Malestar patafísico

escribe Nicolás Piva▹
Existe una ciencia loca que se encarga de reformular todo, todo el tiempo. Explicaríamos de qué se trata pero posiblemente, para cuando terminemos, ya se habrá reformulado.
Cuando el mundo se enteró de que existía un grupo de personas que había agarrado los escritos de un señor francés y con ello habían armado una nueva ciencia que eludía cualquier pretensión vanguardista; y cuando se enteraron que no sólo en Francia, sino en la mismísima República Argentina se había armado un instituto de dicha ciencia que se autodenominaba “ciencia de las soluciones imaginarias”; y cuando comprendieron que ese fenómeno se llamaba ‘Patafísica (así, con el apóstrofo delante, que marca que hemos entendido que la Patafísica en realidad es ‘Patafísica), no sucedió absolutamente nada.
Alfred Jarry es un tipo que nos podría interesar o no, y no por eso nuestra vida hubiese tomado algún rumbo que no habría de tomar en circunstancias diferentes. Cuidado, porque la proposición anterior no es caprichosa. Este simpático sujeto es el creador de Ubú Rey, obra fundamental que dio lugar a la Patafísica, junto con Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico. Casi medio siglo después de su muerte, el 11 de mayo de 1948 se fundó el Colegio de Patafísica, que se encarga de estudiar cualquier cosa que pueda inventarse o bautizarse con nombres rimbombantes. Es decir, es una gente que estudia con la mayor seriedad las cosas más variadas, sin importar lo ridículas que puedan parecer ante el espectador no-patafísico. El Colegio tiene jerarquías muy marcadas: existe un “Curador Inamovible, sito en la éternidad elemental del no-ser, pero superminentemente más real que toda realidad, incluida la divina” (Estatutos, II, 4, I), este curador es, ni más ni menos, el Doctor Faustroll, personaje ficticio del libro de Jarry. Luego aparecen: el Vice-Curador, el Cuerpo de Proveditores, los Sátrapas (entre los que se encuentran las personalidades más famosas del Colegio: Boris Vian, Jaques Prévert, Raymond Queneau, Marcel Duchamp, Max Ernst, Pascal Pia, Henri Jeanson, Eugène Ionesco, René Clair, los hermanos Marx, Joan Miró, Paul-Émile Victor, Man Ray, Jean Baudrillard, Henri Bouché, Umberto Eco, Dario Fo, etcétera), los Regentes, los Datarios, Auditores y Corresponsales. A su vez tiene mociones, secretarías y comisiones de cualquier tipo. No es extraño encontrar la Subcomisión de las Pirámides y los Poliedros o la Subcomisión de la Incompetencia Realizadora.
El problema que suele engendrar la ciencia iniciada a partir de Jarry es su falta de utilidad. Que exista una ciencia que no podemos comprender por completo es algo verosímil pero que su complejidad carezca de propósito puede resultar demasiado para los tolerantes lectores que siguen el camino errático de la ‘Patafísica. Es probable que el origen logre aclarar los tantos, aun cuando Jean-Hughes Sainmont advierta que la ‘Patafísica “no se revela en sus comienzos ni humorística, ni cómica. Por el contrario, es teatral y pedagógica”[1]. En fin, sin hurgar sobre las cuestiones pseudojudiciales de la autoría, encontramos que esta ciencia tiene su origen en el personaje de Ubú, el cual fue inspirado por el señor Hebért, profesor de física que fue protagonista de las fantasías mitológicas de sus alumnos. Los estudiantes del Liceo de Rennes adjudicaban rasgos inverosímiles y las mayores hazañas al profesor. Esta misma lógica es la que demanda la ‘Patafísica en sí: existe una autonomía del personaje que está por fuera de la autoría o la narrativa en la que se inscribe; así como también es probable que la autonomía se extienda a aquellos que logran considerarse patafísicos y es, justamente, por este importante rasgo que la vida de cualquiera que estudie la ‘Patafísica no cambiará en lo más mínimo.
A pesar de tener esto muy en claro, un grupo de valientes creó en el año 1957, en una casa chorizo del barrio de Once ubicada en Misiones 385, el primer Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, es decir, el primer Instituto que dependía oficialmente del Colegio establecido en París. Si bien este trabajo no consiste en la elaboración de hipótesis descabelladas, eso no impide que se las presente: es posible que la ‘Patafísica haya aparecido en la escena porteña como una variante de la famosa ‘tercera posición’; aun cuando no existan registros fehacientes de que así se haya articulado, eso no desacredita que en este fenómeno residiera la efectividad o supervivencia del grupo. En un contexto dividido entre Contorno y Sur, la autonomía y libertad patafísica daría lugar a cualquier tipo de chanza o expresión artística que en su ambigüedad evitara la disputa política (o que fuera evitada por esta última). No es necesario mencionar las figuras que circularon por este escenario y, en efecto, la aparición y supervivencia de los círculos donde la ‘Patafísica ha reinado no provocará cambios estructurales. Esto último podría verse también en la actividad del Instituto: cuando sus fundadores fallecieron, la actividad del Instituto fue desapareciendo hasta que en 1986 fue prácticamente nula.

