Clappers: qué son

escribe Román Bedementir▹
Un fantasma recorre nuestro país: el fantasma de los clappers. ¿De qué se trata esta nueva 'tribu urbana' que desconcierta a los argentinos? ¿Es una moda o un modo de vida? El análisis de los expertos y testimonios exclusivos.

NOTA
Con el inicio del ciclo 2015, el equipo estable de la revista El Pez Digital ha aproximado sus inquietudes en lo que respecta al comportamiento de las nuevas ‘tribus urbanas’, con especial énfasis en el grupo que, hace algún tiempo, se autodenominó clapper, cuyos integrantes se han rehusado, en su mayoría, a aportar testimonios para este improvisado retrato. Siendo así, la presente compilación de estudios y testimonios podría carecer de rigor científico o reflexiones originadas en el seno de estos grupos, por lo que hemos recurrido a la narración de algunos hábitos y al estudio de los distintos académicos que han sido seducidos por la materia, para asegurar el valor documental del presente trabajo.

La importancia social del aplauso no es un descubrimiento reciente. Hacia el año 1550 el poeta Jean Daurat dio lugar a la figura del claqueur, simpático personaje que aplaudía profesionalmente en las casas de teatro de Francia. Pero como bien supieron reconocer las grandes figuras del pensamiento contemporáneo, los poetas alcanzan a visualizar aquello que todavía es un puntito negro en la línea del horizonte: no fue hasta que la modernidad hubo avanzado que estos personajes se institucionalizaron. Durante la Revolución de Julio que llevó a Luis Felipe I hasta el trono, apareció el gremio que ofrecía aplausos a la venta para los dueños de teatros y gente familiarizada con la fama momentánea. Sin embargo, la profesión no duró demasiado; en cuanto los aplausos se convirtieron en hábito, ya no existieron motivos para contratar a los claqueurs, quienes lentamente fueron desapareciendo con el transcurso del siglo veinte.
Mas es sabido que el aplauso no es hijo del renacimiento, sino que su existencia se remonta a los orígenes de la civilización. El aplauso como aceptación colectiva se ha manifestado de diversas maneras, y si bien los claqueurs gozan de popularidad gracias a  haber recibido un sueldo por imitar este fenómeno, en realidad los eventos públicos durante el Imperio Romano ya habían generado en gran parte esta convención popular (la cual sería también adoptada en gran medida por el cristianismo). La necesidad de consenso, incluso para la toma de decisiones personales, es un síntoma persistente que se ve reflejado en el comportamiento del aplauso: el efecto sincronizador, la congratulación automática, el agradecimiento implícito, son todas características que este fenómeno lleva inscriptas en su naturaleza; es por ello que el aplauso puede irrumpir en los escenarios más erráticos dentro del mundo del espectáculo, mundo donde se inscribe su tradición. Si bien en algunos lugares está terminantemente prohibido aplaudir, no es extraño que la gente aplauda en el teatro luego de una gran escena o de un solo de batería, que se aplauda de pie o desde el asiento, como si la posición del cuerpo fuese a intensificar significativamente el sonido de la palmada. El aplauso se vuelve errático porque el que aplaude necesita reconocerse entre sus pares, el sujeto que sobre sus patas traseras se sube a la butaca y choca sus palmas, busca una mejor perspectiva de aquellos que coinciden con su gusto personal para poder estar convencido y sentirse resguardado en sus decisiones estéticas, ideológicas o idiosincráticas.
Durante los últimos treinta años, la investigación sobre este fenómeno ha sido impulsada por distintas entidades sin demasiadas revelaciones. Sin embargo, los estudios sobre clappers han abierto un nuevo campo de estudio. Esta nueva ‘tribu urbana’ se encuentra establecida en las grandes ciudades de la República Argentina. Han sido identificados en Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Rosario y San Juan, aunque también hay registros menos sólidos en Salta, Tucumán, San Luis, Chubut, y Resistencia. Se identifican con el aplauso en todas sus formas y los motivos son tanto múltiples como erráticos. El antropólogo Francisco Castro de la UNSJ ha establecido algunos rituales significativos:

“Pueden no conocerse entre sí y unirse en el momento del aplauso. Un estudio extendido sobre el desencadenante de este comportamiento ha descubierto que los escenarios más cotidianos han cambiado su estructura y morfología. Por ejemplo: si uno está en el cine por lo general no aplaude como en el teatro, dado que no hay actores, realizadores, sponsors, nadie que merezca el aplauso. Bueno, esto ha cambiado, ahora se aplaude automáticamente cuando la película termina y comienzan los créditos, incluso de pie, mientras se abandona la sala. Esto no ocurría antes; la gente aplaudía, por lo general, sí, pero no uniformemente como ahora.
”Lo más interesante fue el estudio de campo en la calle: se ha determinado que no hay un patrón, pero sí ciertos eventos que desencadenan el aplauso: choques, niños perdidos, la onda verde […]. Sin importar si se conocen, los miembros de estas tribus se reconocen y comienzan un espectáculo a partir del aplauso.”

