Con distinto olor

escribe Antonio Doval B.▹
Con cuarenta y seis años de diferencia, la historia parece repetirse en México. Con la masacre de Ayotzinapa en caliente, a través del telescopio, analizamos la cuestión mexicana y sus repercusiones en el resto de Latinoamérica.


HECHOS

El primero de octubre del año 1968, en el marco local y global de fuertísimas manifestaciones estudiantiles y obreras, el Ejército Mexicano abandona las instalaciones del Instituto Politécnico y de la Universidad Autónoma, que habían sido violenta e ilegítimamente ocupadas semanas atrás. Al día siguiente, miles de personas se reúnen en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, Ciudad de México, para celebrar la retirada de las fuerzas militares y para continuar su lucha. Lo que empezó como una manifestación pacífica pronto se convierte en uno de los más terribles baños de sangre de la historia moderna de las luchas obreras, cuando el grupo paramilitar “Batallón Olimpia” y las fuerzas del ejército que custodiaban la plaza deciden abrir fuego limpio contra los manifestantes. El saldo exacto de muertos es aún desconocido, pero varias fuentes hablan de cientos de cuerpos apilados y retirados rápidamente en grúas o camiones de basura. ¡TLATELOLCO NO SE OLVIDA!
El 26 de septiembre de este año, un grupo de estudiantes mexicanos de escuelas normales rurales del estado de Guerrero se dirigía a un acto del Gobierno Municipal en la localidad de Iguala, con la intención de manifestarse y de organizar una colecta para poder viajar al acto de conmemoración de los 46 años de la Masacre de Tlatelolco. Los estudiantes denunciaban, entre otras cosas, la vinculación del gobierno local con el grupo narcotraficante “Guerreros Unidos”. En el camino, los micros que llevaban a los normalistas fueron interceptados por fuerzas policiales del Estado. En varias oportunidades se abrió fuego contra los manifestantes, que estaban desarmados e intentaban huir. Seis personas fueron asesinadas (entre ellos tres estudiantes), decenas fueron heridas y un grupo de 43 normalistas de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de la localidad de Ayotzinapa, fue desaparecido íntegramente.


INTERPRETACIONES

Cuarenta y seis años al pedo. Una vez más nos encontramos, como dicen los zapatistas, “entre el dolor y la rabia”. Ganas de gritar y de romper todo. “¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!”, frases que resuenan, consignas repetidas: “¡Aparición con vida ya!”. Marchas de banderas con caras y con nombres. ¿Cómo puede ser que exista semejante violencia? ¿Hasta cuándo?


Antes el ejército, hoy la policía: siempre el Estado. Cuando pasan cosas como estas, no se puede olvidar jamás que el accionar de las instituciones estatales y sus fuerzas represivas no es un factor más entre otros. Las redes de narcotráfico, las redes de delincuencia, de trata de personas; todo eso existe sólo porque el ejército, la policía y el Estado forman parte de su organización. Entre la masacre del ‘68 y este septiembre, la historia mexicana se puebla de relatos de matanzas, desapariciones y atentados contra la población civil, sobre todo en los últimos diez años. Los hechos de Iguala evidentemente no surgen de la nada. Hablar de “narcoestado”, en este sentido, sería desestimar la incidencia directa del mismo aparato estatal, asumiendo que es sencillamente “incapaz” de controlar al narco. Los manifestantes mexicanos que se están alzando en Guerrero y en todo el país pidiendo justicia hablan, en su lugar, de “Estado terrorista”.
Para empezar a entender lo que pasó hay que remontarse a largas y duras décadas de mal gobierno, de dependencia, de colonialismo, de sufrimiento y de violencia. Omar García, uno de los estudiantes que estuvo ahí esa noche —un sobreviviente— lo pone bien clarito: “Es la lucha de clases. No hay más.” Los normales rurales son una serie de más de treinta escuelas fundadas alrededor de 1926 a partir de la Revolución Mexicana, en el marco de la Reforma Agraria. Su función era dar educación y contención a los sectores rurales y campesinos pobres de todo México. Históricamente, debido a su origen popular, los normales rurales han sido un foco de protesta y lucha social, y por eso fueron atacadas una y otra vez por las políticas conservadoras de los gobiernos de derecha. Así, hoy quedan solo dieciséis de estas escuelas.


La escuela de Ayotzinapa fue la cuna de algunos de algunos de los guerrilleros más importantes de México en las décadas del sesenta y setenta, motivo que la convirtió en un foco principal de los ataques del Estado. En los últimos años, el desfinanciamiento que sufrieron los normales rurales obligó a sus comunidades educativas a tener que proveerse formas propias de sustento, siendo que funcionan además como internados donde los estudiantes residen sin recibir fondos o subsidios extra para comer o para vivir. Por esto, entre otras cosas, peleaban los estudiantes el pasado 26 de septiembre.
Pero los problemas en México son mucho más profundos. La desaparición, esclavización y brutal asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, los ataques contra campesinos e indígenas en Chiapas y Oaxaca, el asesinato y desaparición de los estudiantes de los Normales Rurales: todo forma parte de una escalada de violencia y represión que se extiende todo a lo largo del territorio mexicano y se viene gestando desde hace mucho. Después de los hechos de Iguala, se encontraron varias fosas comunes que se sumaron a la lista de casi cien fosas clandestinas encontradas este año sólo en esa localidad. Aún no se pudo determinar si los cuerpos que se desenterraron allí son de los estudiantes o de alguna otra víctima desconocida del horror que vive México. En los ocho años que ha durado el actual gobierno, se contabilizan cientos de miles de muertos y decenas de miles de desaparecidos: son cifras que, según algunas fuentes, exceden incluso las de la dictadura genocida de nuestro país. Por eso se habla de “Estado terrorista”, de terrorismo de Estado; por eso cuando se pide que el Presidente renuncie de su cargo no se le pide por ineficiente, sino por terrorista. Porque los cárteles y bandas que asesinan y desaparecen personas no actúan al margen del Estado, porque no hay prácticamente ningún gobernador, presidente municipal o alto funcionario que no tenga relaciones con algún grupo narcotraficante. Ante semejante realidad, ¿qué queda? ¿Bajar la cabeza? Omar García también tiene una respuesta: “Si hubiéramos tenido un rifle en ese momento, hubiéramos respondido.” Algo se destapó en México después de Iguala. Van a pasar muchas cosas y las aguas van a tardar en calmarse. A nosotros nos queda, por ellos y por todos, no callarnos la boca.



ALGUNAS ACLARACIONES


Para una información mucho más completa de los hechos y del contexto general en que ocurre la masacre: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=191157#sdendnote35sym

Las fotos  fueron tomadas por el autor en la movilización que se realizó el 22 de octubre a la Embajada de México en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Ilustración y fotografía por Antonio Doval B.Noviembre 2014