Caminos cruzados

escribe Nacho Castillo▹
Nacho repasa encuentros improbables en la industria de la música, porque, como dicen algunos, la música es el lenguaje universal.
Se habló ya en páginas anteriores de esta revista, aunque con una excusa diferente, acerca de aquel encuentro no tan espontáneo entre Pedro Aznar y Pat Metheny que derivó en unas cuantas colaboraciones entre el abanderado bajista del rock argentino y el virtuoso guitarrista norteamericano editadas en ambos lados del Ecuador. Y aunque en ese caso particular el jazz o la fusión devinieron lenguaje común entre los intérpretes en cuestión, la historia de la música popular contemporánea nos deja unos cuantos ejemplos en los que el cruce humano representa además, en la práctica, cruces musicales de resultados inevitablemente curiosos.
No deja de ser interesante revisar, a manera de introducción, qué es lo que sucede con la cultura del crossover en otros ámbitos artísticos donde los ejemplos sobran, y reflexionar acerca de su traspolación al mercado discográfico. En el mundo del cómic, por ejemplo, es moneda corriente que personajes, que incluso pertenecen a editoriales competidoras, compartan historias: un rápido googleo nos puede llevar en poquísimos pasos a descubrir improbables tomos como Archie meets The Punisher (1994) o Batman/Aliens (1998). Manteniéndonos en el dominio de los mundos posibles mientras la imaginación alcance podemos extender los ejemplos a los ámbitos del videojuego y la animación de corta y larga duración: la saga multi-plataforma Kingdom Hearts mezcla figuritas tradicionales de Disney con personajes del súmmum de los fichines (¡volvé, Nivel X!) de rol que representa la serie Final Fantasy y, como todos sabemos, era solo una cuestión de tiempo hasta que Peter Griffin y Homero Simpson se viesen las caras. En el mundo del cine, los ejemplos son aún más numerosos: entre las apariciones como cameos y los crossovers hechos y derechos los distintos universos se superponen y distorsionan continuamente generando esos agujeros espacio-temporales que tan sobreanalizados están en internet[1].
Empecemos aclarando que vamos a dejar de lado los experimentos comerciales que la cultura del crossover se encargó entonces de sistematizar en todos los ámbitos posibles. No deberíamos ni levantar una ceja frente a producciones de alto contenido lipídico como las colaboraciones de Tony Bennett con cantantes latinos en Viva Duets o similares inventos que responden a las exigencias del mercado moderno. Es cierto que el disco de dúos es una tradición tan arraigada en la cultura norteamericana como la de los discos de navidad, y también lo es que podamos encontrar una buena cantidad de ejemplos más o menos simpáticos, aunque no es la norma. En nuestro país se ha sabido importar esta costumbre y fue cristalizada en experiencias como el Pappo & Amigos (2000) de nuestro Hendrix tercermundista o el celebrado Cantora (2009) de Mercedes Sosa con su yunta heterogénea de ídolos pop y folkloristas siglo XXI. No nos vamos a meter tampoco con la dinámica de los grupos de jazz, donde el encuentro de individuos es práctica común y concede buena parte de su gracia al arte de la música improvisada.
“¿Qué nos queda entonces?”, pensará usted, lector empedernido de esta columna de chusmerío musical mensual mientras corre a la discoteca para encontrar el ejemplo primero. ¡Pero no tan rápido! Dudo que tenga usted alguna edición física de The Radha Krshna Temple (1971), disco que el ya por entonces ex-Beatle George Harrison produjo, grabó y editó en el sello Apple junto a los devotos británicos miembros de la ISKCON (International Society for Krishna Conciusness) con arreglos de Mukunda Goswami, un ex colaborador del saxofonista de free jazz Pharaoh Sanders. Conocida es la historia de los coqueteos del guitarrista con el hinduismo luego de su viaje para estudiar el sitar con Ravi Shankar en plena etapa de experimentación y expansión de la consciencia. El disco en cuestión recorre una serie de cantos y mantras con instrumentaciones exageradamente occidentales entre campanas tubulares y yeites blueseros de guitarra dobro y fue recibido de forma bastante considerable por parte de la prensa y el público. Govinda, la canción elegida como single llegó a formar parte del top 30 británico y dejó como corolario una canción con estribillo digno de cualquier hinchada intrépida en búsqueda de nuevo repertorio. The Radha Krshna Temple es un disco al que sin duda corresponde darle algunas escuchadas, en tanto representa no solo una página singular en el catálogo del sello Apple y en la discografía del Beatle favorito de este redactor, sino también una introducción súper amable y liviana a las sonoridades de la música India.

