Musica altiplánica: altos planos

escribe Federico Dalmazzo▹
Fotoperiodismo: El Pez Digital visitó el décimo Mathapi Aphtapi Tinku. “Una vez por año, desde hace diez años, decenas de bandas de sikuris se reúnen a soplar su arte al aire libre, bajo el solcito de la tarde, a la vista de todos.”
Últimamente, y si usted no lo notó es afortunado, están muy de moda las remeras y bolsos que presentan en gran tamaño la bandera de aquel famoso país del norte de América. Mientras en la redacción de El Pez Digital intentamos descubrir dónde escondió la vergüenza la gente que porta tan vergonzoso estandarte (algunos, trasnochados, sospechan de la coincidencia entre el surgimiento de esta moda y los conflictos con el juez Griesa), otros se encuentran en nuestra ciudad para revivir antiguos valores que, paradójicamente y a la luz de las circunstancias, resultan tener más futuro que los que están vigentes en la actualidad. Una vez por año, desde hace diez años, decenas de bandas de sikuris se reúnen a soplar su arte al aire libre, bajo el solcito de la tarde, a la vista de todos. La gran urbe se encuentra en sus entrañas con esta celebración que contradice, por la misma dinámica de la música, a la fuerza agresiva de un enclave invasor desde sus comienzos de imparable centro difusor de las culturas ajenas al continente.
El décimo Mathapi Aphtapi Tinku se realizó desde el viernes 15 hasta el domingo 17 de agosto en el Parque Los Andes de Chacarita (el que está entre el paredón del cementerio y la Avenida Corrientes, que por aquel tramo presenta un par de pizzerías a puro neón). En ese mismo parque, donde hace más de cien años se amontonaron los miles de muertos por la epidemia de fiebre amarilla, se construyeron en los años veinte unos talleres del subte. Nunca había conectado el nombre del parque, pero esta vez me quedó todo claro cuando vi, primero, una fuente alegórica con la forma de las montañas y después un monumento a los pueblos nativos de los Andes.
Sabiendo que se presentaron aproximadamente cincuenta agrupaciones con un total de cerca de mil músicos ustedes pensaran —si no se los confirmo— que mi cobertura grafica se quedó cortísima. Esta es una verdad ineludible y vergonzosa que intentaré cubrir con léxico pomposo, y con la excusa de que no me esperaba algo tan completo, vibrante, vivo. Algo tan especial me hace dudar muchísimo de los medios para transmitir la experiencia a los lectores, porque ni video, ni audio, ni testimonios, mucho menos fotografías, pueden transmitir ni esta ni ninguna tarde en la plaza del barrio.
Pero ya que estamos en el baile, bailemos, y mejor si lo hacemos con música. Los invito a darle play para acompañar las fotos con su debido ritmo.







Nada está congelado, todo cambia, y no hay prueba más valida que ver a estas bandas en acción para estar seguro de que no se trata de un simple ‘homenaje’, sino algo en perpetua transformación y con la fuerza de lo vivo. Lo mismo se podrá decir en otras situaciones del tango porteño, del folklore en Santiago del Estero o de cualquier melodía mientras haya humanos que la toquen y se identifiquen en sus vibraciones. En el caso de la estructura de los actuales conjuntos de sikus y el carácter músico-coreográfico de estos, se estima que provienen de la cultura Nasca (200 A.C. – 600 D.C.), la cual reconoció en el mundo su naturaleza dual y de alguna forma la representó mediante la creación colectiva de melodías. Esta técnica de diálogo musical, exclusiva del siku, proviene probablemente de la cultura Moche, que se desarrolló en la costa norte del actual Perú entre el 200 A.C. y el 800 D.C.: en su alfarería se veían representados dos sikuris unidos por una cuerda, indicando su naturaleza bipolar. Cuando se habla del origen milenario de esta música, no se está cometiendo ninguna exageración.



