La maldición de La Mancha

escribe Laura Desmery▹ 
Un libro que no logra convertirse en película sin desatar una catástrofe. ¿Es esto un mensaje? ¿Qué quiere decirnos La maldición de La Mancha?


La Mancha además de ser una región céntrica de España se ha convertido con los años en un ‘Triángulo de las Bermudas’ del espectáculo. Desde de la primera aparición del Quijote en la pantalla grande, hasta hoy en día, no hubo ninguna película que se destaque. Los directores que navegan por este proyecto se adentran en lo desconocido: más de cien proyectos han demostrado que no hay certezas sobre si saldrán victoriosos o no. Aunque históricamente eso no ha logrado detenerlos. Don Quijote de La Mancha es un clásico literario y, a pesar de la cantidad de material cinematográfico que hay, nunca logró ser un clásico del cine.
Junto con la invención del cine, aparecieron los grandes fanáticos de Cervantes, que ni por chiste dejaban pasar la oportunidad de trasladar la más reconocida obra del autor a las nuevas fotos en movimiento. Entre los primeros osados directores, podemos encontrar un par de nombres conocidos, tanto para esta revista como para los libros de historia. Émile Cohl, también conocido como el padre de la animación, es uno de ellos, e hizo su versión del Quijote animada, naturalmente. Georges Méliès, el famosísimo realizador francés, es el otro. Lamentablemente ninguna de sus interpretaciones logró sobrevivir el paso del tiempo: hubiera sido divertido verlo a Georges Méliès disfrazado de Don Quijote.
Después de varias películas mudas —en su mayoría españolas—, en 1933 aparece la primera película hablada de Don Quijote.  Pero no bastó con que los personajes hablaran, también hubo que hacerlos cantar y bailar. De modo que se realizaron tres versiones del primer musical del Quijote dirigidos por George Wilhelm Pabst, reconocido director austríaco. Está claro que dirigir la misma película, en tres países distintos, con distintos actores y equipo debe ser un arduo trabajo. Pabst lo logró. Incluso podríamos decir que logró alcanzar un pequeño éxito, dentro de su época; pero, tarde o temprano, la maldición lo alcanzó a él. La versión alemana desapareció, la inglesa se arruinó con el tiempo y la única sobreviviente fue la versión francesa. Un año después podía verse la primera versión a color de El Quijote de La Mancha, realizada, ni más ni menos, que por Ub Iwerks, el viejo compañero de Disney. En esta versión animada, Iwerks no sólo ridiculiza la obra, sino que también introduce los problemas que serían propios del Quijote en el mundo de los dibujos animados. Por ejemplo, si bien hay molinos y el Quijote los ve como gigantes, los molinos además están vivos, con ojos y boca —como todo molino animado: los pobres estaban ahí tranquilos y, de repente, un tipo raro viene y les empieza a pegar y a molestar con una lanza. Este corto forma parte de una serie donde Iwerks tomaba historias clásicas, las adaptaba y cambiaba a su gusto.
Años más tarde, aparece la versión más famosa del Quijote, no por la película en sí, sino por su director o, más bien, uno de sus directores: Orson Welles. En este caso la maldición se vuelve un poco más fuerte. Orson Welles empezó a filmar en el año 1955 con la idea de hacer un corto de treinta minutos donde los personajes se encontraran con el mundo moderno. Logró filmarla, editarla y terminarla sin ningún contratiempo. El problema llegó después, cuando se lo mostró a la productora: “no gustó”. El cortometraje nunca llegó a estrenarse y, para colmo, se perdió. Pero Welles se quedó con ganas de seguir el proyecto y decidió hacer del olvidado cortometraje una película. Para conseguir el presupuesto tuvo que poner mucho de su bolsillo y pedirle ayuda a su amigo Frank Sinatra, quien aportó el resto del dinero. Así comenzaron a filmar en 1957; pero ese mismo año agotaron el presupuesto que tenían, con lo cual, hubo que posponer la producción. Entre 1960 y 1985 filmaron un poco por allá y por acá; cambiaron el guión y el equipo de producción varias veces. Sin embargo, en octubre de 1985, Orson Welles muere y la película del Quijote pasa de la detención momentánea a un aparente olvido.
Sin embargo, hubo revancha: superadas las barreras del papeleo y las discusiones con abogados de por medio, Jesús Franco consiguió en 1990 los derechos sobre todo el material de la incompleta Don Quijote. Después de mucho trabajo y esfuerzo, regrabando voces y empatando calidades de diferentes épocas, logra llevar la película al festival de Cannes bajo el titulo Don Quijote de Orson Welles en 1992.