A riesgo de perder lectores, las inverosímiles hipótesis se acumulan y contradicen: es posible que la ‘Patafísica tenga un propósito claro, a pesar de todo. Desde que los humanos habitan el mundo, el problema del conocimiento les taladra la cabeza: “¿quiénes somos?”, “¿hacia dónde vamos?”, “¿por qué existimos?”, “¿Dios?” “¿la muerte?”, etcétera. Existe un malestar que reside en nuestro origen que intenta apaciguarse en toda actividad intelectual; pero, ¿qué sucede cuando los sistemas de pertenencia y conocimiento no alcanzan? ¿Qué pasa cuando las amistades, creencias, ideologías y demás cuestiones que ordenan o acompañan la vida diaria no terminan de convencer? Pongamos por caso que la ‘Patafísica en este lugar de América Latina sí sea un subtipo de la ‘tercera posición’, también aventuremos sobre la existencia de un propósito claro; supongamos que la búsqueda por calmar ese malestar no finaliza en el contenido de la vida diaria, sino que está en la anulación de la búsqueda: ¿qué método más eficiente existe para anular formalmente (las formas y procedimientos) el conocimiento, que revestir las inquietudes metafísicas y disfrazarlas de inútiles? En ese caso, el conocimiento seguiría su curso: que alguien justifique o rechace científicamente la existencia de Dios, el retiro de Riquelme del fútbol, la inexplicable pasión por Racing, el advenimiento de la Revolución o la crisis del neoliberalismo no impedirá que su contrapartida estudie palabras divinas, analice goles o relea a Marx: el conocimiento seguiría su curso pero la búsqueda por calmar el malestar metafísico habría desaparecido, porque éste habría sido reemplazado por un malestar patafísico. La “ciencia de las soluciones imaginarias”, eso que “es a la metafísica lo que la metafísica es a la física” implica una solución mental al problema que supone un tejido de ideologías insuficientes. Aquello que no está resuelto ya no se persigue de la misma forma, sino que se delega el compromiso de la búsqueda a la ‘Patafísica, la cual no se preocupa por la utilidad o los propósitos. Si bien no es completamente explicativo, el siguiente fragmento ilustra de algún modo dicho traslado:

“«¿Qué es un agujero», preguntaba (hace veinte años) un clown a su compadre en la pista de Medrano. Luego, al haber comprometido al otro, se apresuraba para ganarle de mano: «Un agujero, decía, es una ausencia rodeada de presencias». Éste es para mí el ejemplo de la definición perfecta y lo voy a tomar para precisar mi objeto. Un fantasma es, en efecto, un agujero; pero un agujero al que se le atribuyen intenciones, una sensibilidad, costumbres; un agujero, es decir, una ausencia, pero la ausencia de alguien, no de algo, rodeado de presencias, de alguien o de algunos. Un fantasma es una ausencia rodeada de presencia, así, cuando atribuimos intenciones, costumbres y una sensibilidad a un fantasma, estos atributos no residen en lo ausente, sino en el presente que rodea al fantasma.
”Este señalamiento va a servirnos al mismo tiempo para establecer el único método razonable para estudiar a los fantasmas. Este método, que consiste en aplicar a las ausencias las reglas de la ciencia más objetiva, se llama, a partir de Alfred Jarry, la patafísica. Es una ciencia llena de trampas, como verán si al menos alcanzo mis fines, porque no sé si tendré la fuerza. En efecto, haría falta, para ser un buen patafísico, ser al mismo tiempo un poeta: entiendo por esto alguien que crea aquello de lo que habla, en el momento en que habla de ello. Ustedes me dirán que tengo las cartas ganadoras: al hablar de ausencias, es fácil crearlas; basta con no hacer nada. Pero no, no es fácil: primero, es muy difícil no hacer nada; luego, olvidan ustedes el segundo término de la definición: rodeadas de presencias. Para hablar de los ausentes, haría falta estar presente.”[2]

