Visiones del final

escribe Juan Pablo Canala▹
¡Nuestros multifacéticos colaboradores nos sorprenden una vez más! En esta oportunidad, Juan nos ofrece una bonita reseña sobre Salón de Fiestas de Emiliano Pastor.



Salón de fiestas de Emiliano Pastor es una puesta física de los aprendizajes emocionales donde la experiencia del saber no siempre supone una capitalización constructiva, por el contario, se exhibe en reiteradas oportunidades como una persistencia obstinada en las fantasmagorías más dolorosas e inconfesables. La apuesta fuerte de la pieza de Pastor es el trabajo de la ficción teatral como desecho y en ese sentido es una obra sobre la descomposición, sobre el juego descarnado con la materia, sobre la maleabilidad de los objetos y la putrefacción de los cuerpos. Los cinco personajes que se encuentran de forma permanente en escena (interpretados por Lucila Brea, Paula Castagnetti, Joel Drut, Matías Pellegrini Sánchez y Raúl Vega) representan esa degradación progresiva que cifra en sí misma una suerte de aprendizaje. Aprender a sentir por la vía del cuerpo es también educarse en la tolerancia de su desintegración. La vanidad, la masturbación, la violencia, los consumos desenfrenados, las emociones irrefrenables adquieren un estatuto cinético, se vuelven sentimientos en movimiento que edifican un relato vital como una manifestación posible y a la vez imposible de la experiencia del mundo. De modo que a partir de una opción dramatúrgica sumamente eficaz, los cinco personajes se construyen y se destruyen de forma permanente y continua, mediante la tensión que se advierte en la sucesión de interacciones aleatorias entre ellos. Cada uno relata una “no-historia” que se superpone con la de otro, que la corrige, la anula o la complementa. Hay dos momentos en los que la obra marca su deuda con la figura de un narrador tradicional. Por un lado, la voz en off que remite a un organizador de la fiesta, una especie de demiurgo que dispone las condiciones de desarrollo de la acción, y por otro la del rol del personaje interpretado por Matías Pellegrini Sánchez, que funciona como un arúspice narrativo, en tanto predice, en el movimiento de las acciones de los otros, la anticipación profética de la necrosis como resolución. No obstante, el propio devenir de la acción traicionará las expectativas del público cuando la voz del organizador se disuelva y libere a sus personajes al desenfreno, y cuando el neurótico personaje develador se abandone a la experiencia del fin de fiesta.   
Si bien la destreza física es la virtud más sobresaliente de la obra, es también a la vez una puesta irónica sobre las condiciones mismas de producción del hecho teatral. Aunque la pieza de Pastor no se pretenda original al ofrecer a los espectadores una interpelación directa, o al declarar el propio estatuto ficcional como ruptura del verosímil de la puesta (características que la entroncan con la mejor tradición del teatro experimental), se advierte un desplazamiento interesante que radica en la constitución misma del actor como sujeto escénico. En esa dinámica el rol asignado al espectador contribuye a ese efecto ‘desrealizante’, donde quien mira se hace depositario, ya no del personaje como constructo de la ficción, sino de la vida que subyace a esos intérpretes por fuera del pacto coyuntural que supone la interpretación de la obra. La obra se pregunta por los verosímiles del teatro, por la fabricación de las experiencias, por el fin de las historias, en suma por los límites de la práctica del teatro después del proclamado “fin del teatro”. En ese punto se podría pensar al hecho teatral como experiencia única,  donde cada domingo, en cada representación se encuentra una variación de un mismo guión, de una misma puesta que es intensamente más rica debido a su incesante repetición. Cada función es un organismo que cumple un ciclo vital que va del nacimiento hacia la muerte. Así técnica teatral y trama narrativa se aluden en un juego de simetrías evidentes.
Una de las técnicas más logradas es aquella que cruza la inestabilidad kafkiana del yo, con el culto a la evocación y al recuerdo sensible de cuño proustiano. La retorica de la miniatura funciona como un rasgo sobresaliente. La fragmentariedad de las escenas, que desconciertan al espectador y que lo obligan a familiarizarse con la pérdida, en tanto que sólo se puede seguir una de las cinco acciones simultáneas que acontecen sobre el escenario. Del mismo modo, el objeto como evocador del recuerdo o la técnica de la representación del teatro dentro del teatro configuran esa adopción por la parte que también se vuelve, al menos esa es una interpretación posible, en una poética de la pérdida, de la crisis de lo total.
En un tiempo que alude al fin de los grandes relatos, a la crisis de las épicas y de la fe en posibilidad de construir una red de afectividades, Salón de fiestas se sobrepone a la tópica del snobismo imperante y se apropia del hedonismo cool de los tiempos que corren para tomarlo enteramente en su potencialidad y hacerlo estallar. La obra de Pastor no renuncia ni niega la emocionalidad, sino que elige deliberadamente extremarla, alimentarla para luego hacerla desbarrancar. En el instante final, ante una visión de inminencia el espectador experimenta un retorno, una restauración, ni sarcástica ni irónica, del amor.

FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA

Actuación: Lucila Brea, Paula Castagnetti, Joel Drut, Matías Pellegrini Sánchez y Raúl Vega
Voz en Off:
Eddy Bluvol
Diseño de vestuario:
 Federico Brú
Diseño de escenografía: Manuel Escudero
Diseño de luces: Francisco Hindryckx
Realización escenográfica: Los Escuderos (Lucía Escudero, Manuel Escudero)
Realización de vestuario: Federico Brú, Lucio Giagnorio
Fotografía: Mariano De Rosa
Diseño gráfico: Leandro Ibarra
Asistencia de vestuario: Lucio Giagnorio
Asistencia técnica: María Lucía Ortíz
Asistencia de dirección: Sol Pittau
Producción: Emiliano Pastor, Sol Pittau
Texto y dirección: Emiliano Pastor

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Yatay 666 - Capital Federal - Buenos Aires - Argentina
Domingos 20:00 hs 

Ilustraciones por Leandro Ibarra y Mariano De Rosa
Marzo/Abril 2015