Tres para El Pez #8: Luciano Monteagudo

responde Luciano Monteagudo▹
Tres discos para escuchar con Luciano Monteagudo.
Luciano Monteagudo es crítico de cine. Escribe en Página/12 y escribió en La Razón, en la revista El Periodista, y en el diario uruguayo El País, entre otros. Realizó estudios de la carrera de Letras en la UBA y es autor de varios libros de cine, como Cine italiano: la realidad obstinada y Fernando Solanas. Es encargado de la programación de los ya clásicos ciclos de cine de la Sala Leopoldo Lugones en el Teatro San Martin, y además, como director artístico, se ocupa de la programación del DocBuenosAires.
Como si esto fuera poco, sus gustos musicales son más que interesantes: Luciano es un auténtico melómano, dueño de una amplísima discoteca. Nos permitió preguntarle por tres favoritos, que, según él, “en ediciones nacionales se consiguen en los mejores negocios del ramo”.
¡Gracias, Luciano!


:: TRES DISCOS
Blues & Roots, Charles Mingus (Warner Music)
Masterpieces by Ellington, Duke Ellington (Sony/BMG)
Abraçaço, Caetano Veloso (Universal)
El de Mingus porque en apenas seis temas concentra y expresa, con una energía impresionante, toda la historia de la mejor música afroamericana, desde los spirituals y las gospel songs hasta el free-jazz, pasando por Ellington y el hard-bop.
El de Ellington porque —como hizo Alfred Hitchcock con su versión de 1956 de El hombre que sabía demasiado (que ya había filmado en 1934)— volvió en 1950 sobre algunos de sus grandes clásicos de la década del treinta y, aprovechando las posibilidades que le daba el formato LP, re-orquestó Mood Indigo, Sophisticated Lady y Solitude en unas generosas versiones “de concierto” donde sus maravillosos solistas (Johnny Hodges, Russell Procope, Lawrence Brown, Harry Carney, Ray Nance) se explayan en todo su talento.
El de Caetano porque es su mejor disco en años, lo que no es decir poco. Con su rotundo trío rockero como base, no resigna nada de su lirismo y hace unas canciones contagiosamente alegres (Parabéns) y otras indeciblemente melancólicas (Un comunista). Las entradas son escandalosamente caras, pero si pueden ahorrar unos pesos sugiero no perderse la presentación en vivo del disco, el 2 de noviembre, en el Luna Park.


¿Cómo empezó tu interés por la crítica cinematográfica?
El cine me sedujo desde chico: veía de todo, desde las de James Bond (Dedos de oro me deslumbró a los siete años) hasta 2001: Odisea del espacio (que vi cuando tenía diez u once y me dejó confundido y perplejo, por supuesto), pasando por los grandes cómicos del período mudo de Hollywood (Chaplin, Keaton, Lloyd), que ya veía en la Lugones, cuando me llevaban mis padres. En el secundario era un cinéfilo voraz, lo que implicaba no sólo ir a la Lugones o al SHA sino buscar las películas que uno quería ver en los dobles programas de los cines de barrio, donde también eran más laxos en el momento de controlar la mayoría de edad para ver las películas “prohibidas para menores de dieciocho años”, que en los años setenta eran casi todas. Por entonces, no existía siquiera el VHS. Fue natural, entonces, que de las meras listas de películas pasara a escribir sobre ellas, primero en revistas mimeografiadas, después en programas de cine-clubes y de ahí a La Razón, donde en 1983 entré como crítico de cine después de presentarle al legendario Homero Alsina Thevenet (jefe de la página de Espectáculos) una crónica sobre un ciclo de cine alemán que incluía películas de Fassbinder y sus contemporáneos. Para ese entonces, ya llevaba casi cinco años programando y escribiendo los textos de los programas de mano de la Lugones.

¿Qué evolución notás en tu trabajo con respecto a tus primeros años como crítico?
Los años ayudan a adjetivar menos y a pensar y elaborar más un texto. Pero también pueden anquilosar: por eso, hay que estar permanentemente alerta para no repetirse, para no caer en la rutina, para evitar los clichés. Lo cual es muy difícil en un panorama de estrenos cada vez menos interesante y más estandarizado. Por eso lo que más disfruto es escribir crónicas de los festivales, porque ahí en general encuentro el cine que me estimula a escribir, ya sean novedades o retrospectivas.

¿Cómo construís al sujeto lector? ¿Qué tipo de relación crees que se genera entre el crítico y el lector?
Como decía el maestro Homero, el dueño de nuestra prosa no es ni el director del diario ni el jefe de redacción, sino el lector. Pero eso no implica ser demagógico, ni complaciente con él, ni subestimarlo: por el contrario, prefiero pensar siempre en un lector informado e inteligente, a quien el crítico le puede aportar contexto e ideas como para establecer una suerte de diálogo tácito. Se trata de abrir puertas y no de cerrarlas.

