55º Encuentro Binacional Chileno-Argentino

escribe Federico Dalmazzo▹
Fotazas. En medio de la Cordillera de los Andes, Fede se tropieza con un bonito encuentro vecinal. La gesta sanmartiniana será interrumpida con mates, cuecas y chivitos.



La tarea era cruzar la cordillera rumbo a Chile, pasando a la Región del Maule, limítrofe con la provincia argentina de Mendoza. Pasando por el paso Pehuenche, ubicado a una altura de 2.553 metros, nos encontraríamos con la impresionante Laguna del Maule, cuya profundidad, entre otros aspectos, se desconoce aún por la presión que ejerce desde lo hondo el volcán que le da origen. Viniendo desde Malargue hay que pasar por Bardas Blancas; y luego por las Loicas, ultimo pueblo donde se ubica la aduana argentina.
El Paso se abre sólo unos meses de verano, en los cuales tampoco suele haber mucho tránsito, cosa que dificultaría la ambiciosa idea de llegar a dedo hasta el otro lado, si no fuera por la encadenación de los detalles, aquellos hechos que, en la mayoría de los casos, se acomodan misteriosamente, para beneficio y protección del viajero sonriente. Este misterioso beneficio, coincidió con que en ese fin de semana se realizaba el 55º Encuentro Binacional Chileno-Argentino. Un acontecimiento de tal magnitud, generaba un flujo constante en aquel paso internacional.

La aduana argentina en Las Loicas estaba repleta de gente haciendo colas y trámites muchas veces frustrados, pero con un ánimo notable y muchas ganas de llevarnos. El problema era que todos los vehículos iban cargadísimos: llevando parientes, amigos, comida y escabio como para pasar el fin de semana entero arriba de la cordillera. En este oportuno cuadro de la travesía, también los empleados de la aduana merecen una mención por ser tan hospitalarios con esos chicos que tomaban litros y litros de mate, mientras el viento les volaba la yerba seca de arriba.


Finalmente pudimos llegar al inhóspito asentamiento que, a pesar de su esencia, se había convertido en todo un pueblo, en medio de un paisaje con un arroyo y ni un solo árbol, con su propia calle principal donde uno se podía servir unos ricos platos, comprar ropa o dispararle con aire comprimido a los patitos de chapa para ganarse algún peluche.


Todo en el lugar, menos un escenario, aparecía en carpas de distintos tamaños acorde a la situación. Alrededor de esto, las familias también armaban sus propias carpas, y una de ellas nos invitó a pasar la tarde dibujando con sus hijos, tomando un rico vino chileno y hasta degustando unos enloquecedores pedazos de chivito cocinado en un humeante pozo en la tierra.



Había juegos como carreras de embolsados, sillas musicales o concurso de baile, siempre procurando tener la misma cantidad de competidores argentinos como chilenos para así poder declarar a alguno de los dos países ganadores de cada juego. También hubo partido femenino de futbol —binacional, por supuesto— y, ya entrada la tarde, empezaron la música y los bailes tradicionales, mientras se bailaba cada vez más cueca. Lamentablemente teníamos que seguir viaje porque había que llegar a la Región Metropolitana lo antes posible y el paso chileno cerraba a las seis de la tarde. Fuimos entonces camino a otro capítulo de la amabilidad de los chilenos, cosa para nada promocionada por muchos mendozinos, pero que se demostró a lo largo de nuestro viaje, aunque con ciertas excepciones como con aquellos educados, prolijos y prejuiciosos carabineros de la aduana. Nos llevamos unas enormes ganas de volver otro año a aquel festejo y el inolvidable abrazo de aquella familia de Linares.












Fotografía por Federico DalmazzoMarzo/Abril 2015