Siendo así, un buen patafísico hablará de sus ausencias, de sus flaquezas ideológicas con total seguridad, creyendo en aquello de lo que habla en el momento en que lo hace. Visto de este modo cabe preguntarse —siempre que la ‘Patafísica gane fuerza o seguidores— cómo está siendo utilizada esta herramienta.

Luego de muchos años de inactividad, el Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires ha vuelto a ser parte de la escena cultural porteña. La historia heroica de su regreso la narra Rafael Cippolini[3], quien refundó la actividad en el 2002 de la mano de Eva García, una de las pocas figuras fundadoras del instituto por el año 1957. En una entrevista para Página 12, Rafael explicaba:

“Lo que hicimos con otros discípulos de Eva en el 2002 fue desaletargarlo. Somos el instituto más longevo y recuperamos a muchos patafísicos de aquella época como Luisa Valenzuela. Además, en 1959, los fundadores tenían pensado hacer unas jornadas, pero como era una sumatoria de freaks divinos que estaban de la cabeza no podían hacer nada; y 50 años después, es decir, a 52 años de la creación del Instituto, nosotros tenemos el orgullo de hacer realidad esas jornadas”.[4]

Si aceptamos la utilización de hipótesis descabelladas para analizar el fenómeno patafísico, deberíamos preguntarnos: ¿cómo se usa hoy la ‘Patafísica? ¿Es una ‘tercera posición’? ¿Es una forma de experimentar sobre la autonomía? Cuando Rafael afirma que no sirve “¡Absolutamente para nada!” y manifiesta que ello “implica grandísimos esfuerzos ya que, invariablemente, sucumbimos a la tentación de adjudicarle alguna utilidad”, e incluso propone que “se la podría definir como una exploración exhaustiva de la inutilidad, pública o privada, real o imaginaria”[5], ¿está manifestando una forma de conocimiento? Explorar la inutilidad, ¿no es una falsa negación del conocimiento? ¿no es proteger la inquietud metafísica en el caparazón que proporciona el malestar patafísico? Ese malestar patafísico, ¿no implica, acaso, un bienestar de la conciencia?
Como decía Sainmont, esta ciencia es “teatral y pedagógica”: todo lo que propone es una ficción, la cual sólo resulta pedagógica si ha servido como caparazón, como forma de entendimiento. La autonomía que la ‘Patafísica brinda a sus individuos rompe con la narrativa en la que estos se inscriben y, al mismo tiempo, demuestra la total carencia de autonomía: los individuos que logran desarrollarse por fuera de la ficción patafísica, son quienes la han utilizado como protección y pueden asegurar su inutilidad. Porque la autonomía individual sobre nuestras formas de conocimiento sólo es una forma de destruir la autonomía dentro del juego social. Si aceptamos todas estas incoherencias, es posible que la ‘Patafísica hoy en día sólo sea útil para aquellos que acepten su teatralidad.

Agradecimiento: al lector, porque si bien esta nota no sirve de mucho, la ha leído. Esperamos que, por lo menos, este intento haya sido lo suficientemente snob para introducir el siguiente video. Muchas gracias.

Snob (B. Vian) - Andy Chango
 

[1] SAINMONT, Jean-Hughes, Ubú o la creación de un mito.
[2] DAUMAL, René, Patafísica de los fantasmas.
[3] Esta investigación ha sido impulsada, en su mayoría, por el libro de Rafael Cippolini (‘Patafísica: epítomes, recetas, instrumentos y lecciones de aparato, Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2009), el cual recomendamos a los interesados sobre la ‘Patafísica.

Ilustración por Julián Rodríguez F.Enero/Febrero 2015