Más adelante, Castro explica los matices en cada situación, sin embargo sólo nos concierne este último aspecto: “comienzan un espectáculo”. Existe un elemento que tiende a repetirse: la individualización de la sociabilidad y el reconocimiento a través del espectáculo. En un principio aclaramos que el término ‘tribu’ está, por lo general, mal utilizado, más aún en este caso donde no existe una aglomeración inicial prefijada, no existe dinámica de grupo que se ajuste a un grupo que sólo se conforma en el momento del aplauso. Existe allí un comportamiento social que exige que cada individuo sea autónomo y que escoja el momento de aplaudir una realidad que se presenta como espectacular o que se pretende convertir en ello. Mirta Pizzone, reconocida socióloga de la UBA, habla de “métodos de apropiación indirecta” cuando los aplausos son formulados en la vía pública, a diferencia de los pequeños grupos que ella ha descubierto en algunos barrios de la Ciudad de Buenos Aires y ciertos sectores de zona oeste en el conurbano, que suelen responder de otra forma cuando están agrupados.

“Floresta, Villa Devoto, Chacarita, Villa Crespo, Almagro, Caballito, Monserrat, Parque Patricios, son algunos de los sectores que presentan mayor presencia de grupos formalmente constituidos. Ya no se trata únicamente de agentes individuales que se acercan, sino de grupos previamente conformados y autoproclamados clappers ante los medios masivos de comunicación, más allá de que no les hayan dado mucha prensa todavía. No hay límite de edad, los vecinos cuentan las historias más inverosímiles: festejan choques, robos, rescates, arrestos, disputas políticas, accidentes caseros, incluso se los ha visto reiteradas veces aplaudir a la gente que se sube al colectivo. Ni siquiera en este último caso se ve un patrón bien conformado: aplauden desde el pobre tipo que tiene que correr el colectivo a la mañana hasta el perejil que está hace una hora esperando tranquilamente y se sube sin ningún contratiempo.”

Estos grupos son los que más llaman la atención, dado que a pesar de haber llegado a la conformación de un conjunto, siguen manteniendo una estructura con base en individuos autónomos: daría lo mismo que se conocieran o no en el momento de actuar, la única diferencia es que planean distintas intervenciones que no podrían llevarse a cabo de no existir un organización previa. Hay un testimonio que hemos registrado a fines de esta investigación que resulta sumamente ilustrador: María del Carmen (37 años), vecina del barrio de Chacarita, explica que asisten sistemáticamente a los entierros que se efectúan en el cementerio de la zona.

“Esta gente se para ceremonialmente para recibir a los que asisten: aplauden a los autos y a la gente que llega caminando. Después ovacionan a los parientes cercanos: cuando hay una señora a la que se le muere el marido van y le hacen todo el ritual en la cara a la viuda, la aplauden en círculo, la ovacionan como si fuera un festejo pero sin ganas, es raro, es como si aplaudieran porque sí y por todo lo contrario también. Si no les prestás atención sólo son pibes aplaudiendo, pero en realidad son otra cosa, están haciendo algo que no se entiende. Y lo de los entierros es sólo una, te digo, porque también están en el supermercado cuando uno va a hacer las compras o en el parque, esperando a los paseadores de perros.”

El último testimonio tiene una particularidad: el protagonista fue un miembro de estos grupos durante cierto tiempo. Cuando le preguntamos los motivos por los cuales se separó de estos personajes, contestó que “no se entendía qué hacíamos ahí, era un quilombo lo que hacíamos entonces me fui”; sin embargo, el interrogante persiste, porque, en un principio, los motivos para entrar al grupo eran los mismos: “no había un rumbo fijo, hacíamos algo y listo”. De este testimonio rescatamos el siguiente fragmento:

“Nos juntamos a ver el mundial en el Congreso porque lo estaban proyectando ahí y no hay mejor oportunidad para aplaudir por cualquier cosa: el partido, el tipo que vende gaseosas, el bondi que toca bocina, los autos con banderitas, los goles […]. Al rato la cosa se puso fea, porque en el último minuto Alemania hacía el gol y nos bajaba el plan a la mierda. Ahí me di cuenta que la cosa era más grande de lo que me habían dicho, de lo que se rumoreaba, porque los pibes están en la movida, pero como no saben bien nada, no saben hasta dónde llega y corre rápido cualquier cuchicheo. Uno de los viejos decía que tenía gente en la tele, que tenía que hacer unos llamados. No sé qué pasó desde el gol hasta que terminó el partido, lo que sé es que estábamos desaforados, aplaudiendo con las palmas rojas, cantando sin voz ya de los gritos que pegábamos. Y la gente se sumó, y en la tele todo el mundo decía ‘tenemos que aplaudir el trabajo hasta acá’ […]
”Ahí me cayó la ficha recién. Estábamos en todos lados, no se entiende si a propósito o no, si éramos los buenos, los malos, si no hay buenos ni malos. No sé. Era mucho. Al tiempo me fui. No me importa lo que digan, ese festejo lo armamos nosotros, sino la gente se cagaba a palos o se iba a su casa. Pero todo el mundo aplaudió, así como le dijimos que tenía que hacer y le mostramos con el ejemplo. […]”

La importancia social del aplauso no es una novedad, tal vez habrá que estar atentos a la utilización que se hace de ese recurso. Los interrogantes permanecen a pesar de las investigaciones, ¿qué son los clappers? ¿Quiénes son? ¿Tienen un líder? ¿Siguen un patrón? ¿Cómo se agrupan? ¿Cómo se suman nuevos miembros? La individualización a través de los mecanismos propios de la sociabilidad, ¿es un efecto que se pretende o sólo una nueva forma social? Si consideramos que están transformando la realidad en un espectáculo teatral, ¿quiénes son los protagonistas? Si en lugar de clappers fueran claqueurs, ¿quién está pagando su salario? ¿Son buenos o malos? ¿Hay buenos y malos? Este nuevo año eventualmente nos responderá.

Ilustración por Julián Rodríguez F. y Laura DesmeryEnero/Febrero 2015