El género zombie

escribe Antonio Doval▹
"¿Zombis otra vez?" "¿No les parece un poco obvio?" Si quiere preguntar, o responder, estas importantes cuestiones, atento a esta nota.
Antes que nada pido perdón al lector, ya que tal vez llegué un poco tarde. Hace unos años el furor por los no-muertos llegó a un pico del cual hoy sin duda ha bajado. Sin embargo, es innegable que los zombis han penetrado en todas las rendijas de nuestra cultura y no parecen querer marcharse pronto. Espero entonces no estar llegando demasiado tarde, aunque ciertamente no creo que así lo sea, ya que el mes que viene se estrena la quinta temporada de la primera y por ahora única serie televisiva del género (The Walking Dead), y también en noviembre se realiza nuevamente en Buenos Aires la zombie walk anual; y además, uno de los grandes estrenos de fin del año pasado fue, nada menos, una película de zombis. Día a día siguen saliendo libros, películas, videojuegos y todo tipo de productos mediáticos que tratan este hermoso tema. Pero... ¿por qué?
Tiene que haber algo en este género para hacer que tantos nos sintamos tan atraídos por la loca y terrible idea de una catástrofe global en donde bandadas de ex-seres humanos anden rondando el planeta comiéndose entre ellos y persiguiendo a los vivos para sumarlos a sus filas. ¿Qué se refleja en esa idea? ¿Miedos o fantasías? Mirando con más detenimiento, son muchas las cosas que podríamos aprender de nosotros mismos (y de los otros) reflexionando un poco en torno a este género multifacético y multitudinario. Tratemos.

Con este ambicioso fin, le voy a proponer al lector un (no tan) fugaz viaje, de tan solo cuatro estaciones, por la historia de este género: cuatro películas con sus historias y sus contextos, ordenadas en orden cronológico desde los albores del género hasta el presente. Sucede, claro, que son casi cien años los que separan el comienzo de esta travesía de su última parada. La elección de las “estaciones” no es al azar, claramente es una entre tantas que podrían haber sido, más aun sabiendo que este humilde redactor no es un verdadero conocedor del género, ni mucho menos. Pero creo que estas cuatro películas emblemáticas no por casualidad se sitúan en momentos de profundos cambios sociales. A riesgo de haber exagerado por mucho un chistecito que al principio era divertido y ahora es casi un deber que me persigue, la presente nota se presentará por partes: he aquí la primera, y el mes que viene —a la misma hora y en el mismo canal— se encontrará la siguiente.