Hay que admitir que no se espera poco del gran director de Ciudadano Kane (1941) y El Tercer Hombre (1949), pero considerando la cantidad de películas mediocres del Quijote uno se puede resignar y bajar las expectativas. En este caso, llama la atención el uso del narrador: no es extraño que en los guiones adaptados haya una voz que imite estar leyendo el libro original; lo raro es que el narrador sienta más afinidad hacia Sancho que hacia el Quijote. Vale aclarar que hay una interacción entre el narrador y los personajes: en determinado momento Sancho ayuda a recordar parte de la narración y desde ese entonces no nos separamos de él. Llegado cierto punto Sancho se separa de su señor y se embebe en el mundo moderno donde hay planes de llegar a la luna, y un tal Orson Welles quiere hacer una película sobre él y el Quijote. Así aparecen algunos de los sucesos extraños dentro de la película, y dentro del marco de una adaptación del Quijote, hacen que esta versión valga por sí misma. La película en general tiene un tono cómico con el que el Quijote, en sus largas reflexiones, se enfrenta al siempre cariñoso cinismo de Sancho, que al mismo tiempo intenta evitar situaciones ridículas y comprender el nuevo mundo en el que se encuentra. Con un montaje digno de admirar, es una película que atraviesa de lleno tres décadas completas: no es algo común y eso se ve en la película, es muy curioso y divertido.
Nuestro próximo y —por ahora— último personaje maldito por esta historia es Terry Gilliam. Después de años de hacer comedia con los Monty Python (1960-1970), se dedicó a hacer películas, entre las cuales, hasta el 2002, se encontraban: Brasil (1985), 12 Monos (1995) y la tan difamada Las Aventuras del Barón Munchausen (1988). Esta última película fue mucho más de lo que prometió, cosa que suele significar algo bueno… No así cuando se trata de presupuesto. Con un despliegue abismal de escenografía y vestuario, lo que empezó con 23,5 millones de dólares, terminó en el doble: 46,6 millones específicamente. A eso se suma que la distribución estaba a cargo de Columbia, que hizo un pésimo trabajo, con la excusa de que la distribuidora estaba en pleno proceso de venta. El resultado de todo esto fue un muy mal negocio, aun cuando la película no haya sido realmente tan mala.
Ahora sí: a lo que nos compete. Perdidos en la Mancha (2002) es el primer documental de cómo no se pudo hacer una película. Con la sede central en España nucleando actores, directores de arte, escenógrafos y demás participantes de diversos países, el asunto podía llegar a ser un poco caótico. Sin embargo, nunca pareció que fueran a bajar el ánimo. Todos se repetían a sí mismos que este proyecto no iba a ser igual que Munchausen. No tenían idea de que podía ser peor. Mala suerte es que llueva un día de grabación al exterior; que no sólo llueva, sino que el lugar donde estaban filmando se inunde hasta formar un río: eso ya no tiene nombre. Mientras discutían si los equipos tenían seguro, gente de la producción tuvo que salir a correr a los estuches que nadaban río abajo. Llovió todo el día. Al día siguiente, como el lugar estaba embarrado, tuvieron que desplegar los materiales y la utilería sobre lonas de plástico para que se secaran. Ésta fue sólo una de las tantas peripecias que, lamentablemente, no pudieron atravesar. Los compañeros de Gilliam luego admitieron que él estaba intentando hacer una película de Hollywood fuera de Hollywood, lo cual plantea unos cuantos problemas de presupuesto, razón por la cual se canceló la producción. Pero la historia no termina acá, Terry Gilliam no se rinde tan fácilmente.
Vale aclarar que la película original se trataba de un publicista, originalmente interpretado por Johnny Depp, que viaja al pasado, donde Don Quijote lo confunde por Sancho Panza y se lo lleva como acompañante en sus aventuras; se titulaba El Hombre que Mató a Don Quijote. En ocasiones el documental no sólo muestra tomas terminadas que ‘dejan que desear’, sino que también, por un momento, podemos sentirnos ahí, on ellos, y pensar que con la actitud que le ponen, tal vez, lleguen a hacerlo… y después uno se acuerda. Pero no bajemos la guardia, que toda la web rumorea que Gilliam, tras arduo esfuerzo, logró juntar el presupuesto para hacerla y ya está encaminado en la pre-producción del tan esperando film.
Hasta acá llega La maldición de La Mancha, por ahora. Pero entre Terry Gilliam, que nos deja expectantes, y otros tantos directores, quienes no saben que la maldición los está esperando, hay que mantenerse atentos. Y si usted es director, tómelo como una advertencia, hay cosas en las cuales mejor no meterse.


Ilustración por Julián Rodríguez F.Marzo/Abril 2015