¿Qué es esto del diálogo musical? ¡¿Naturaleza bipolar?! Bueno, podemos aventurarnos a simplificarlo así: las dos hileras de tubos, hechas de cañas chúki y atadas, contienen intercaladas las notas de la escala, que abarca cerca de dos octavas. Los músicos no tocan todas las notas: algunos tocan la ira, de siete cañas, y otros el arca, de seis. Cada uno depende íntimamente del otro para hacer sonar las melodías, mantener los ritmos o manejar las intensidades. Sin cultivar la relación y la atención entre los hombres no hay forma de hacer la música, porque no hay forma de lucir individualmente. En esta práctica se forja comunidad, más allá de los objetivos y logros estéticos de cada conjunto. La técnica es conocida en aymara como jjaktasia irampi arcampi, que significa “estar de acuerdo la ira y el arca”. Ira significa “macho”, o “el que conduce”, y arca “hembra”, o “la que sigue”.



Inca Garcilaso de la Vega, hijo de conquistador español y ñusta inca (“princesa” en quechua) tuvo la ventaja de ser letrado en el español y en los conocimientos de los sabios incas, por ser parte de la nobleza del Tahuantinsuyo. Fue el encargado de escribir las primeras obras de la literatura latinoamericana, entre las que se cuentan los Comentarios Reales de los Incas, de 1609, donde se puede leer:
“De música alcanzaron algunas consonancias, las cuales tañían los indios Collas, o de su distrito, en unos instrumentos hechos de cañutos de caña, cuatro o cinco cañutos atados a la par; cada cañuto tenía un punto más alto que otro, a manera de órganos. Estos cañutos atados eran cuatro, diferentes unos de otros. Uno dellos andaba en puntos bajos y otro en más altos y otro en más y más, como las cuatro voces naturales: triple, tenor, contralto y contrabajo. Cuando un indio tocaba un cañuto, respondía el otro en consonancia de quinta o de cualquiera, y luego el otro en otra consonancia y el otro en otra, unas veces subiendo a los puntos más altos y otras bajando a los bajos, siempre en compás.”[1]


Este día le tocó a los muchachos de Ahihaymanta preparar la comida para las otras bandas que venían de afuera, así que todos trajeron de su casa arroz con papa, pollo y verduras, todo en cantidades bestiales. Así se organiza el encuentro, a puro pulmón, y eso se nota también en la concurrencia, tan variada como se pueda imaginar (¡bueno, siempre dentro de cierto margen!), desde nenes con chupete hasta abuelas con bastón. Ya cae el solcito y los grupos se suceden unos tras otros —en ocasiones tocando simultáneamente para hacer el cambiazo— cuando me entero que va a haber bandas de lakitas. Nunca había escuchado este estilo, proveniente de la región de Tarapacá, al norte de Chile, y que a diferencia de las otras bandas de sikuris utiliza el formato de comparsa (bombo, platillo, redoblante). Mas tarde iban a tocar las Lakitas del Sol y las Lakitas Real Juventud  (que viajaron desde Chile), pero primero le toca a un grupo con sede en Buenos Aires. El estilo fue un viaje de ida sin retorno, una fiesta con todas las palabras, y agradezco haberlo escuchado en vivo, como se debe.
“Mathapi es un encuentro que a mí me produce mucha alegría y cariño. La primera vez que vi tocar muchos grupos juntos fue ahí, y no puedo evitar guardarlo en mi corazón y anhelarlo cada año”, me cuenta Matías, miembro de las Lakas del Oriente, creada hace cinco años por un grupo de antropólogos y músicos chilenos que vinieron a vivir a esta ciudad. “Cada vez son más los grupos que tocan, y eso es muy bueno para el desarrollo de esta música, que no se limita al hecho musical en sí, sino que es la conformación de la comunidad de sikuris lo que influye, más que cualquier otra cosa. Quizá por esta razón es que tantos grupos están surgiendo: son lugares de encuentro y de conformación de grupos de pertenencia, basados en una tradición que tiene muchos siglos.”
¡Jallalla!

 

[1] Continúa Garcilaso de la Vega: “No supieron echar glosa con puntos disminuidos; todos eran enteros de un compás. Los tañedores eran indios enseñados para dar música al rey y a los señores de vasallos, que, con ser tan rústica la música, no era común, sino que la aprendían y alcanzaban con su trabajo. Tuvieron flautas de cuatro a cinco puntos como la de los pastores; no los tenían juntos en consonancia, sino cada uno de por sí, porque no los supieron concertar. Por ellos tañían sus cantares, compuestos en verso medido, las cuales, por la mayor parte, eran de pasiones amorosas, ya de placer, ya de pesar, de favores o disfavores de la doña”



Fotografía por Federico Dalmazzo Septiembre 2014