Evo por aquí, Evo por allá

escribe Federico Dalmazzo▹
La Bolivia de Evo es el libro de Tomás Astelarra, un argentino que vivió diez años de su vida en el país de las mamitas y nos puede contar, desde adentro, los pormenores del fenómeno Evo Morales. Por no seguir con el tema Bolivia, habrá lugar también para las cuestiones personales. 
¿Y por qué Evo por allí, Evo por allá, Evo por todos lados? Evo en el Vaticano participando de un peligroso (para quien viva entre aquellas paredes) discurso social-pontificio; Evo ganando arrolladoramente las elecciones en un momento crítico para los demás gobiernos progresistas[i] de la región; y en Argentina con un margen de casi el, ¡90 por ciento! Es que hasta el gorilismo argentino le reconoce (a pesar de seguir siendo un indio sucio que no terminó la escuela, dirán) los implacables índices de crecimiento económico que consiguió su gestión en el “país más pobre de América”. Pero no sólo es eso, ya que, si vamos al caso, Perú presenta, antes que Bolivia, el crecimiento del PBI más alto de América Latina, aunque no recordaremos a Ollanta Humala más que como quien traicionó sus promesas electorales ‘progresistas’ y la seguridad de nuestro continente al dar vía libre a la fijación de bases terrestres y puertos de las fuerzas armadas estadounidenses. Evo hizo todo lo contrario, aplicando políticas de redistribución (de ese ingreso “per cápita” que nunca termina más que en unas pocas “cápitas”)  y se convirtió —sentado en el flamante corcel de los hidrocarburos y la efectividad de sus funcionarios—, luego de la muerte (¿o asesinato?) de Hugo Chávez, en el referente principal de la izquierda latinoamericana.
Su éxito se debe, en gran parte —y es necesario meditar este aspecto—, a que Evo ya no es sólo Evo, sino que representa miles de cosas que exceden a su persona: él representa al indio sometido durante 500 años a un sistema que no lo dejó siquiera participar de los frutos del capitalismo que creció amamantado por el oro del Potosí; representa a todo un abanico de movimientos heterogéneos, incluso opositores, que ahora ejercen el poder, o al menos lo ven como una posibilidad en el marco de la constante movilización social que implica el “proceso de cambio”. Aunque reprima organizaciones indígenas, aunque profundice el modelo extractivista, sólo serán secundarios estos aspectos ante la mirada de su pueblo que quiere, por sobre todo, gozar de las riquezas y derechos negados. A pesar de las contradicciones, emerge el poder de las polleras, el orgullo de la raza de bronce: y por eso Evo por aquí y Evo por allá, porque, como ya concluimos en otro artículo éste es el episodio en curso más interesante y complejo del continente.
Episodio que inspira numerosos libros e investigaciones, como La Bolivia de Evo, de Tomás Astelarra, recién salidito de la imprenta, y cuyo subtítulo explica “Diez años en el país de las mamitas”, ya que fue producto de las observaciones y entrevistas realizadas desde 2002, incluidas dos al Presidente. Por acción de la FLIA, este libro llegó a nuestras manos pocas semanas (o menos) después de comenzar a circular, y nos dio gran placer. El entramado de opiniones encontradas de funcionarios, dirigentes e investigadores se contextualiza con las pequeñas anécdotas y descripciones del autor, que se asume como un periodista argentino y no como una voz omnipotente, dejándonos la libertad, y sobre todo la necesidad, de sacar nuestras propias conclusiones. Reflejo de esto, y del espíritu de la Editorial Sudestada, la presentación no constó de una mesa con micrófonos, sino de una ronda de debates sobre el proceso boliviano, sus implicancias y qué cosas podemos entender  y pretender de él desde nuestra especial mirada de gringos. Pero mejor aún, pasemos a que el autor despeje algunas de las dudas de El Pez Digital.


Prefiero evitar preguntarte sobre el proceso boliviano, para eso está tu libro, y centrarme en tu experiencia personal, pero, ya que las urnas están tibias, ¿cuáles son las causas de que casi la totalidad de los bolivianos residentes en Argentina hayan votado por el MAS de Morales y Linera?
La verdad que te daría una respuesta intuitiva, sin mucho trabajo de campo. En principio creería que tiene que ver con dos cosas: el empoderamiento de la figura del boliviano y del indígena que la presidencia del Evo ha provocado en el exterior de Bolivia, y el hecho de que a la distancia no se ven muchas contradicciones del proceso. El MAS ha apostado por una fuerte militancia en Buenos Aires, una ciudad que cuenta con más población boliviana que muchas ciudades bolivianas; de hecho, la comunidad boliviana en Buenos Aires tiene la misma cantidad de votantes que el Beni.