Govinda - The Radha Krshna Temple

Del compositor y guitarrista norteamericano Frank Zappa se dijo mucho y queda seguramente muchísimo más por decir. Extremadamente prolífico, provocador e infinitamente curioso, el músico de barba candado más famoso del mundo hizo circular por su obra a un centenar de colegas entre todos los proyectos a los que le puso la firma. Podemos nombrar sin profundizar demasiado a grandes nombre del rock y el jazz como Steve Vai, Terry Bozzio, Michael Brecker, Captain Beefheart, Eric Clapton, Vinnie Colaiuta, John Lennon, Yoko Ono, Jean-Luc Ponty, George Duke o Archie Shepp entre tantos otros[2]. Hay, sin embargo, un nombre en esa larguísima lista de colaboraciones que resalta no sólo por no pertenecer al campo de la música popular sino también por representar dentro de la discografía de Zappa su incursión más importante en el ámbito de la música escrita contemporánea. Pierre Boulez, uno de los personajes clave para la música del siglo pasado reconocido por su triple labor en el campo de la interpretación, la composición y la investigación[3], encargó a nuestro anti-héroe de turno obras para interpretar junto al prestigioso Ensemble InterContemporain que serían grabadas bajo la batuta del francés y posteriormente editadas en 1984 en el disco Boulez Conducts Zappa: The Perfect Stranger junto a otras ejecuciones en el sintetizador fetiche de Frank, el synclavier. Tres obras quedaron registradas siendo Perfect Stranger con sus doce minutos y medio de duración la obra central. Ahí podemos escuchar típicos divertimentos Zappianos en un contexto orquestal y armónicamente atonal donde se filtran las influencias de sus héroes Igor Stravinsky, en los gestos melódicos cortos y las rítmicas variables, y Edgar Varèse, en el uso de la percusión. Si bien la faceta como compositor de música escrita de Zappa no es de las más celebradas de su carrera, este hito en su discografía representa sin duda uno de los puntos más singulares a la hora de revisar su obra. Sabiéndose autodidacta y supuestamente ajeno al universo en el que quería meterse, Zappa supo plantarse frente a uno de los popes del ambiente con una música que, más allá de todo, resulta inevitablemente propia.

The Perfect Stranger - Pierre Boulez

Si el encuentro entre el trompetista fundacional del bebop Dizzy Gillespie y el percusionista cubano Chano Pozo en la composición del standard Manteca representó el afianzamiento de la corriente afro-cubana en el jazz hoy tan explotada, resulta estimulante pensar qué hubiese pasado si la gira del trompetista por sudamérica en 1956 se hubiese extendido algún tiempo más. Su primera visita a la Argentina auspiciada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América como parte de una campaña de integración (no poco sospechosa, permítasenos desconfiar) lo llevó a colaborar casi off the record con uno de los grandes nombres del tango de mediados de siglo, el paternalense Osvaldo Fresedo. Los registros históricos acerca del encuentro son ambigüos y están cargados de anécdotas de color que incluyen, por ejemplo, a Gillespie cabalgando por la calle Florida vestido de gaucho[4]. Por suerte lo que sí quedó como muestra —concreta— del encuentro son cuatro grabaciones únicas, posteriormente editadas sin pena ni gloria. Allí el lirismo y el sonido brillante del trompetista sobrevuelan los arreglos de Fresedo con elegancia, tanto en las melodías y contra-melodías, como en las cadencias incluidas en los cuatro arreglos donde aparecen muy poco disimulados sus vicios jazzeros. Representan, en conjunto, una postal única en la historia del tango donde (a excepción de casos muy particulares, como las incursiones en los arreglos de Francisco Canaro o en la sonoridad del contemporáneo Sexteto Fantasma) los bronces siempre fueron instrumentos discriminados, probablemente por su dificultad para lograr matices extremos.

Adiós Muchachos - Orquesta de Osvaldo Fresedo con Dizzy Gillespie

Mientras algunos, cada vez menos, de los personajes claves de nuestra cultura se encargan de construir barreras y de limitar las posibilidades, de cerrar círculos y de afianzar lazos pre-existentes, de resaltar lo obvio y de excluir lo dificultoso, estos tres ejemplos con sus motivaciones bien diferenciadas pero no por eso menos exitosas a la hora de generar obra musical pueden servir como antesala lógica a la valoración que se les da a las propuestas mestizas por parte de nuestra generación, la que tiene que aceptar, sin baruyo, que la clave es intentar ir siempre un pasito más allá. Y en el encuentro, en el cruce, en el compartir hay una dirección hacia donde avanzar.

Ilustración por Laura DesmeryOctubre 2014