El género zombie: parte II

escribe Antonio Doval▹
Parte II: La primavera de los muertos vivientes ¡Zombis otra vez! Seguimos recorriendo el mundo de los mundo de los muertos vivientesdentro y fuera del cine.
Continuando esta excursión por la historia del no-muerto, hoy llegamos a la segunda estación. El mes pasado vimos nacer al género zombie en la cuna misma del imperialismo. Vimos cómo la imagen del negro africano y del folklore americano —a los ojos de la civilización colonizadora— sirvió para construir la caricatura de un zombi esclavo del mandato de su amo, muy parecido al trabajador industrial. Pero el segundo capítulo de la historia es tal vez donde ésta empieza verdaderamente.


ZOMBI HIPPIE, ZOMBI ZURDO
Sin despreciar la importancia de los antecedentes que sin duda marcaron ciertas pautas sin las cuales el zombi que conocemos no podría haber existido, a nuestros ojos actuales es difícil no catalogar todo lo que precede al ’68 como una prehistoria de los zombis. Fue la primer obra de George Romero, Night of the Living Dead (“La noche de los muertos vivientes”), estrenada precisamente en 1968, la que marcó el verdadero comienzo del zombi como lo conocemos hoy. La película es una especie de manual para hacer un muerto vivo: hay un cementerio y una pareja indefensa, los cuerpos se levantan de sus tumbas, los sobrevivientes escapan y se refugian, y la historia transcurre mucho más en torno a las relaciones que se establecen entre ellos que en torno a su enfrentamiento con los zombis en sí mismos. Esta obra sentaría así un precedente que dominaría el género por décadas, implantando ciertas ‘reglas’ tácitas que aún perduran en las ficciones de hoy.
En esta película se mantienen varias de las tensiones vistas en White Zombie, sólo que desde un punto de vista radicalmente distinto. Incluso se podría afirmar que el enfoque es exactamente opuesto al de su antecesora, porque en el filme de Romero es el personaje negro (Ben) quien toma las riendas del asunto, mientras la pareja de hermanos blancos (Barbara y Johnny) —quienes aparecen en el principio como protagonistas— es rápidamente dejada de lado e incluso puesta en ridículo ante la determinación y la lucidez de Ben. Sin duda su personaje no es el estereotipo de un héroe clásico, pero a lo largo de la película es el único que mantiene la cordura, si bien por momentos a costa de cierta violencia con sus compañeros y de un cinismo que, sin embargo, nunca deviene traicionero. En contraste con la época de White Zombie, para la época del estreno de Night Of... el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos había dejado su marca, aunque por supuesto todavía quedaba un largo camino por recorrer. El hecho de que el protagonista de la película fuera representado por un actor negro muestra estos avances, pero también sus limitaciones se evidencian en la ‘controversia’ generada por esta elección.
Sin embargo, si en White Zombie la colonialidad era central, en la obra de Romero el foco está puesto en realidad en las tensiones sociales —en varios sentidos. Por un lado, hay un juego de oscilación entre cambio y permanencia que nunca termina de resolverse. A lo largo de toda la película hay, tanto actitudes que demuestran un orden de cosas nuevo, diferente, trastocado, como comportamientos que parecen negaciones obstinadas de la nueva situación, que se niegan a aceptar el hecho de que la moralidad y las normas sociales previas han dejado por completo de tener validez ante el alzamiento zombi. En Night Of... por primera vez la amenaza parece ser total, inevitable, absoluta. Ya no es una pobre jovencita o un grupo de turistas despistados los que corren peligro. Es, al parecer, el mundo entero, la humanidad toda lo que está en riesgo. Por momentos no parece haber alternativa, ni perspectivas de futuro alguno: sólo se trata de sobrevivir. Ciertos valores, como el amor por la familia y la solidaridad entre los hombres, inevitablemente pierden todo el sentido cuando nos ubicamos en un mundo donde un muerto es más una amenaza que una pérdida, donde antes que llorarlo y enterrarlo lo que hay que hacer es volarle los sesos para que no nos coma vivos. Pero esos valores, por supuesto, no desaparecen así como así. En Night Of... como en tantas otras películas, el amor por un hijo o por un hermano casi siempre termina siendo más fuerte que el instinto de supervivencia.