¿Qué fue el fenómeno surgido en la década del noventa llamado “Nuevo Cine Argentino”?
Fue un movimiento espontáneo y nunca declarado como tal, pero de una gran fuerza creativa: el surgimiento de una serie de directores (Lucrecia Martel, Lisandro Alonso, Pablo Trapero, entre los más destacados) que, cada uno a su modo, sorprendió con films nuevos en muchos sentidos: en su construcción dramática, en su estilo cinematográfico y hasta en sus modos de producción. Contra el cine acartonado, falso y declamatorio que, en general, se venía haciendo en los años '80 y buena parte de los '90, aparecen de pronto Pizza, birra, faso (1997), Mundo grúa (1999), La ciénaga (2000) y La libertad (2001), todas primeras películas que le prestan atención al habla cotidiana, a las relaciones sociales, al paisaje, pero sin caer en la vieja trampa del naturalismo. El apoyo de una nueva crítica, que supo acompañar y defender esos films y muchos de los que lo siguieron, le dio a este nuevo cine, tanto en la argentina como en el exterior, presencia y visibilidad. Y el BAFICI, nacido en 1999, se convirtió en la plataforma de lanzamiento ideal de estas películas, además de punto de encuentro y debate.

¿Cómo viene el panorama actual del cine argentino?
El 2014 viene siendo un año muy bueno para el cine argentino, y no sólo por el éxito de público de Relatos salvajes. También hay muy buenas películas, como Jauja, quinto largo de Lisandro Alonso, La princesa de Francia, de Matías Piñeiro, o Refugiado, de Diego Lerman, que están haciendo un importante recorrido por festivales internacionales. Ninguna de las tres todavía se estrenó acá por distintas razones, pero la principal es la falta de salas: no hay salas suficientes para los 150 largos que produce por año el cine argentino, que es hoy el más poderoso de la región, incluso por encima de México y Brasil, que no tienen tanta producción ni proyección internacional.

Hablanos de la Lugones. ¿Qué importancia histórica tiene?
La Lugones viene difundiendo sistemáticamente lo mejor de la historia del cine desde 1967, cuando se inauguró con La pasión de Juana de Arco (1928), del danés Carl Theodor Dreyer. De ahí en más, siempre con la Cinemateca Argentina como cómplice, hemos pasado revista a clásicos y modernos, occidentales y asiáticos, Bergman y Antonioni, Favio y Kurosawa, Hitchcock y Godard, Eisenstein y Griffith, Fassbinder y Glauber Rocha, documentales y experimentales. Como solemos decir, todo el cine del mundo pasa por la Lugones. Y en la Lugones se dieron a conocer por primera vez en la Argentina directores de la talla de Takeshi Kitano, Mike Leigh, Tsai Ming-liang  y Yasujiro Ozu, por citar apenas algunos de muchos. Tuvimos visitantes ilustres, como Werner Herzog, Krzysztof Kieslowski y Tim Robbins, presentando sus ciclos. Abrimos las puertas a Oriente, con ciclos regulares y sistemáticos dedicados al cine de Japón, Corea y Taiwán. Exhibimos cortos del canadiense Norman McLaren y películas-río, como Shoah, de Claude Lanzmann, y Noticias de la antigüedad ideológica, de Alexander Kluge, sobre El Capital, de Marx. Y le dimos lugar al cine independiente argentino y latinoamericano, con estrenos de Lisandro Alonso, el mexicano Carlos Reygadas y la chilena Dominga Sotomayor, entre muchísimos otros.

¿Cuál es su situación actual?
Al 25 de septiembre del 2014, la Lugones permanece cerrada por refacciones desde diciembre de 2013. Las obras —imprescindibles, por la falta de mantenimiento que sufrió durante décadas el edificio del Teatro San Martín— deberían haber comenzado en marzo y finalizado en julio de este año, tal como informaron en su momento los Ministerios de Cultura y de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo del proyecto. Pero por razones burocráticas, los trabajos comenzaron recién ahora en septiembre, con lo cual la obra edilicia estaría terminada hacia fin de año. Para entonces, quedaría todavía volver a instalar en la cabina de proyección los equipos analógicos (dos proyectores 35mm y uno 16mm profesional) que ya estaban, a los que hay que sumar un proyector digital DCP de norma homologada que todavía tiene que comprarse y que es imprescindible para adaptarse a los tiempos que corren. El prolongado cierre de la Lugones motivó no sólo varios artículos en blogs, sitios web y periódicos de tirada nacional (Página/12, La Nación) sino también un petitorio espontáneo de sus espectadores a las autoridades del gobierno de la ciudad, que en menos de una semana recogió más de 2500 firmas del país y del exterior, donde no faltaron las de cineastas, productores y artistas e intelectuales en general.

Octubre 2014