Algo pasa en Mataderos

escribe Federico Dalmazzo▹
Fotoperiodismo. Entre folclore, vino y empanadas, uno se pregunta ¿qué es la tradición? Fotos y reflexiones desde la Feria de Mataderos.
Un buen domingo de verano fui a la Feria de Mataderos a pasar el día, sacar unas fotos, observar. Barrio histórico y justamente orgulloso, conocido por ser la guarida de Nueva Chicago y por haber crecido alrededor de la industria de la carne, todo allí reclama respeto en nombre de una larga tradición: desde los bares y las esquinas hasta las luchas obreras. Los grandes estereotipos de la Argentina aparecen una y otra vez transpirando la mística de frontera, entre la pampa del hombre a caballo, y la ciudad, donde al jinete desensillado se le ofrece un mate, un vino, un truco o unas décimas. Así, cuando a principios del siglo XX se trasladaron los mataderos desde el actual Parque Patricios a esta zona por los efectos negativos del desborde del Riachuelo, se aceleraría la formación del barrio alrededor de la industrialización de la carne, sobre lo que era un descampado, sin siquiera caminos en los tiempos de la Revolución de Mayo.

Entre chistes e historias del presentador, también musicalizador, transcurre el domingo en un escenario que siempre tiene algo para mostrar, de espaldas al monumento de “El Resero”, ese personaje que arriaba a las vaquitas por la llanura hasta entregarlas en los corrales del matadero. El sol mata pero todos los viejitos, con la reposera ubicada estratégicamente mirando al escenario, se lo aguantan. Hay quienes se contentan con una gorra o un pedazo de cartón a modo de sombrilla, pero la mayoría se acopla a la sombra móvil de un único árbol lo suficientemente grande como para satisfacer a varias decenas de personas.


Otros grupos prefieren bailar al reparo de la fresquísima recova, equipados con un grabador y discos de danzas simples para bailar bien, sin cosa extraña. El morfi no se queda al margen de la construcción de la ‘argentinidad’: humitas, locro, empanadas, pastelitos, vino patero y también comida paraguaya. Otros puestos se enfocan en vender productos ‘regionales’ y en hacer énfasis en la buena fama que les acarrea provenir de ciertos lugares en particular, por ejemplo, salames de cierto lugar particular de la provincia de Buenos Aires, quesillos de tal localidad, membrillo puro de tal otra. Aquí lo ‘tradicional’ se une y reafirma con lo ‘artesanal’ y lo ‘casero’, mostrando al visitante estas características asociadas a la producción manual de los alimentos como prueba inequívoca de su calidad.

En los alrededores del escenario se encuentran los puestos de artesanías y productos, todos ellos considerados de alguna forma ligados a las costumbres y tradiciones argentinas y, en varios casos, a regiones específicas del país. Se presenta orfebrería en mates, hebillas, cuchillos y otros elementos ligados al gaucho, así como soguería criolla y más productos que evocan al ámbito rural, mientras que en otros puestos se evoca otro ambiente con sus tradiciones: el urbano, porteño, ligado al tango, que se presenta mediante la práctica del fileteado y la repetición de las figuras del compadrito, el farol, de Carlos Gardel, etcétera.

En otro rincón, donde decenas de personas bailan folclore guiados por un par de guitarras, las paredes recuerdan la heroica huelga de los trabajadores del frigorífico Lisandro de la Torre que fue acompañada por el barrio entero. Cuatro años después del golpe a Perón, la privatización y el recorte galopaban a lo largo de la República; al oír sus pasos, tras enterarse de la inminencia con que el frigorífico estatal iba a ser entregado en bandeja a unos tantos empresarios, los nueve mil obreros lo tomaron en defensa de sus puestos de trabajo. A pesar de la claridad del pliego de demandas, de la justicia de sus causas y del apoyo logístico del barrio entero, nada pudieron los cabecitas organizados contra 1.500 uniformados que asaltaron el edificio con tanques Sherman. Mientras los huelguistas resistían el asalto de los carros estadounidenses al grito de “Patria sí, colonia no”, el presidente Frondizi estaba ocupado en representar la otra cara de la represión realizando la primera visita de un jefe de estado argentino a Estados Unidos. Sin poder evitar los despidos masivos o los encarcelamientos, la sublevación popular se extendió también a Villa Luro, Liniers, Villa Lugano, Flores y Floresta, donde los vecinos abrieron sus puertas a los perseguidos.


Hay otro pasado que se rememora, además del correspondiente al gaucho del interior y al compadrito porteño, y es el que corresponde a los pueblos prehispánicos. Esto se ve en las artesanías basadas en estas culturas y en los estandartes mapuches que muestran algunos puestos o la wiphala que ondea en un mástil frente al escenario. No parece, a simple vista, producir conflictos la inevitable contradicción entre la reivindicación de los llamados ‘pueblos originarios’ y la exaltación de un lejano pasado agroexportador sobre la que se hilvana el discurso de la feria. No chocarán frontalmente estas dos identidades en la feria, aparentemente, pero forman parte de un proceso actual de conformación de la identidad que se encuentra en pleno desarrollo en toda América del Sur, marcado, entre otros factores particulares, por la permeabilidad del Estado hacia la inclusión de los pueblos originarios en la historia nacional, y por la interpretación que hacen de la historia y culturas indígenas los sectores urbanos que las resignifican en función de la problemática contemporánea. Si en el año 1914 el censo argentino declaraba la presencia de sólo un 5,1% de mestizos, y en el de 1947 ya se declaraba la total ‘blancura’ de la población, estamos asistiendo hoy a una importante reformulación de los fundamentos de la identidad nacional, que se presenta especialmente inclusiva en contraste con otros momentos históricos. Se vuelve necesario aclarar que esta inclusión abstracta puede seguir excluyendo al “indio real”, al igual que se pudo elaborar desde Buenos Aires la imagen del gaucho argentino, domesticado, a pesar del exterminio del gauchaje del interior impulsado por la élite portuaria.



Es claro, sepa usted bailar o no, la feria ofrece una excelente oportunidad para pasear con la familia o los amigos uno de estos domingos de verano, sin necesidad de gastar un peso. Por supuesto que si se sucumbe ante un viejo cancionero usado de los Chalchaleros o una manzana acaramelada ¿quién lo culpa? Lo que nadie le va a poder resolver es eso de la tradición, qué es o qué no es, por qué y para quién, pero si está preocupado por esta complicada tarea de ser argentino, este puede ser un buen lugar para ensimismarse en la reflexión a la sombra de un ombú.


Fotografía por Federico DalmazzoEnero/Febrero 2015