ZOMBI NEGRO, ZOMBI BLANCO

La mayoría de los personajes emblemáticos del terror clásico pueden remontarse a la cultura folklórica de Europa: el monstruo de Frankenstein, el hombre lobo, Drácula (el vampiro), la momia, etcétera. Todos estos engendros mitológicos tienen algo en común: son personajes nacidos al calor de la cultura popular, pero nos llegan hoy resignificados y cristalizados en formas mediáticas cultas. El mito del muerto viviente, si bien comparte en esencia esta característica, tiene una particularidad: es casi el único del panteón del terror cuyo origen no solo es ‘popular’ sino también no europeo. La leyenda zombi lleva en sí la historia de dos continentes sojuzgados: el África esclavizada y la América colonizada; pero lleva también impresa en su génesis la otra cara de la moneda, la de la América colonizadora.
La primera película de este viaje —que es además según muchos la primera en la historia del género— es White Zombie, protagonizada por Béla Lugosi y dirigida por Victor Halperin, estrenada en 1932 y producida en los Estados Unidos. Aunque la historia poco tiene que ver con las películas de zombis que conocemos hoy, ésta obra sirve espectacularmente para mostrar las características esenciales que dan origen al género: la figura del zombi que nace en el folklore haitiano, por un lado; y la idea que los estadounidenses se hicieron de ésta, por otro.
En la película no se equivoca demasiado el viejo misionero —el Dr. Bruner—­ cuando trata de explicar el origen del extraño mito de los cuerpos que caminan:
 “[...] He vivido en estas islas por una buena cantidad de años, y he visto cosas con mis propios ojos que me hicieron creer que había perdido la razón. Hay supersticiones en Haití que los nativos trajeron desde África, algunas de las cuales pueden ser rastreadas hasta el Antiguo Egipto, ¡y más allá todavía!: ¡en los países que eran antiguos cuando Egipto era joven!”
Efectivamente, lo más que podemos remontarnos sin que se nos nuble demasiado la vista es hasta la figura del Nzambi, presente entre varias culturas africanas pre-coloniales de la rama de los Bantú del centro y sur del continente. Este ser tenía sin duda un sentido religioso, aunque su significado exacto fluctuaba dependiendo del momento y el lugar. A veces era algo así como un espíritu todopoderoso, en otras ocasiones era el espectro del “primer hombre”, también la Madre Tierra fuente de toda vida, e incluso (ya bajo influencia colonialista) llegó a paralelizarse con el dios judeocristiano. Con la llegada del colonialismo y el esclavismo, aquella figura se filtraría en las nuevas naciones americanas formando creencias que aunaban estas diversas culturas africanas con credos nativos y con diferentes apropiaciones (o imposiciones) del cristianismo europeo. Es en Haití —particularmente— donde el mito zombi como lo conocemos hoy empieza a tomar forma, dentro de la múltiplemente sincrética cultura vudú.
Ahí mismo se sitúa White Zombie. La historia trata de una pareja estadounidense bien acomodada que es invitada por un terrateniente a celebrar su casamiento en la isla. Pero desde un principio empiezan a dudar de su elección, porque antes siquiera de llegar a la casa de su huésped, deben parar el coche que los lleva debido a que una extraña reunión ritual de negros nativos —con tambores, y cantos, y todo— obstaculiza su camino; ante su duda el cochero (también negro) les informa que se trata de un entierro, y que es realizado en aquél lugar “por temor a los robadores de cuerpos”. En aquella ex colonia francesa, nación de esclavos, la idea del muerto vivo representaba el más terrible de los castigos. Según las fuentes de la época (extranjeras, por supuesto), la concepción haitiana de la zombificación resultaba una idea terrible porque consistía en algo así como una continuación de la esclavitud más allá de la muerte: había unos maestros, una especie de ‘magos negros’ que usaban su magia vudú para despertar a los cuerpos y hacerlos trabajar en los campos por la noche. Para el esclavo, el fin de la vida era quizás la única salida de su condición, la única forma de ‘recuperar’ su libertad. Entonces era natural que la idea de ser despertado de la paz de la tumba para volver a trabajar fuese vista como el peor de los pesares.
Pero el filme no se sitúa precisamente en el momento en que Haití fue una colonia francesa, sino en una época posterior. Un breve resumen para poner en contexto: en 1804, tras una serie de revueltas, Haití se independiza de Francia y nace la primera ‘nación negra’ de occidente. Después de otro siglo de trifulcas, con idas y venidas, reyes e imperios, deudas internaciones y guerras civiles por doquier, a principios del siglo XX se acentúa el marco de tensión política, lo que sirve de pretexto para la ocupación por parte de los Estados Unidos. Los marines yanquis llegan en 1915 (y se quedarían hasta 1934) con “aires de pacificación”, claro; pero, como siempre, con el verdadero objetivo de salvaguardar sus intereses nacionales y los de sus grupos económicos. Por otro lado, ésta fue sólo la más duradera de las muchas intervenciones políticas de los Estados Unidos sobre otras naciones soberanas de Centro y Norteamérica: Cuba, República Dominicana, Honduras, Nicaragua y México también se vieron afectadas en el primer tercio del siglo XX por el imperialismo de los vecinos del norte.