A nosotros nos costó entrevistar a Osvaldo Bayer ¿Cómo fue entrevistar al mismísimo Evo?
Claro que entrevistar a una figura de esa talla siempre es una situación muy compleja para cualquier periodista, y más cuando esta figura está en una situación de poder, vigente. No digo que Bayer no esté vigente, sino que su carácter anarquista y humilde, el cual todos admiramos, hace que sea uno de esos tipos sumamente poderosos pero a los cuales, si tenés las amistades indicadas, lo podés ir a visitar a su casa y pasarte dos horas charlando. En las dos ocasiones que entreviste a Evo Morales había un tiempo estipulado de 20 minutos para la entrevista; en la primera ocasión, con 6 horas de espera; en ambas ocasiones, con un complejo sistema de acceso al lugar, fuerzas de seguridad, ambientes opulentos, todo eso hace que te sientas chiquito, insignificante. En la primera ocasión hubo suerte, química; yo andaba con abarcas bolivianas, y el Evo hacía la experiencia de dar a pichar coca a sus entrevistadores. Al revés que la mayoría de los gringos, yo sabía perfectamente cómo pichar coca, agarré cada hojita, le saqué el cabito con los dientes, como hacen los papachos, y piché tranquilo, entonces al tipo le gustó, tiró buena onda. La segunda ya cometí el error de decir que Sudestada era una revista independiente, una palabra que está mal vista en la izquierda tradicional (que, por cierto, nunca fue independiente sino obsesivamente verticalista y dogmática). El tipo me dice: “¿Son independientes? ¿Qué son, ni macho ni hembra? ¿Son maricones? Acá todos los que se dicen independientes son imperialistas”. Entonces yo, tratando de explicarle el amor y la consecuencia de nuestro trabajo mientras el taxímetro baja los minutos y se suponía que tenía que hablar él, no yo, y explicar él el complejo proceso boliviano, no yo el complejo proceso de Sudestada. Ahora pienso que quizá hubiera sido más acertado en esos 20 minutos explicarle nuestro trabajo y generar una nueva visión. Aunque no creo que Evo no tenga esa visión, no puede verla porque no le conviene; no es fácil ser Bayer, saber que el poder no es la seguidilla de periodistas entrevistándote o los viajes en helicópteros o las grandes concentraciones, o saber que uno mueve un dedo y hace una escuela. La segunda entrevista, a partir de ahí se transformó en enojo. Mis preguntas tampoco ayudaron, pero eran las preguntas que había que hacerle. Bueno, todas estas circunstancias se explican bastante bien en el libro, que tiene varios planos narrativos y uno es, precisamente, mi relación con Evo Morales que, por cierto, debe ser muy significativa para mí, y casi inexistente para él. En todo caso, es un privilegio haber estado dos veces con una figura como Evo Morales. Lo digo a nivel político, porque a nivel personal es imposible conocer a una persona en 50 minutos, en salones de lujo, marcados por una agenda apresurada y normas de seguridad que sólo provocan el distanciamiento de las personas. En ese sentido, creo que puede ser mucho más vivo y enriquecedor entrevistar a Bayer que a Evo Morales.

¿Realmente lo enojaron tus preguntas ‘picantes’?
Le enojaron mis preguntas y también es conocido que Evo Morales tiene un carácter bastante de mierda. Como todo líder, como toda cabeza de un movimiento social o gobierno, desde una revista independiente a un partido político, es difícil encontrar esos líderes humildes, ubicados, con templanza para afrontar los desafíos de las construcciones colectivas sin caer en la trampa de la importancia personal.

Ya pasada la experiencia a papel y viéndolo en retrospectiva, si tuvieras la oportunidad de volver al momento ¿Le preguntarías lo mismo? ¿Quisieras hacerle otra?
Le haría las mismas preguntas pero quizás de otra manera, entablaría otro tipo de diálogo para que no se sienta agredido, y, por supuesto, no volvería a mencionar la palabra “independiente”.

Quienes visitan Bolivia, gringos en general y argentinos en particular, suelen desubicarse en algunas situaciones. ¿Qué es importante para no ser un turista boludo y no molestar?
El respeto, la humildad, la paciencia.