Desde Romero, la amenaza ya no está en un maestro del mal o en un monstruo en particular, sino en la multitud incontrolable y siempre creciente de cuerpos podridos que buscan alimentarse. De hecho la amenaza está, inclusive, adentro de nosotros mismos: porque, en tanto todos podemos morir (más aún en tal estado de situación como es el apocalipsis zombie), todos somos en el fondo potencialmente zombis. No es casualidad, entonces, que la época en que salía esta película fuera una época de movimientos sociales y de malestares más internos que externos y más múltiples que homogéneos. En la época de White Zombie las diferencias todavía eran marcadas claramente: colonizador-colonizado, amo-esclavo, obrero-patrón, negro-blanco, etcétera. Antes el problema podían ser los nazis, los comunistas, los negros, los obreros. A pesar de que siempre había ambigüedades, la alteridad estaba claramente personificada en un otro. Para el ’68, en cambio, las cosas eran menos claras. El orden social del bienestar y la posguerra se vería cuestionado en los movimientos sociales como el de los derechos civiles, el feminismo, el hipismo, el indigenismo y las múltiples revueltas obrero-estudiantiles de la época en Francia, México, o mismo en Argentina (el Cordobazo y el Rosariazo, por ejemplo). Para colmo, el totalitarismo soviético se enfrentaba al mismo tiempo con la oposición popular en movimientos como la Primavera de Praga, siendo el malestar global algo que fue mucho más allá de las polarizaciones hegemónicas.
Este sentimiento de multiplicidad y de desajuste social que venía imperando en las décadas anteriores se ve reflejado en el cambio radical que sufre el género zombie. ¿Cómo enfrentar la amenaza tal como la plantea Romero? No hay un causante evidente, los caminantes son demasiados, los sobrevivientes están dispuestos a matarse por los víveres y por los refugios, ¡corran por sus vidas! ¡no confíen en nadie! Hay una verdad que atraviesa a todo el moderno género zombie, en todos los formatos y desde el principio de sus tiempos allá por el ’68: la caída del orden social. Se puede evidenciar, más o menos, pero siempre los personajes principales —el grupo de “los sobrevivientes”— están solos contra el mundo. Las instituciones sociales ya no existen, las fuerzas del Estado se disolvieron o quedaron reducidas a patéticas células sin pies ni cabeza; el contrato social ha quedado completamente anulado. Entre los participantes del grupo se tejen lazos a veces más profundos otras veces no tanto, pero siempre endebles ante la inminente y constante amenaza de la muerte. Pero no son solo los no-muertos los que aterrorizan a nuestros héroes: muchas veces la mayor amenaza no es el salvajismo de aquellos, sino la barbarie de los otros sobrevivientes, siempre muy poco predispuestos a la colaboración, el buen trato o la amistad. Ante la pandemia, la producción se detiene, el mercado muere con ella y los productos de consumo se vuelven repentinamente escasos. Todos ven esta situación y asumen entonces que no habrá latas de atún suficientes para todos y se alzan en armas no tanto contra los muertos como contra el resto de los vivos, que pasan a ser los enemigos encarnizados de “el grupo”, la unidad difusa y dinámica de “los nuestros” que inmediatamente se erige ante la catástrofe.
La ópera prima de Romero se vería acompañada por varias secuelas a lo largo de los años, con las que se puede establecer cierta continuidad aunque cada una con su historia particular. Las más importantes para esta nota son las que culminan la trilogía: Dawn of the Dead (“El amanecer de los muertos”) en 1978 y Day of the Dead (“El día de los muertos”) en 1985. Con estas dos películas Romero terminaría de consagrar al zombi como un personaje incuestionable dentro de la cultura popular; reflejo de esto es el estreno en 1982 de Thriller, el álbum de Michael Jackson con el tema homónimo que habla no sólo de los zombis, sino precisamente de las películas de zombis. Desde 1984 en adelante comenzaría además otro elemento esencial del género, aunque no se desarrollaría con toda su fuerza hasta el siguiente vuelco en el género, alrededor de los 2000: los videojuegos.

Así como White Zombie se sitúa después de la crisis económica y en el momento en que el nuevo modelo productivo taylorista se está expandiendo, la trilogía de Romero también marcó una época de cambios en donde ese modelo impuesto a principio de siglo estaba siendo cambiado por el de un mercado de trabajo precario, con la expansión del empleo en el Estado y de los trabajos administrativos, creciendo por ejemplo la figura del ‘oficinista’ en detrimento del ‘obrero modelo’. Después de esa época de ‘rebeldía’, el capital devolvería el golpe con mucha más fuerza de la mano de la dupla de mandatarios de hierro Tatcher-Reagan —en Inglaterra y Estados Unidos respectivamente—, quienes serían la punta de lanza del neoliberalismo en todo el mundo durante las décadas venideras. El capitalismo, así como los zombis, tiene la capacidad de levantarse de su propia tumba y volver con más fuerza que antes. Pero este género también nos enseñó dos cosas: por un lado, el enemigo jamás es uno solo, aunque basta un buen golpe en la cabeza para derribar a cualquiera; y, por otro lado, nunca, pero nunca, te muevas solo. Cada uno sacará sus propias conclusiones.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Noviembre 2014