algunas veces, podría su presencia perturbar la digestión de aquellos que estén sentados cerca suyo.
”Para la ocasión, un buen anfitrión siempre tendrá pronto un nuevo invitado que permanecerá esperando afuera hasta que llegue el momento de pasar a integrar la mesa.”
Ahora bien, más allá de las señales, que han sido debidamente resaltadas, o los posibles ataques de risa que la lectura del libro pueda generar, es necesario aclarar que la primera edición de este libro fue publicada el 1 de abril de 1987 bajo el título de Leonardo's Kitchen Notebooks y traducida al español en 1999. En ambas ediciones, la compilación y la edición estaba debidamente señalada: Shelagh y Jonathan Routh. Es igualmente útil recordar que en los países anglosajones, el 1 de abril se celebra el “día de los inocentes” y por supuesto no es fortuito que desde 1987 este matrimonio de ‘editores’ haya podido reírse de mucha gente.
Inexplicablemente, el libro inventado por los Routh fue tomado seriamente por el público consumidor de cualquier cosa que se encuaderne con cariño y se ponga en vidriera. El chiste fue demasiado lejos y se escapó de las manos: una vez exportada a los países de habla hispana, donde el día de los inocentes no tiene vigencia, la broma ganó aún más terreno: el Código Romanoff, Pasquale Pisapia y el manuscrito en un museo en Leningrado se volvieron incuestionables para demasiados lectores. En un capítulo de la serie más famosa de Matt Groening, Bart intenta razonar sobre el comportamiento de los adultos de Springfield: “Mira esto: «Conductas inexplicables: los individuos que actúan de forma sospechosa, a menudo están implicados con OVNIS o algún fenómeno paranormal. Por ejemplo: las explosiones en teléfonos»” ante estas palabras, Milhouse responde: “Caray... ¡Y si está en un libro, debe ser verdad!”. Este episodio es un ejemplo perfecto. Las tradiciones se respaldan en lo estatutario de la palabra escrita: desde los textos sagrados de todas las religiones, hasta el principio aristocrático que define la cultura a través de niveles de lectura, o lo incuestionable de muchas leyes y códigos. Ese valor es trasladado al texto que se ubica en el abismo cultural. ¿Cómo ordenar eventos, personajes, papeles, culturas, mundos y demás cosas que forman la historia? ¿Cómo dejar algo por fuera? ¿Cómo hacer el recorte? Dentro de este problema, la palabra escrita tiene un lugar privilegiado que evita su inmediata destrucción.
Por no ser menos, en el año 2003, la editorial argentina Distal editó su propia edición de los Apuntes, también atribuida al genio renacentista. Curiosamente, fue el mismo año en que Dan Brown publicaba El Código Da Vinci, donde el protagonista Robert Langdon intenta resolver el misterio argumental a través de pinturas de Leonardo. Sea por un acto de amor a la conspiración burlesca o por ignorancia total y frenesí por publicar cosas a nombre de Leonardo, el nombre de los autores no figura en ningún lugar: ni en la autoría, ni en la compilación, ni en la edición. Si los lectores se limitaran a analizar el libro, sería imposible llegar a los autores británicos.
Si bien este interrogante permanece, permite generar la siguiente pregunta, ¿qué pasaría si, en efecto, fuese un texto de Leonardo? ¿En qué cambiaría nuestra concepción de la historia si estas otras historias no fuesen desmentidas? Presumiblemente, la respuesta nos dejará en el mismo lugar que antes, ya que las formas que tenemos de contar nuestra propia historia se basan en mecanismos similares, con fundamentos que dejan en paz a todo el mundo por un rato. Tal vez esos lugares donde no podemos permanecer tranquilos, esos abismos entre lo que pasó, lo que nos contaron y lo que quisimos entender, existen para mostrarnos que la linealidad es una paparruchada. De Leonardo o de un matrimonio británico, el libro es entrañablemente divertido.


Ilustración por Julián Rodríguez F. Septiembre 2014