Por último te quería preguntar, ¿si tuvieras que elegir una experiencia de las que te viviste estos años en Bolivia, la anécdota inolvidable, digamos, cuál sería? Si se puede contar, por supuesto.
En 2002 llegué a Bolivia con una camioneta de músicos, conocimos a un abogado que luego sería nuestro mecenas y un gran amigo, nuestra familia adoptiva en Bolivia. La banda se separó, yo me quede en La Paz tocando en los restaurantes, vendiendo pan relleno y con la idea de hacer una revista como Hecho en Buenos Aires en La Paz. En medio de eso, Luis, nuestro abogado amigo, me ofreció administrar un bar que tenía en Sopocachi y que ya casi no funcionaba. Era una casona vieja con algunos cuartos al fondo, ahí nos ubicamos con mi nueva pareja, María, una violinista colombiana, y otros cumpas con los que habíamos fundado la Domingo Quispe Ensamble, una agrupación de artistas viajeros, músicos, malabaristas, poetas, artesanos. El bar en cuestión, La Canchita, terminó siendo todo un evento cultural en La Paz. Al día de hoy muchos me recuerdan en la ciudad por ese lugar que mezcló el jipismo caminante, con gringos turistas y con artistas locales. Por ejemplo, Camaleón, que es una banda emblemática del rock paceño, tocó por primera vez allá.
Una tarde estábamos en el fondo charlando y alguien entró y se robó tres carpetas con unos 120 cds de lo más selecto que yo había podido recoger como periodista, desde Keith Jarrett a Enrique Morente. Me quería matar, pero bueno, la realidad es que la camioneta en la que habíamos salido de Buenos Aires ya no estaba, yo andaba solo con una mochila en la que era incómodo llevar esas carpetas y, bueno, lo tomé como una enseñanza más de desprendimiento que te da el camino.
Tiempo después, en 2007, vuelvo a Bolivia, donde además de la entrevista con Evo Morales, hice un artículo para Rolling Stone sobre el rock boliviano. Sergio, guitarrista de Camaleón, para ese entonces una afamada banda del circuito, me recomienda a una amiga, Daniela, para hacer las fotos. “Mira, yo no sé qué carajo pretendes vos de las fotos, pero yo no voy a andar sacando fotos de rockeros, me gustaría algo más conceptual”, me tiró apenas nos sentamos en la mesa de un bar. “Perfecto”, dije, “yo tenía pensado encarar el artículo diciendo que el verdadero rock boliviano es el de las mamitas que sacan adoquines para tirarlos en las marchas y tumban un gobierno”. Terminamos yendo varias veces a la feria de El Alto a sacar fotos a las cholitas que venden guitarras eléctricas o amplificadores. En uno de esas deliciosas salidas me señala un lugar perdido en la feria y me dice: “ahí me cambio la vida”. Resulta que Daniela estaba bastante deprimida en 2002, y una mañana, gracias a que una amiga la agitó, salió a la feria. En esa esquina de polvo, frente a las montañas, había encontrado un papacho con un paño mugroso vendiendo increíbles CDs originales de jazz y flamenco. Escuchando esos CDs durante días, se inspiró y decidió ir sin un peso a Buenos Aires a estudiar fotografía. Terminó laburando para Página 12 con una cámara estenopeica, un delirio. Y de ahí terminó en Cuba, estudiando cine en la Escuela de San Antonio de los Baños, de donde venía ahora de vacaciones. “Siempre pensé: «quién habrá sido el gringo boludo al que le afanaron todos esos discos»”, me dijo. Ahí nomás yo me cagué de risa y empecé a nombrar artistas y discos “Köln Concert de Keith Jarrett, Spain de Tomatito y Michel Camilo, Omega de Enrique Morente y Lagartija Nick...”. Eran mis discos. Todavía los conservaba en su casa y quiso devolvérmelos, pero no acepté. Casi quedamos en tirarlos en la calle para que le cambien la vida a alguien más. Pero ya era mucha pretensión.
 



[i] El termino “progresista” no nos dice nada de nada, pero sabemos que decir “izquierda” hace saltar al público de las butacas. “Gobierno popular” es el más valioso de los títulos, que sería complicadísimo adaptar, por ejemplo, a Brasil o nuestro país, al cual le cabría mejor un “populismo”, sino fuera por las terribles connotaciones que tiene esa palabra por el amplio uso que le dan los reaccionarios. Quien tenga alguna sugerencia para este problema, queda abierto, temporalmente nos quedamos con “izquierda”, porque es un criterio muy vago que merece poco respeto.

Fotografía e ilustración por Federico DalmazzoNoviembre 2014