En White Zombie, la presencia en Haití de los novios —jóvenes, bellos, blancos— muestra hasta qué punto, para el Imperio Norteamericano, era aquél poco más que su patio trasero. Pero estos turistas que esperaban encontrarse con un paisaje pintoresco donde casarse, sin duda se sorprendieron mucho al verse amenazados por lo que parecía no ser sino uno más de los mitos irracionales de los “nativos”. Estas concepciones de los ‘mitos’ de la isla, más que descripciones verídicas eran reflejos de la visión extranjera de los estadounidenses de la época que, cuando no mandaban pura fruta, conjeturaban sus historias a partir de vagas descripciones de lo que en realidad sucedía.
Esta concepción de la ‘barbarie’ del pueblo haitiano se condecía con las concepciones que las clases dominantes blancas aún tenían acerca de sus compatriotas negros. Las tensiones raciales dentro de los Estados Unidos eran todavía extremadamente fuertes, la segregación y la discriminación eran cosa de todos los días y faltaban décadas para el surgimiento del movimiento por los derechos civiles. No olvidemos que en 1932 la esclavitud había sido abolida hace solo medio siglo, y quién más tarde sería Malcolm X era apenas un retoño.
Por otro lado, la crisis económica de 1929/30 generó también un contexto económico y social muy tensionado, donde la nueva figura del obrero fabril, impuesta por el taylorismo y el fordismo, podía equipararse sin mucho problema a la del zombi. Tras la crisis capitalista, la reestructuración de sus formas trajo una nueva organización del trabajo en unidades monótonas y aisladas, donde todos los movimientos del obrero eran planeados y controlados cuidadosamente. La película que ilustra mejor que ninguna otra los pesares de esta nueva organización fabril, Tiempos Modernos, vería la luz solo unos años después, pero las escenas de White Zombie que muestran al ejército de autómatas trabajando en la misteriosa guarida del maestro tienen importantes reminiscencias a la obra de Chaplin. Esta comparación adquiere una crudeza aún mayor si se tiene en cuenta una escena en particular: mientras los zombis van pasando uno a uno tirando materiales en una trituradora, uno de ellos cae de cuerpo entero, sin que nadie siquiera lo note, sin cortes de cámara, ni cambios en la música. Y la película sigue como si no hubiese sucedido nada. Es importante tener en cuenta todo esto, porque estas tres tensiones —coloniales, raciales y sociales— volverán a estar presentes a lo largo de todo el desarrollo de la historia del género zombie.
De este modo, en la película la concepción nativa se refleja sólo bajo la lente del colonizador. Se habla de supersticiones y de sinsentidos que volverían loco a cualquier buen cristiano. Aunque detrás de todo mito hay un hecho, dice el misionero, el Dr.  Bruner: el mito es que los muertos son levantados de la tumba para hacerlos trabajar, pero el hecho es que no son muertos en absoluto. Resulta que la “magia negra” no es más que el buen uso de hierbas y sustancias hipnóticas por parte del verdadero enemigo, que no son los zombis, en realidad, sino su maestro, el genio malvado Legendre, al que los nativos llaman “Murder” (“Asesinato”), papel que representa el genio del terror Béla Lugosi. Detrás de la superstición de los bárbaros colonizados está la ciencia de la civilización colonizadora, representada nada menos que en el misionero que las va de bueno haciéndose amigo de los nativos que tanto desprecia, desentrañando sus ‘creencias’ mientras les impone su religión. El papel que queda a los “nativos” es de pura referencia, porque de ambos lados terminan estando los blancos. Incluso dentro de los zombis mismos está presente la división racial: los que siguen siempre a Legendre, cumpliendo todos sus mandados, son los funcionarios blancos que cometieron el error de contrariarlo, mientras que los que están trabajando en sus talleres son todos negros locales, indiferenciados, descartables, insignificantes.

En las décadas que siguieron, múltiples versiones de aquel zombi primigenio poblaron los cines (y aunque en menor medida, también las radios y las librerías). El género pronto adquirió vida propia con sus subcategorías y todo: se destacó, por ejemplo, una serie de películas donde el maestro era nada menos que un malévolo genio nazi. Pero siempre la historia seguía los mismos patrones donde un misterioso ‘mago’ usaba sus artimañas para apoderarse de las voluntades y los cuerpos de otros. El siguiente gran vuelco del género sucedería recién treinta y seis años después del estreno de White Zombie. En el año 1968 vería la luz una austera y cruda película independiente de bajo presupuesto, filmada en unas pocas locaciones y en blanco y negro, que marcaría a fuego su impronta sobre el resto de la historia de la ficción zombie: la genial Night of the Living Dead, del maestro George A. Romero. Pero eso queda para la próxima.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Octubre 2014